Por Xiomara Karina Montañez M.
xmontanez@unab.edu.co
Madejenny Mora Amaris (55 años) se despide de la conversación contando el impacto que ha causado, en la población de la Comuna 7 de Barrancabermeja, la recolección de información sobre los feminicidios ocurridos en esa zona entre 1990 y 2021. En un plantón que organizaron el 25 de noviembre en medio de la conmemoración del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, las distintas organizaciones del puerto petrolero que convocaron la actividad se llevaron varias sorpresas: son más de 50 mujeres asesinadas solo en ese sector; algunas presidentas y fiscales de juntas de acción comunal, una madre comunitaria, dos niñas de 3 y 9 años, y varias jóvenes entre 15 y 20 años, que en su momento fueron señaladas como guerrilleras o amantes de jefes paramilitares. El nombre de cada una resonó a través de los parlantes y el rumor se esparció. “No las hemos olvidado”.
Nuestra conversación se dio en el Mercado del Conocimiento y No-Conocimiento-Útil, ideado por la Academia Móvil de Berlín e integrado como un proyecto artístico para la Comisión de la Verdad. En este espacio se reunieron de forma presencial y virtual, más de 70 sabedores y expertos de distintas regiones del país, y conversaron con habitantes de la región sobre la persistencia del conflicto armado, la desigualdad, la equidad, la reconciliación, el perdón y, en este caso, el liderazgo femenino.
En el ágora del Colegio de la Unión Sindical Obrera (USO), en Barrancabermeja, la también madre comunitaria de la Comuna 7 se sentó a recordar algunos de los momentos que han marcado su vida, la noche del 2 de diciembre.
Sin conocerme, aceptó responder cada una de las preguntas acerca de sus dos décadas de trabajo. La actividad que como ciudadana de a pie me llevó a participar en esta jornada y acercarme especialmente a procesos de reconciliación y perdón me puso frente a una sobreviviente del conflicto armado del municipio donde crecí, y del que de vez en cuando me gusta tejer historias paralelas a la mía, pues todavía me cuesta entender que al cruzar el puente elevado para llegar al barrio Santa Ana, donde vivía mi tío Rodrigo, o atravesar los viejos rieles del ferrocarril que él conducía como maquinista, la vida de muchos era un verdadero infierno.
La mujer morena, con una sonrisa que solo tienen las mujeres fuertes y valientes que viven en una “hoguera encallada”, en un puerto calcinado que bien lo describe la poetisa Andrea Cote en “La merienda”, siente que hoy más que nunca todo lo que han hecho cobra importancia y que la tarea pendiente con las nuevas generaciones, hijos de la violencia y hoy inmersos en la delincuencia y el narcotráfico, apenas comienza.

La educación en comunidad
Si Madejenny tuviera que escribir un libro sobre su vida asegura que el capítulo que más la emocionaría tendría las historias del barrio Villarelis y lo que dejó la construcción de la Ciudadela Educativa de la Comuna 7, un proyecto comunitario que inició en 1996, en medio de hostigamientos de grupos guerrilleros y paramilitares, y la falta de recursos. La frustración de la comunidad se convirtió en una epidemia, y para superarla, algunos líderes sociales aplicaban de casa en casa la dosis de esperanza a través de la palabra y así salir adelante.
La deserción escolar y la falta de escolaridad de adultos (la mayoría desplazados por la violencia) motivaron esta cruzada por la educación durante varios años. A pesar de que la comunidad se reconocía por la capacidad de organización y el desarrollo de procesos de concertación con actores locales, nacionales e internacionales, la falta de liderazgo desde entidades del Estado, la ausencia de mecanismos para fortalecer el tejido social y la presencia de autores armados que imponían la seguridad con represión y terror, no despejaban el camino para salir a flote.
La idea de tener un colegio propio se volvió un proyecto que la comunidad acogió y que se logró con recursos de la Unión Europea y el apoyo de otras entidades. En las siete comunas de Barrancabermeja y los seis corregimientos de la zona, la Comuna 7 era la única que no contaba con un plantel educativo para estudiantes de bachillerato. “Lo merecíamos, nuestros hijos, jóvenes y vecinos también, y en medio del dolor del dolor que vivíamos a diario, construir un colegio nos dio un propósito para vivir”, cuenta Madejenny.
Actualmente el lugar está bajo la administración municipal que se encarga de seleccionar a los profesores y mantener la planta física. Cuenta con 4.800 estudiantes, “ha sido como nuestro proyecto de vida como personas, y en mi caso como madre, líder, hermana y vecina. Ante todo, el trabajo de unión, de comunidad”, según cuenta esta mujer, quien además resalta que el lugar está inspirado en bibliotecas como la Virgilio Barco y la del Tunal, de Bogotá, las cuales conocieron durante un viaje con cuatro líderes más del sector, y de los que tomaron como referencia los salones tipo ágora.

