Luce una gorra al revés, un delantal y guantes de látex. Está sentado junto a una mesa forrada con vinipel negro en la que reposa un juego de máquinas para tatuar modelo Kwadron Pronton Mx.

Omar Alfonso Gaviria García se prepara para realizar una cobertura en la parte interior del brazo derecho de Gean Marco Acosta Rodríguez, de 24 años, que está a la espera de que las agujas de la máquina llenen de tinta la plantilla del casco de un guerrero griego.

Se encuentra en el estudio de tatuajes ‘Subterránea Tatto’, ubicado en el segundo piso del Centro Comercial Punto. El sitio es tranquilo y se escucha rock. Mientras Gaviria prepara todos sus implementos, los otros tatuadores hacen sus propios diseños en lienzos y algunos curiosos preguntan por el valor de los tatuajes que tienen pensado hacerse.

En medio de su concentración, el colombo-venezolano carga la máquina con tinta negra que se conoce como pen por su forma similar a un lápiz. Al iniciar su trabajo aparece un sonido similar al de zumbido de un mosquito, que estará en el ambiente al menos por cinco horas. De inmediato las canciones del lugar pierden importancia.

“Perdóneme si me aíslo. Para mí tatuar a otra persona es como si estuviera dibujando mi propia piel”, comenta. Y añade que nunca se imaginó que su vida iba girar en este entorno a este oficio. “Yo no escogí este arte, él fue el que me escogió”.

Dice que sus amigos lo impulsaron a seguir este camino, le decían que tenía talento para dibujar y que debía empezar a tatuar. No lo notaba y no sabía cómo explotarla. Perteneció a dos agrupaciones musicales y cuando le salía algún trabajo de pintar un mural o un cuadro no lo rechazaba.

Un grupo de cinco amigos reunieron dinero y le compraron su primera máquina. Era de bobina sencilla, la cual conserva. Traía un paquete de agujas y sus tintas con las fuentes. A  los 21 años empezó a tatuar a sus amigos, lo que lo llevó a convertirse en un experto en dibujos realistas.

A medida que avanza la conversación, el casco del guerrero griego va tomando forma. Completa tres horas de trabajo y no se le ve agotado.

En el 2017 tomó la decisión de regresar a Colombia. No lo hizo a su tierra natal, Barrancabermeja, de donde partió con su familia a los 9 años. Llegó a Bucaramanga. La situación económica lo enfrentó a dejar todo lo que había construido en tierras venezolanas.  

Un sueño lo llevó a Venezuela

“Para mi es realmente gratificante que las personas me busquen, por mi trabajo. Porque mi tarjeta de presentación son los tatuajes que he hecho y esto les genera confianza a las personas”./FOTO ANDRÉS FELIPE ACOSTA

En 2014, mientras cursaba sexto semestre de ingeniería civil en la Universidad Nacional Experimental de los Llanos Centrales ‘Rómulo Gallegos’, en San Juan de los Moros (estado de Guárico), tuvo la oportunidad de viajar a Panamá a un encuentro internacional de tatuajes. Luego de esto se enamoró aún más de su profesión.

Siguió sus estudios hasta alcanzar el noveno semestre y allí encontró la oportunidad de trabajar en un local reconocido de tatuajes en San Cristóbal, en el estado de Táchira, llamado ‘Otzis Company’.

Fue así como dejó su carrera a un lado para cumplir su sueño. En este lugar conoció a Joshua Gómez quien fue su tutor y a quien le tiene gran admiración, ya que lo guió y le ayudó a mejorar su habilidad.  

Hablar del primer tatuaje que se hizo, la expresión de su rostro cambia. Fue un intercambio con un amigo, tatuaje por tatuaje. Cuando terminaron de tatuarle la frase en el pecho, “Nací para vivir y vivo para morir”, se vio al espejo y se decepcionó. Desde ese momento el compromiso con su arte fue mayor.

Se llega el punto de conversar sobre Venezuela, su segunda patria. No deja de sentir nostalgia, pero existen factores como el económico que ha obligado a muchos a migrar  no simplemente para sobrevivir, sino para no dejar de hacer lo que les satisface.

“En este momento, si algo normalmente es difícil de conseguir en cualquier lugar que te encuentres, en Venezuela es imposible. La escasez de alimentos, los constantes disturbios, la falta de atención médica y la insuficiencia de medicamentos, fueron los hechos que me llevaron a tomar esta decisión”, según cuenta.

Una vez en la capital santandereana empezó a trabajar en el estudio de ‘Subterránea Tatto’. Un día decidió hacerle un diseño a su novia Luisa Silva en la parte interna del gemelo derecho. Era el rostro de un tigre, y utilizando la técnica del realismo, la tatuó. Tras publicarlo en sus redes redes sociales, lo llamaron de la empresa Västerortsbläck, de Suecia, para que viajara a Estocolmo con todos los gastos pagos.

En diciembre, un mes después de la invitación, llegaron los pasajes de avión y decidió emprender esta aventura en el viejo continente.

“Siempre tuve la aspiración de ser el mejor donde estaba y luego de que me hicieran esa invitación sabía que estaba haciendo las cosas bien”, aseguró. Viajó como artista invitado a Estocolmo, duró aproximadamente tres meses en este lugar y tatuó alrededor de 150 personas. Después de esto, en mayo de 2018, regresó a Colombia para continuar trabajando.

El tatuaje un Tabú

Anteriormente, este arte era visto con malos ojos, a pesar que la cultura ha cambiado en algunos países. Como en Japón, donde se asocian a delincuentes y las mafias, y es motivo para restringir la entrada a algunos sitios.

Por su parte, Gaviria quiere cambiar este pensamiento y forma de ver a las personas que se tatúan. “Hoy día los tatuajes son arte, pero también son un lujo, ya que estos diseños alcanzan un valor elevado. El caso del casco del guerrero griego, que mide 25 centímetros de alto, alcanza un valor de 1 millón 500 mil pesos. Hay que tener presente que es una inversión para toda la vida y como dice el dicho, lo barato sale caro. Ya que una persona puede cobrar menos, pero el cliente está sujeto a riesgos, si no lo hace un profesional”, explica este joven tatuador.   

La calidad de un tatuaje se ve reflejado en el diseño y las tintas que utiliza el artista. Por su parte le parece molesto que los que buscan un tatuaje pidan rebajas sin reconocer el trabajo de estos artistas.

En su experiencia como tatuador puede decir que en Latinoamérica son más reservados con los tatuajes, empiezan con piezas pequeñas y siempre son diseños que no son tan llamativos. Cuando estuvo en Estocolmo notó que la cultura es diferente y los diseños que le pedían eran más extrovertidos y llamativos.

Ultimando detalles del casco griego, este artista de 25 años comenta que le gustaría dejar un legado en este medio. Que lo admiren por su trabajo, como el admira a otros tatuadores. Que el día que muera quede una escuela y que las personas tengan ganas de revolucionar este arte como las tiene él.

Por Andrés Felipe Acosta R.

aacosta494@unab.edu.co

Universidad Autónoma de Bucaramanga