Los viajes son aventuras donde la rutina siempre cambia. Los hoteles son ese hogar fugaz, que no dejan de ser un espacio para el descanso, el ocio y la intimidad, donde es necesario sentirse a gusto, tranquilo y confiado, condiciones que tiene que garantizar el “mozo de equipaje”, “fajín”, “el de las maletas’’ o botones, aquellos que visten elegante y reciben a los huéspedes con el fin de hacerlos sentir como en casa, donde las paredes y ellos no tienen oídos.
Lo que pasa en ese lugar debe morir ahí. “Es ética y profesionalismo, somos los confidentes de los que llegan a hospedarse, en una simple noche podemos conocer los secretos más grandes y de nuestra boca no sale nada”, dice Sergio Jaimes sobre su trabajo.
Esta profesión que requiere de gran paciencia, termina siendo determinante para el buen funcionamiento de un hotel. Cabe aclarar que por lo general, los botones están en hoteles de más de tres estrellas, que son casi 50 en Bucaramanga, y a pesar de ser una profesión que requiere de mucho sacrificio, su pago no supera la cifra del $1’500.000 pero es rentable por esas “motivaciones” o propinas que reciben.
Trabajo duro
Jornadas de ocho horas diurnas y nueve nocturnas, son los horarios laborales de Sergio, que antes era mesero y ahora trabaja como botones desde el 2011. El estado de ánimo, los problemas o las preocupaciones las debe dejar en casa, apenas llega a su lugar de trabajo y se pone su uniforme verde, gris o rojo, depende del día, la sonrisa y la servicialidad deben primar en él. El cansancio no puede ser protagonista, pues a pesar de estar casi siempre de pie, tienen que estar atentos a cumplir los deseos de los huéspedes. Se cree popularmente, que reciben este nombre por los botones de su uniforme, sin embargo, históricamente no hay información sobre el verdadero origen del nombre de esta profesión.

Para este hombre no hay rutina, cada persona que llega trae consigo una historia diferente. “Es impresionante todo lo que puede pasar por la cabeza de una persona que se ve que lo tiene todo, pero aun así me ha tocado ver lo más noble o lo más oscuro de esas personas’’, afirma Álex González, quien labora en otro hotel de la ciudad bonita.
Bucaramanga y su área metropolitana cuentan con 115 hoteles aproximadamente, que reciben a gran parte de los 5.448 turistas que llegan a Santander según cifras de Migración Colombia y el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo en el 2016. Lugares de prestigio como el Dann Carlton o el Holiday Inn, hospedan mensualmente a 120 personas y cuentan dentro de su personal con 5 o 6 botones que tienen que hacerse cargo de todos los viajeros, lidiar con genios distintos, egos diferentes y lo que más les asombra a estos elegantes empleados, los caprichos y secretos de quienes son por un tiempo aquellos que les dicen qué hacer o qué no.
En temporada alta (de junio a julio y de noviembre a enero) y en Semana Santa son los meses de más estrés para el botones, donde la paciencia tiene que estar más presente que nunca, pues los huéspedes, que llegan por cantidad, no son los únicos con los cuales hay que estar en una lucha constante. Los compañeros de trabajo, los jefes y el clima, también hacen que este difícil trabajo sea un reto, pues estar con un traje grueso que cubre el cuello, con mangas largas y con una camiseta abajo para evitar que el sudor haga de las suyas, no es nada sencillo, mucho menos en el clima de Bucaramanga, tierra caliente donde a pesar de que el día esté gris, el calor se desprende del suelo y crea un bochorno fastidioso.
“Es fundamental el respeto a los huéspedes, nunca pasarse de confianza con los demás. Siempre buenos días, buenas tardes o buenas noches, si cometemos un error o una imprudencia se escribe una carta a nombre del hotel y de uno pidiendo excusas’’, cuenta Sergio, sobre el protocolo que se debe seguir en caso de cometer un error.
El botones, aparte de llevar el equipaje de los clientes, también se hace cargo de algunas funciones de mantenimiento del lugar y de ayudar a sus compañeros, esto los hace estar en constante movimiento, y a pesar de ello, la presencia, entiéndase como apariencia, es fundamental en ese trabajo. Ser y estar impecable es necesario, pues ellos son la primera cara que los huéspedes ven, desde que llegan hasta que se van son responsabilidad del “bell boy” (“muchacho de la campana”, como también es conocido el oficio).

Personal de confianza
Para los huéspedes, en ocasiones estos personajes pasan desapercibidos, pero por lo menos una vez, marcan uno de los tantos viajes que realizan: “Siempre es curioso verlos y saber cómo es que tienen esa buena disposición todo el día. Muchas veces uno pasa de grosero por cuestiones de afán o porque en ese momento está ocupado, pero estamos de acuerdo al pensar que la labor de ellos es fundamental”, comenta con gracia Camilo Mojica, empresario caleño que visita Bucaramanga por cuestiones laborales.
En ocasiones parece que las humillaciones van a sacar lo peor de ellos, por lo menos eso sienten, sin embargo ahí está el toque especial y profesional que hace que no cualquiera pueda laborar en esta profesión: “Hay gente que por más plata que tenga parece que nunca tuvieron educación, nos gritan de todo, hasta insultos, nos dicen que si la plata de ellos no vale, uno simplemente responde que claro que vale y que por favor no sea irrespetuoso”, dice Carlos Torres, recordando algunos huéspedes groseros y explicando cómo se debe manejar la situación desde su experiencia en esta profesión.
Las ‘estrellas’
Los que han visitado un hotel que cuenta con más de tres estrellas, han sido testigos muchas veces de lo que tiene que pasar un botones, como Gerardo Carvajal, turista español que está en Bucaramanga por un viaje de negocios: “Es una profesión que existe desde hace mucho tiempo y en la mayoría de países, pero acá en Colombia la verdad que he visto un mejor trato a los botones. En países como Francia o España me ha tocado ver que pasan por cosas difíciles, sobre todo por malos tratos. Solo una vez vi que uno se salió de sus cabales, pero por más de que tenía el derecho a hacerlo, tengo entendido que perdió su trabajo”.
Hablar con ellos es como leer un libro de comedia o suspenso, es como escuchar una de esas novelas típicas donde el amor y el desamor son las que le ponen picante, es como reírse de algunas historias de las que cuenta un comediante cuando hace su rutina, con las cuales nos identificamos pues son situaciones de la vida cotidiana.
“Acá las personas que llegan pueden estar tranquilas. Dicen que guardar secretos es guardar pesares, pero en este caso guardar secretos también hace parte de nuestro trabajo. Tampoco es que si vemos algo que esté mal o sea ilegal lo tengamos que callar, eso ya es otro tema, pero sí somos como el diario de las personas, solo que el candado de ese diario es nuestra ética”, concluye Sergio, el botones de un hotel.
Por Andrés Felipe Álvarez Rubiano
aalvarez355@unab.edu.co