Por: Valentina Hurtado

Ahurtado894@unab.edu.co

Hilda Esperanza Hurtado dejó su casa desde muy niña para vivir su amorío con Ismael Díaz. Era 1988, él trabajaba en Los Llanos Orientales con el compromiso de pagar los gastos de sus tres hijos: Cristián, Paola y Fabián. Aunque, el hombre regularmente olvidaba las responsabilidades con el hogar, Hilda, hacía todo lo posible para que sus pequeños tuvieran lo que necesitaban. La mujer veleña, de padres profesores, salía a hacer una que otra actividad para traer el sustento mientras los niños iban a la escuela y la niña, quien era la menor, estaba bajo la responsabilidad de Cecilia, la dueña de la casa en el barrio Rosales donde vivían.

Por la situación económica, desde su última hija, Hilda planificaba con el dispositivo intrauterino de cobre (DIU) y aunque su esposo vivía en otra ciudad, ya la fábrica de bebés estaba cerrada. Para junio de ese año, la mujer empezó a presentar complicaciones de salud: “me daban muchos mareos, me caía, me trastornaba”.

Hilda, preocupada por su salud, decidió ir al médico para revisar su caso: “yo fui al médico por lo que me estaba pasando y efectivamente estaba embarazada”. De sus anteriores embarazos, la madre había quedado con hipertensión arterial por lo que el embarazo era peligroso: “la presión arterial siempre la tuve alta, no se me bajaba y yo constantemente vivía con dolores en la espalda, también sangraba y me tocaba correr para la clínica”.

La doctora Nathalia Lasso explica que la presión arterial alta en el embarazo puede ocasionar una preeclampsia que: “es una entidad clínica caracterizada principalmente por la elevación considerable de la tensión arterial, esta entidad aparece durante el embarazo después de la semana 20 de gestación”. Por eso, Hilda constantemente acudía al médico porque esto podía ocasionar problemas irreversibles en su salud o en la de su bebé.

Sus padres Eusebio Hurtado e Hilda Mariela eran los únicos de su familia enterados del embarazo y, como buenos papás, a pesar de las circunstancias, estaban felices por su hija y por el nuevo nietecito que llegaría a la familia.

Hilda Esperanza tiene cuatro hermanos y es la hija menor de la familia Hurtado Pérez. Fotografía suministrada por Hilda Esperanza

Un jueves del mes de octubre, Hilda Esperanza presentó complicaciones por lo que decidió visitar la clínica: “a mi me atendían, me estabilizaban y me mandaban para la casa. Cuando eso el jueves y viernes yo estuve enferma. Pero, el sábado eran los 15 años de la hija de la señora donde yo vivía”. Hilda, aunque no se sentía muy bien, para no quedarse sola en la casa, decidió ir a la fiesta con los niños para sentirse acompañada.

Los 15 años eran en una casa en el barrio Lagos 2: “yo llegué allá toda malucona con los niños, pero me sentía en confianza porque todos eran amigos y conocidos”. Conforme sonaba el vals y avanzaba la fiesta, Hilda se olvidó de su dolor. Entre risas y charlas con sus amigos contó que esperaba una niña a la cual le buscaba un nombre diferente.

Llegó el momento de cantar el cumpleaños del uno al quince, sin saber que esos segundos serían los últimos instantes de felicidad en la fiesta antes de que se desatara una tragedia. Cuando la última vela que sopló la cumpleañera fue apagada, Hilda se ofreció para partir el ponqué, «¡No venga, yo le ayudo a partir ese ponqué, no se preocupen!”

Hilda empezó a cortar las rebanas de ponqué, hasta que sintió que un cuchillo como el que tenía en sus manos se le atravesaba entre las piernas: “cuando sentí fue como si me hubiese orinado, cuando miro al piso había un charco de sangre. Se me había venido una hemorragia terrible”.

Hilda, con 6 meses de embarazo, sabía que debía ir a la clínica lo más pronto posible. Angustiada, agarró a doña Cecilia, con quien vivía en la casa y le dijo: “mire lo que me pasó”. Cecilia de un grito alertó a todos los invitados de la fiesta.

La música dejó de sonar mientras que la hemorragia avanzaba y la estaba desangrando. En cuestión de segundos, el piso de la casa estaba lleno de sangre, incluso el vestido de la quinceañera tenía manchas rojas por tratar de ayudar. Lo invitados la cargaron hasta el baño, la acostaron, le pusieron una toalla en medio de las piernas y los pies hacía arriba: “mientras tanto llamaron a mi mamá para que me acompañara a la clínica”, recuerda Hilda.

La madre, Hilda Mariela de Hurtado, había llegado en un taxi para irse con su hija a la clínica, mientras que Hilda Esperanza estaba perdiendo la conciencia: “a mí me sacaron alzada de la casa porque yo caminaba y la hemorragia bajaba otra vez”. En el carro, su mamá Hilda Mariela con preocupación le sobaba las manos: “a ella se le durmieron las manos y los pies, ella en el taxi ya iba con todo dormido y le sangraba la boca porque se mordió todo lo de adentro, se lo destrozó”, añadió la madre.

