Por Camilo Rojas/ jrojas421@unab.edu.co
Entre casas construidas con madera y techos de aluminio yace un asentamiento humano, el 12 de octubre. En esta zona ha vivido sus 29 años Katherine Arévalo. Luego de algunos pasos fallidos en la búsqueda de su camino universitario en la UNAB, donde probó con Comunicación Social y Derecho, finalmente pisó firme y gracias a una beca de la Alcaldía de Bucaramanga, ahí pudo dar con su vocación: la Licenciatura en Educación Infantil.
Los colores del manantial es un proyecto educativo que busca brindarles a los niños de su comunidad color y brillo para sus vidas, a través de la educación como elemento transformador y de cambio social. La idea de poner en marcha este proyecto nació de un golpe de ilusión con su proyecto de grado, a raíz de las necesidades que día a día veía Katherine en su comunidad. Dicha idea contó con el apoyo de la coordinadora de prácticas del programa de Licenciatura en Educación Infantil, Liliana Bohórquez, quien es su asesora y tutora de proyecto de grado. “No dudó ni un segundo en apoyar este proyecto y mi iniciativa. Así empezó a surgir esta idea de los colores del manantial”, señala Katherine.
Acompañada por 4 estudiantes más del programa, el proyecto de escuela Los colores del manantial inició clases el 23 de junio, con 50 niños y niñas de la primera infancia que viven en la comunidad. “La mayoría de niños se enfrentan a una situación de extraedad escolar. Hay niños de 10 años y están apenas en segundo de primaria”, manifiesta Katherine. A pesar de llevar poco tiempo, el proyecto ha impactado fuertemente en la comunidad.
Impacto en la comunidad

Muchos de los niños de la comunidad que asisten a Los colores del manantial son migrantes, extranjeros y desplazados, quienes, por diferentes situaciones, no han podido gozar de mejores condiciones de vida y han encontrado refugio en este asentamiento humano. José Luis Arévalo, tío de Katherine y dueño de La taberna de Moe, lugar donde se dan las clases, manifiesta: “ahorita hay más venezolanos que colombianos en la zona. De los niños que vienen a la escuela hay muy pocos colombianos, pero eso no significa que hay que cerrarles la puerta. Sea de la nacionalidad que sea hay que ayudarnos entre nosotros”.
Con la apertura de esta escuela, niños que llevaban 4 o 5 años sin estudiar, finalmente han podido iniciar su proceso vital de desarrollo educativo. José Luis afirma que la decisión de arrancar este proyecto vino a raíz de que había muchos niños que no estaban estudiando y sí aprendiendo cosas malas en la calle. Además, a muchos padres de familia les sirve porque mientras ellos salen a ‘rebuscársela’, los niños pueden estar al cuidado de los profesores.
Muchos de los niños de la zona no se comunicaban entre sí por sus nombres, sino por apodos. Presentan carencias en sus procesos de desarrollo, muchas veces, no saben que tienen un apellido. Según Katherine: “así se llaman los papás entre ellos y los niños buscan hacer lo mismo. Estas situaciones fueron las que me impulsaron a mí a emprender este proyecto. Esto no es normal. Muchos padres son consumidores de droga, entonces ellos ven todo eso y terminan imitando”, dice Katherine.

Los colores del manantial busca que los niños y niñas reconozcan que el mundo tiene otros matices y comprendan que en la vida uno no puede ser indiferente a la cotidianidad. El nombre del proyecto surge del deseo de cambiar esos colores grises y opacos que han hecho parte de la vida de los más afectados por la pobreza y desigualdad del país, y darle color y brillo a estos niños.
Las clases buscan fomentar los procesos de lectura y escritura, además de los pensamientos matemáticos. Tiene como objetivo restaurar los conocimientos no adquiridos durante su proceso escolar básico y lograr una nivelación para acceder a los grados en los que, por edad, deberían estar, y puedan continuar sus procesos educativos en instituciones formales. Se busca también, desde el rol del maestro, repensar en una posibilidad equitativa para todos en donde no haya exclusión ni discriminación, y se combata la xenofobia.
María Fernanda López, estudiante de Licenciatura infantil de la UNAB, indica que: “acá tratamos de enseñarles por medio del juego y actividades. Dejar a un lado esa parte tradicional de guías, planas, y demás. No queremos que estén sentados toda una mañana, queremos que sea dinámico y diferente, eso nos diferencia”. A pesar de las pocas posibilidades que puedan tener los niños de la zona, tienen muchas ganas de aprender y eso es lo que marca la diferencia en Los colores del manantial.
Las expectativas a futuro están claras para Katherine Arévalo y quienes la acompañan en este proyecto: lograr la consolidación de una fundación que trabaje por el fortalecimiento, el bienestar y la garantía de los derechos de infancia de los niños en situación de vulnerabilidad. Ha sido vital la ayuda y la acogida por parte de la comunidad. donde hoy, decenas de niños encuentran la oportunidad de salir de las calles para construirse a sí mismos a través de la educación transformadora en el barrio 12 de octubre, zona baja de Bucaramanga.