Juan David Galindo, Sandra Milena Ayala y Miguel Cárdenas, son tres bumangueses que en algún momento determinado perdieron su corazón. Ellos, en su drama, acudieron a la Fundación Cardiovascular de Colombia (FCV) donde determinaron que su órgano ya no era apto, diagnosticándoles uno nuevo órgano que les diera esperanzas de vida.
Los tres tienen historias diferentes que merecen ser contadas. Son, en cierta forma, el reflejo de la realidad que viven cientos de pacientes antes, durante y después de tener en su cuerpo el corazón de alguien que ya no está.
Una dramática espera
Miguel Cárdenas es un comerciante exitoso, nació en Bucaramanga pero se define más rolo que el ajiaco santafereño, es casado hace 10 años y tiene dos hijos, un niño y una niña, tal y como su esposa lo soñaba. “Soy una persona que le vende hasta lo que no necesita” dice él. Actualmente oferta zapatos y ropa, entre muchas otras cosas, en un negocio distribuido en tres locales. Junto a su esposa se ocupan del negocio todos los días. Desde los 19 años es independiente, hecho y derecho, como dice su mamá.
No recuerda bien la fecha, pero dice que en 2016 empezó a sentir picadas en el pecho, como cuando se reciben puños en el tórax, pareciendo un “estallido de golpes”. Tal situación generó angustia en sus familiares que lo llevaron a una clínica para atender su malestar, recibiendo el diagnóstico médico: “su corazón está dejando de funcionar Miguel”.
Por recomendación de especialistas, Miguel empezó a observar la posibilidad de ser trasplantado de corazón, “era una idea muy difícil, imagínese, dejar toda la vida que uno tenía de un momento a otro para asimilar estas cosas; afortunadamente tengo a mi familia que no me desampara, y a mi mamá que me ayuda con todo”.
Buscando algún milagro, y después de muchas oraciones y buenas energías por parte de su familia, regresó a la ciudad de donde es oriundo porque en la Fundación Cardiovascular de Colombia le aseguraron un tras plante respaldado por su seguro médico que debía cubrir sus gastos. El 12 de agosto de ese año hizo maletas y se alojó definitivamente en la capital santandereana a la espera del nuevo corazón.
Hace mes y medio está esperando uno nuevo; actualmente solo tiene en funcionamiento el 10 % de su órgano y vive cerca a la clínica que lo acogió, con el fin de mantenerse en constantes controles y no permitir que se deteriore su estado de salud.
No le ha sido fácil, llora en las noches por estar lejos de su familia, su esposa y su mamá viene a visitarlo cada vez que tienen la oportunidad. Miguel no se puede quedar solo; le ha costado acostumbrarse al costo de vida en la capital santandereana.
“Me deprimo, no como y no quisiera hacer nada más que sentir ese corazón en mi pecho. Imagino todos los días poder volver a mi ciudad, hacer más ejercicio, lograr ver a mis hijos y jugar con ellos. Con ayuda de Dios todo volverá a la normalidad”, dice este hincha del Atlético Nacional de Medellín, equipo al que ha amado desde siempre.
Actualmente su nombre sigue en la lista de espera, solo lo han llamado una vez para informarle que había un nuevo paciente que podía hacerle la donación.
Infortunadamente, luego de una serie de análisis, no era un paciente apto para el procedimiento médico y el tiempo de espera siguió aplazándose. Ante esto, Miguel no se rinde.
¿Y ahora qué?
Pocos tienen la suerte que tuvo Juan David Galindo, un niño de 9 años, de talla alta, que ya vislumbra asomos de vello facial en su cara a pesar de su corta edad.
Con una habilidad estupenda para el dibujo y las artes manuales, este estudiante del colegio Rafael Pombo de Floridablanca es poco conversador. Diana Gordillo, su mamá, expresa todo lo que él no cuenta a personas que desconoce.

David Galindo, a
la derecha Diana
Gordillo, su madre,
sentados en un parque
cerca a su casa.
/ FOTO CARLOS
MELO
La mujer sufrió la pérdida repentina de Rafael, hermano de Juan David, hace 5 años, por una cardiopatía (enfermedad que afecta el funcionamiento normal del corazón). Al detectar que “Juancho” tenía un problema respiratorio y dolor físico, no dudó en pedir ayuda a la FCV.