Llegaron a la Clínica Comuneros y la atendieron de inmediato por la complejidad del caso: “me subieron al cuarto piso donde subían las mujeres embarazadas, me tomaron la presión arterial en el brazo y al ver que me salió muy alta me la tomaron en un tensiómetro que anteriormente eran de torre”. La enfermera, una vez vio los resultados de la presión arterial, corrió hacia donde el doctor: “Doctor, doctor, una preeclampsia”. 

En ese momento Hilda Esperanza sintió que la angustia desapareció y todo el dolor dejó de existir: “yo lo cuento porque yo lo vi y lo viví, cuando yo estaba ahí yo sentí que dejé mi cuerpo y me vi acostada en la camilla, el doctor en ese instante me volteaba y me puso una inyección”. Hilda estaba en el cuarto del hospital viendo su cuerpo manchado por la sangre, mientras los médicos intentaban salvarle la vida: “el doctor me puso una inyección, luego me abrió la boca y debajo de la lengua me puso una pastilla”.  En ese momento, desde una esquina de la habitación, ella observaba toda la situación, como si su alma hubiese abandonado el cuerpo para presenciar el suceso trágico: “Yo le empecé a hablar al doctor, le decía que yo estaba bien, que se quedara tranquilo que yo estaba bien, pero él no me escuchaba, yo gritaba, pero nadie me escuchaba, yo podía ver como alistaban las cosas, todo, yo vi todo”.

Juan de Jésus Pichardo Valentin, hermano terciario capuchino y teólogo, explica que un caso como estos tendría que ser estudiado: “La parapsicología se encarga de estudiar este tipo de fenómenos, un caso como este tendría que estudiarse para saber qué es o si realmente el alma se está despegando”.

El reloj marcaba las 2:00 de la madrugada, cuando Hilda Esperanza recuperó la conciencia. Ella le indicó al doctor que debía salir de la clínica porque ese domingo le iban a celebrar el cumpleaños a su hijo mayor. “El doctor dijo que no, que yo no estaba bien, que me tenían que dejar, recuerdo que me dijo quiere piñata o quiere muerte y me dejó”.

A los papás de Hilda Esperanza les avisaron que el parto se había adelantado, por lo que tenían que llevar lo necesario para la hora de llegada de la bebé. No obstante faltaba realizar una ecografía para revisar los signos vitales del feto. Así que ese domingo por temas de horario laboral, el procedimiento no se realizó, sino que se hizo hasta el día lunes a las 10 de la mañana. Hilda estaba lista para la ecografía que le mostraría los signos vitales de su bebé: “el doctor le preguntó a la enfermera el por qué estaba ahí. La enfermera le dijo, ‘vitalidad doctor’. Él respondió, ‘cero vitalidad’”. La mujer con sus pocos conocimientos de medicina entendió que en su vientre ya no había vida producto de su amor lejano. Ella, salió corriendo con un llanto desgarrador hacia el cuarto mientras la enfermera le gritaba que se detuviera.

Primera comunión de su hijo mayor junto a sus otros dos hijos. Fotografía suministrada por Hilda Esperanza.

El doctor rápidamente le comentó que en su cuerpo ya solo quedaba un feto de 3 días en descomposición: “yo tenía que tenerla por parto natural porque a ella por la preeclampsia le dio un paro y si no había muerto de eso me moría de la infección”. En ese momento le aplicaron la inyección con el pitocín que le ayudaría a acelerar la dilatación: “yo lloraba y le suplicaba al doctor que me hiciera cesárea, que no iba a ser capaz, pero él dijo que no podía”.

A las 6 de la tarde, la madre de Hilda Esperanza, Hilda Mariela, llegó para darle alientos a su hija en el parto. Cuando en medio de los intentos, la tristeza y la desesperación, se asomó la cabecita de lo que era su bebé sin vida. Hilda Mariela llamó a la enfermera quien terminó de hacer el proceso y sacar a Marcela: “era un muñequito de caucho, tenía los ojitos cerraditos, las manitas, los deditos, ella ya estaba formadita, le faltaba era el pelo. Yo no sé por qué dije el nombre Marcela, fue el primero que se me vino a la cabeza”. Mientras la madre estaba aturdida, la abuela Hilda Mariela, detalló cada segundo del parto de su hija: “yo vi cuando nació y la pusieron en un frasco, parecía una muñequita”. Exclamó la abuela. De la placenta no solo salió la pequeña, sino que también el dispositivo DIU que había fallado meses atrás como método de planificación.

Marcela fue bautizada por la enfermera en el hospital y sería cremada ahí mismo, no se sabe si sus restos se volvieron ceniza como se lo prometieron a la madre o simplemente terminó al lado de los desechos del hospital. Para ese entonces sus hermanos iban a hacerle la visita con bromas diciéndole “Hilda, ¿dónde dejó a la bebé?”, porque ella se encontraba en el piso de maternidad y sus hermanos se enteraron de la historia 32 años después, creyendo que su hermana se encontraba hospitalizada por un problema de hipertensión.

Universidad Autónoma de Bucaramanga