Progreso y violencia
La Comuna 7 de Barrancabermeja tiene hoy día cerca de 36 mil habitantes. Desde los años 80, la zona se pobló con asentamientos humanos que, pasadas tres décadas, la mayoría han sido legalizados. En un terreno de propiedad del Ministerio de Defensa y en el que los militares practicaban polígono, se construyó la Ciudadela Educativa. Madejenny recuerda que, en el momento de iniciar con la construcción del colegio, hicieron la solicitud de siete de las 196 hectáreas que tenía el terreno, y que también les permitió desarrollar proyectos de conservación del medioambiente como la siembra de árboles nativos.
Con el paso de los años, el gobierno local ha desarrollado proyectos de vivienda de interés social para la población desplazada y para hombres y mujeres que abandonaron las filas de grupos de autodefensas y se reintegraron a la vida civil.
No fue fácil pasar de la construcción del colegio a convivir con exguerrilleros y exparamilitares que durante años hostigaron a la población. Ella no deja atrás los hechos que marcaron su vida y la de su familia, como la masacre del 16 de mayo 1998. Su cuñado Ender González Baena (ebanista, 21 años) fue uno de los asesinados en la incursión paramilitar de ese día, que dejó como saldo la muerte de siete personas y el secuestró de 25 más, señalados como guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Lo que era un bazar y la recolección de fondos para un grupo de danza, organizado en la cancha del barrio El Campín, se convirtió en una masacre ordenada por Guillermo Cristancho Acosta, alias ‘Camilo Morantes’, máximo jefe de las Autodefensas Unidas de Santander y Cesar (Ausac).

A raíz de lo ocurrido, familiares de las víctimas y desaparecidos crearon el Colectivo 16 de mayo, que en 2003 demandó al Estado colombiano ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Solo hasta 2016, el Tribunal Administrativo de Santander responsabilizó al Estado por la masacre, y a la fecha, se espera que el caso llegue a la Corte Interamericana de Derechos Humanos y que se haga justicia, ya que aún existen 15 cuerpos desaparecidos.
Madejenny segura que en su familia el dolor persiste, pese a la entrega de los restos de su cuñado el 23 de enero de 2013, y que la tragedia se extiende con el paso de los años, al ser testigos de la muerte de los padres y madres que nunca supieron qué pasó con sus hijos y seres queridos desaparecidos. “A mi cuñado lo entregaron en una cajita. Eran la mitad de sus restos porque el resto se los llevó el agua. Lo encontraron para el lado de San Rafael de Lebrija, en una fosa”, asegura.
Liderazgo femenino
Otra parte de su historia personal se remonta al 15 de octubre de 1991, en su rol como madre comunitaria, en el que afrontó una nueva labor: ser la cuidadora de los menores del barrio, hijos de madres debían salir a trabajar a fincas cercanas para ganarse la vida, y de niñas y niños de los integrantes de las guerrillas del Ejército de Liberación Nacional
(ELN) y Ejército Popular de Liberación (EPL).
Esto la llevó luego a trabajar con madres lactantes, algunas esposas de los guerrilleros, que, debido a los enfrentamientos, eran dejadas en sus casas para luego regresar a las filas. Era complicado, “lo hacía porque uno es mujer, y no se debe criticar a la persona porque está en su cuento pero esto me trajo problemas y rechazo de la comunidad”, sin embargo, su labor social tomó fuerza con el apoyó del Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena medio. “Lo que yo hago es porque soy mujer, y mi trabajo más que todo ha sido apoyando a la mujer”, como ella lo explica.
Para mediados de la década de los años 90 entraron las autodefensas a la Comuna 7 y Madejenny pertenecía a la Organización Femenina Popular (OFP). Como integrante de este grupo, organizaba reuniones informativas en su casa, dirigidas a sus vecinas. Un día, mientras conversaba con otras mujeres, entró a su casa el paramilitar alias “El paisa”, quien las intimidó. “Me dijo que no siguiera con las reuniones porque me iba a tirar una granada. Le pedí que se sentara y escuchara lo que hablábamos, le expliqué que hablamos sobre nuestros derechos, y que en mi casa tenía la libertad de hacer reuniones con mis vecinas, pero las amenazas continuaron”.
Su hijo mayor, que para ese entonces cursaba el bachillerato en el Colegio Camilo Torres Restrepo, fue el que más recibió amenazas. Como a muchos adolescentes del sector, los señalaban de estudiar en el “colegio guerrillero”, dice Madejenny, “y no era cierto. También estudié allá, a los 29 años validé la primaria y a los 30 años hice mi bachillerato, porque mi mamá nunca me dio estudio. Era solo para estigmatizar a la comunidad”.
No desconoce que las intimidaciones afectaron su vida familiar y que por eso dejó la OFP. “A mi esposo le dio miedo, y era entendible, pero nunca me fui de mi barrio, ahí me quedé, y ahí estoy en la misma lucha, y queriendo sembrar en las mujeres que somos libres y que en paz debemos vivir”.
Actualmente su hijo mayor tiene 35 años, y sus dos hijas 31 y 23 años, respectivamente. Hace parte del Consejo Consultivo de Mujeres de Barrancabermeja, de la Mesa de Mujer y Equidad de Género, de Asojuntas (Comuna 7) y de la Junta Directiva de la Ciudadela Educativa.
El levantamiento de la información sobre los casos de feminicidio en la comuna la ha acercado a otras mujeres líderes de Barrancabermeja, y como parte de sus proyectos tiene en mente crear un mapa que reúna y permita localizar dónde murieron cada una de estas mujeres.

No asegura que hoy día se viva en paz, pues la violencia ha traído a los sectores populares de Barrancabermeja el microtráfico, que ella prefiere llamar narcotráfico, un “cáncer que ataca a los jóvenes”, especialmente, porque “primero los vuelve adictos a las drogas, ambiciosos, y luego vendedores. Si no tienen el dinero para pagar, los asesinan. Es una cadena de errores, los utilizan”.
Al retomar la conversación sobre las mujeres, le pregunto sobre los nuevos liderazgos y el papel de las jóvenes en este proceso. Comenta que los retos son enormes, que las iniciativas medioambientales y culturales integran a las viejas y nuevas generaciones, pero “ellas viven una vida diferente a la nuestra, porque no sufrieron lo que nosotros sí. Ponerse en el lugar del otro tal vez nos ayude más a salir adelante como comunidad”.