Los especialistas detectaron que el menor padecía una cardiopatía más agresiva, lo que provocó que lo internaran rápidamente para estabilizarlo y salvar su vida. Aquello fue en vano, su corazón estaba dejando de funcionar y fue allí cuando Diana acudió a la emisora Caracol Radio a implorar auxilio para su hijo. Necesitaba la donación del órgano y reconocía que no era fácil de encontrar.
“¡Dios mío, gracias!”. Estas fueron las primeras palabras que pronunció al ver que sus plegarias habían surtido efecto, pues llegó un donante luego de difundir la noticia en este medio de comunicación. El donante fue un niño de 12 años. Su nombre se conserva en el anonimato, pero Diana lo asume como el ángel de la guarda al que tanto le reza en las noches.
Juan David salió de la cirugía y su cara cambió “del cielo a la tierra”, dijo el especialista Leonardo Salazar, el cual operó con éxito a este paciente. Su mamá no sabía muy bien qué hacer al principio, pero todo fue sencillo: “cuando me entregaron a mi hijo fue inevitable preguntarme ¿y ahora qué hago? Y fue duro, algunas veces por darle otro tipo de comida, se me enfermaba. Hay que ser cuidadosos porque la dieta es muy líquida; la gente debe saber el trabajo que conlleva acompañarlo al parque, llevarlo al colegio, que no juegue, y pedirle eso a un niño de 6 años en ese entonces era muy difícil”.
Actualmente Diana y Juan David viven también cerca de la Fundación Cardiovascular, y a pesar de que esta mamá sueña con tener un trabajo estable, todavía le es difícil, porque tiene que cuidar a su hijo. Desde cuando lo viste hasta cuando lo ayuda a bajar las escaleras debe estar atenta.
“Superarse es para los valientes”
Sandra Milena Ayala Carreño odia las historias tristes, no es una mujer que disfrute hablar mucho de su pasado; es guerrera, radiante, alegre y trabajadora.
Lucha por sus sueños como si alguien le recordara todos los días las consecuencias de no hacerlo. Su sonrisa ilumina cualquier espacio oscuro y habla mirando a los ojos de su interlocutor, casi retando al otro.

Tiene una historia de vida conmovedora al igual que cualquiera de los que han perdido la vitalidad de su corazón y tuvieron que buscar otro.
Prefiere que su historia no sea contada, pues no quiere afectar su salud mental. “No me críe acá, vengo de un pueblo llamado San Vicente de Chucurí y me enseñaron a amar las oportunidades que me dio la vida, sin embargo, soy bumanguesa de nacimiento, lo mejor de dos mundos que llaman”, comenta entre risas.
Fue trasplantada de corazón hace siete años también por el doctor Leonardo Salazar, y desde entonces su vida cambió para bien.
Tuvo muchas dificultades para adaptarse a su nuevo corazón; sus movimientos tenían que ser lentos, vomitaba y la cantidad de medicamentos que consumía no le ayudaban ni a su bolsillo ni a su paladar, pues debía soportar el sabor de los químicos.
Sumado a esto, nunca pudo devolverse a su pueblo del alma, San Vicente. Era un sueño lejano porque ni su familia ni ella tenían dinero para mantenerla, pero eso no la detuvo.
Hasta que hace tres años conoció al amor de su vida, un militar de la Quinta Brigada del Ejército, en Bucaramanga, y desde allí su vida mejoró considerablemente. Actualmente trabaja como secretaria en un centro de servicios, vive en el complejo de apartamentos del batallón, donde dice amañarse y sentirse a gusto con su esposo y sus amigos.
Piensa en tener hijos y siempre recalca la felicidad que siente al verse tan bendecida luego de la tragedia que tuvo que pasar.
En un momento íntimo, Sandra contó con la voz entrecortada que “conozco gente que sufre más que uno, y mi caso como el de muchos es terrible, pero eso no tiene que ser un limitante para nadie, ya que si tienes un nuevo corazón como el mío, tienes que salir adelante por la persona que te lo dio y por ti mismo, para darle vida a dos almas que están esperando para superarse, ya que superarse es para los valientes”.
Por Carlos Augusto Melo C.
cmelo207@unab.edu.co
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