
Por Andrés Julián Galeano Carrascal
agaleano324@unab.edu.co
El acceso al servicio de agua potable alrededor del mundo no es tan igualitario como muchos piensan. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), tres de cada diez personas carecen de este líquido y, en el caso de Colombia, a pesar de que en los últimos años se ha observado considerables avances en materia de cobertura, todavía 3,6 millones de ciudadanos no cuentan con el servicio. Lo que demuestran la crítica situación que atraviesan algunas familias colombianas, debido en parte al atraso en la construcción de acueductos.
En el caso de Bucaramanga, decir que una familia de la ciudad no cuenta con el acceso a agua potable podría sonar irreal. Pero la verdad es que Gladys Martínez Caicedo, una mujer de 57 años, desde hace casi medio siglo carece del servicio básico. Ante lo cual, la madre cabeza de hogar recolecta agua de lluvia en baldes de pintura y, en la mayoría de ocasiones recorre los diferentes barrios en busca de ayuda. Pero como ella manifiesta, “cargar esos baldes pesa mucho y al día siguiente siempre amanezco mala de las manos”.
La llegada
Gladys nació en Charta, un municipio ubicado en la provincia de Soto Norte. Pero hacia 1972, cuando tenía 9 años, su familia se trasladó a Bucaramanga en busca de una mejor calidad de vida. Así fue como la menor llegó a la capital santandereana, en donde en un principio, dormía a las afueras de la iglesia Santa Teresita del Niño Jesús, ubicada en el barrio Campo Hermoso. En ese entonces, “a mí me tocaba salir a las calles a pedir limosna y me daban en la jeta si no traía nada a la casa”.

La situación de la familia chartera conmocionó al señor Gustavo Sierra, un feligrés de buen corazón que, al verlos, decidió brindarles posada en su casa situada en la carrera sexta occidente. En ese lugar, Gladys Martínez se hospedó junto con su madre y hermano, hasta el día en que el propietario decidió venderla. “Como no teníamos para dónde irnos, el señor Gustavo nos construyó un cuartico en un lote que tenía detrás de su casa a punta de puros palos y cartones”.
En un principio, la casa en donde actualmente viven tampoco contaba con el servicio de luz, y no fue hasta 20 años más tarde que la Electrificadora de Santander hizo los procedimientos correspondientes para instalarla. Gladys recuerda que, en ocasiones, les tocaba llenar las latas de leche Klim con petróleo y ponerles mechas para que sirvieran como velas, pues su situación era difícil. Aunque para ella, “eso era pasable, sería mucho mejor que tuviera agua a no tener luz”.
Sus hijos
Jefferson y Jhon Torres Martínez, los dos hijos de Gladys, nacieron y crecieron en las precarias condiciones de dicho hogar. Ellos, al igual que su mamá, estudiaron solo la primaria en la Institución Educativa Campo Hermoso, y hoy en día ya son mayores de edad. En el caso de Jefferson, su infancia la describe como una época “arrecha”, ya que desde que tiene uso de razón, ha sido el principal testigo de la lucha incansable de su madre por conseguir el líquido todos los días.
Esta situación llevó a que Jefferson Torres tomara la decisión de marcharse del que fue su hogar por muchos años tras el nacimiento de su segundo hijo. Ahora, el adulto de 30 años vive pasos abajo de la casa de Gladys, pero declara que debido a la situación actual a causa de la pandemia de la covid-19, no ha podido conseguir trabajo. Por lo que, “mi esposa y yo tenemos pensado regresar al domicilio de mi mamá para ahorrarnos ese dinero y poder comprarles cosas a los niños”.
Con respecto a los vecinos, desde el punto de vista de Jefferson, han sido tantos años de pedir agua a las familias del sector que, en algunos casos, varias de ellas se niegan a colaborarles. “Ahora muchas de las personas que nos ayudaban nos hacen el favor, pero no de buena manera, y nosotros los entendemos, ellos también se cansan”.

Los vecinos
Una de las vecinas más cercanas de Gladys Martínez es Marina Flórez. Ella ha estado presente en los momentos más difíciles de la familia y en numerosas ocasiones les ha colaborado. Recuerda el momento en el que una empresa de plomería llegó al barrio para entregarle una cotización de instalación del agua a Gladys. Ante lo cual “todos nos unimos en el barrio y comenzamos a planear hacer un mute para recolectar el dinero y entregárselo”.
Pero, luego de que sus vecinos hablaran con los dueños del negocio, todos se dieron cuenta de que dicha instalación no era tan perfecta como se la pintaban. Según la empresa, si la policía llegaba al lugar y paraba la obra, ellos no responderían por los daños causados y tampoco le devolverían el dinero a Gladys. Es decir, que ella perdería el millón de pesos que la compañía le estaba pidiendo en un principio para comenzar con el procedimiento. “Gracias a nosotros a la vecina no la robaron”, afirma Marina. Esta situación ha hecho que Gladys tenga una carpeta con este y otros documentos tales como tutelas y derechos de petición que tan solo cuentan con el sello de recibido. El último de ellos fue enviado el 23 de noviembre de 2020 y hasta la fecha no ha tenido respuesta. Según ella, a cada entidad a la que va le piden algo diferente y afirma que le “ha tocado hacer rifas y pedir dinero prestado para poder llevar todo lo que piden”. Por lo que solicita ayuda a las autoridades pertinentes para que por fin alguna gota de agua salga de su grifo.