¿Qué diferencia existe entre patear un balón y leer sobre fútbol? En la primera acción
vamos detrás de una pelota que añoramos se dirija hacia donde el triunfo sea nuestro,
una pelota que algunos de sus célebres amantes han llamado: “la caprichosa”, “el
esférico”, “el cuero”, “el proyectil”. En la segunda, jugamos dentro y fuera de las canchas,
podemos imaginarnos en otros lugares y en otras épocas. Imaginamos a Ghiggia
marcando con derecha y silenciando las gradas del Maracaná; a Maradona levantar la
“mano de Dios”; a la Naranja mecánica de Cruyff adueñándose de la pelota o a Rincón y
Valderrama rebasar los muros alemanes con pases a un toque.
Por esto, el fútbol leído no es menos interesante que el fútbol que jugamos. Solo
es una manera diferente de liberar una pasión que muchos sentimos y que pocos son
capaces de explicar con la claridad de un pase de Iniesta o con el hechizo de un remate de Roberto Carlos que parecía salirse del estadio y terminó dentro del arco. Así como son
pocos los dotados que logran que la pelota infrinja las leyes de la física, son pocos los que
poseen el don de la palabra para contarnos el fútbol.
Y ese don ha sido otorgado por los dioses del Olimpo a un uruguayo que, como
nosotros, también soñó alguna vez con ser jugador profesional y vestir el uniforme del
equipo de sus amores. Eduardo Galeano, maestro de la metáfora, mediocampista capaz
de convertir este deporte en una obra maestra de la poesía, nos regaló una jugada que
quedará para siempre en nuestros anaqueles como el mejor trofeo de las letras, un libro
llamado: El fútbol: a sol y sombra.
Durante varios años, este charrúa decidió relatarnos la historia del fútbol, sus
anécdotas, sus orígenes, sus influencias sociopolíticas, sus mejores y peores jugadas. Y
todo esto lo encontramos en este poemario del balompié que expertos y aficionados han
llamado inequívocamente: “la biblia del fútbol”. En más de 200 páginas, el poeta uruguayo logra que musas, dioses y mortales se maravillen con las peripecias de uno de
los deportes más populares del mundo.
En A sol y sombra sabemos que el “gol”, esa palabra que deseamos hacer solo
nuestra, es realmente “el orgasmo del fútbol”. La sentimos como un éxtasis de amor y
locura; por eso pretendemos apoderarnos de ella y esconderla en la cueva del Cancerbero
para que el otro equipo jamás la posea. Nos enfadamos o estamos de acuerdo, según el
marcador, cuando por un momento el césped se transforma en un enorme teatro donde
un jugador “se pone la máscara” y actúa su peor tragedia. Aceptamos que el árbitro es un
personaje necesario, porque siempre debe existir alguien a quien echarle la culpa o,
simplemente, odiar con todas nuestras fuerzas.
En este libro el fútbol es el tema y la poesía es una acción de juego. Abrimos una
página y recibimos un pase de gol en tiempo extra. Leemos un ensayo y sentimos cómo la brisa levanta y sostiene a Hugo Sánchez para marcar de chilena. Nos encontramos a
Garrincha ejerciendo sus “picardías de malandra en las canchas”, mientras advertimos las
“veloces y goleadoras piernas” de Gullit.
Pero como en la poesía, el poeta también debe recordarnos que el fútbol es parte
de la vida y en la vida no todo es gozo y buenas acciones. Como si fuera parte de una
tragedia griega, el fútbol también ha traído consigo el odio incontrolable, la dicha y el
infortunio, la deshumanización de los personajes, la traición y la muerte de los héroes.
Galeano, el poeta del fútbol, nos recuerda que no todos podían jugarlo, no todos fueron
tratados como iguales y no todos sobrevivieron a un autogol.
Departamento de Estudios Sociohumanísticos