Los feminicidios no acaban nuestras historias

Homenaje a María Fernanda, Luz Helena, Angie Paola, Manuela, Arly, Yuliana, Karina y a todas las mujeres cuyas vidas merecen ser recordadas más allá de los relatos archivados en la Fiscalía. Que sus historias no se reduzcan a ser un feminicidio más. Hacemos memoria con sus recuerdos. Ellas, para nosotres, aún viven.

Por: Sofía Hernández Pasachoa y Laura Niño Pinto / shernandez381@unab.edu.colnino820@unab.edu.co

María Valdivieso, una de las amigas de Manuela, entra en la habitación y escucha una melodía que se cuela entre las gotas de la ducha de su amiga. Es una canción de Anuel AA que de repente Manuela empieza a cantar a todo pulmón. María se ríe, pues tal vez ella aún no se ha dado cuenta de que todas sus amigas están en su apartamento.

Manuela y Paola vivían cerca del Caballo de Bolívar, cada una en una habitación en el mismo piso, pero la mayor parte del tiempo lo pasaban en la de Manuela y ese lugar se convirtió en el recinto seguro para su parchecito. De un momento a otro todas tenían su propia llave y podían entrar como “Pedro por su casa”, aunque eso sí, siempre con ese respeto y esa confianza que las caracterizaba.

Manuela sale de la ducha y su gata Mía le maúlla como anunciándole que sus amigas ya llegaron. Allí se permitían compartir desde lo más banal: quejas y gustos de las clases, de sus amistades, de sus parejas, de sus familias, hasta lo más profundo, sus sueños y sus miedos más ocultos.

Ese día Manuela le habló, a su combo de la carrera, sobre la idea que se le había metido de hacer una maestría en Educación Inclusiva. Mientras charlaban del tema sonó el timbre. Paola anunció su llegada y entró bailando la banda sonora del momento: “Yeezy” del mismo Anuel AA feat Ñengo Flow. Lo que sucedía ahí, siempre estaba ambientado por trap y reguetón, era ley.  

Para toda la vida

Manuela Betancourt Vélez, quien nos regañaría por usar el apellido de su papá en esta narración, y Angie Paola Cruz Ariza iniciaron su amistad en Cimitarra, Santander, cuando apenas eran unas niñas. Fue de esas amistades que, sin saberlo, perduran para toda la vida, en las que el tiempo se pasa volando entre juegos y en las que compartir secretos es fácil.

Manuela era una mujer muy parada, pero eso nunca le quitó la gentileza. Todos podían apreciar lo tranquila, servicial, dulce y dispuesta que era. Con su espontaneidad iba siempre un paso adelante de las situaciones y se daba ‘la pela’ por sus personas. Entre tantas similitudes que tenían, Paola, por su parte, era la mujer de carácter un poco más duro, una chispita que no se dejaba de nadie, pero que con sus cercanos era la más entregada, amable y cariñosa. Tal vez por eso ese par congeniaron tan bien.

Paola adoraba cocinar y cuidar del grupo. Siempre estaba pendiente de si sus amigas necesitaban algo, dispuesta a escuchar para dar un consejo, que, aunque difícil, lo daba con cariño. Era una mujer recochera, puesta pa’ esos planes donde el perreo siempre era hasta el piso.

De ser compinches de chinitas pasaron a ser ese apoyo incondicional en la vida universitaria, las dos entraron a la Universidad Industrial de Santander (UIS), Manuela en la carrera de Licenciatura en Español y Literatura, y Paola a Trabajo Social.

7 de febrero de 2020, 3:45 de la madrugada

En ninguna circunstancia se abandonaron. Ni en el momento más difícil, en el que la pareja sentimental de Paola, las asesinara en el mismo sitio que era, para el parche de amigas, un lugar seguro. Lo que sucedió esa madrugada, en esas paredes, no vale la pena seguir repitiéndolo, pero sí los recuerdos, las metas, los sueños, las anécdotas de dos amigas incondicionales, dos mujeres asesinadas por eso, por mujeres.

Grado póstumo

En un hogar de monjas ubicado en el Centro de Bucaramanga, vive una pelada de 17 años llamada Yuliana Rosales. No tiene contacto con su familia. Estudia ahí cerca y está en búsqueda de sus prácticas para poder graduarse, cursa undécimo. La necesidad de tener ese diploma que la certifique como bachiller es su sueño.

Empieza a trabajar en una papelería del barrio para poder conseguirlo. Allí conoce a Danitza Alarcón, quién será su compañera de trabajo y, luego, su amiga.

El trabajo iba bien y Yuliana empezaba a sentir la necesidad de irse del hogar. Tantas normas le impedían vivir como quería. Y el destino le presentó una oportunidad: a la papelería llegó Gustavo, un joven que terminó siendo parte de la aventura. Danitza le ayudó cuando Yuliana le dijo que quería escaparse e irse a vivir con ese muchacho que ya era su novio. Vivieron por casi 3 años.

La chinita se voló del hogar, dejó el avispero alborotado y con eso se llevó la oportunidad de terminar el bachillerato como quería. A pesar de todo, Yuli empezó a vivir un poco de esa libertad que soñó. Se mudó cerca de Danitza y eso les permitía “echar lulo” por horas hasta aburrirse. También podía leer el doble de lo que leía antes con los trueques de libros que hacían entre ellas. Eso la tenía dichosa. La trilogía, “Maravilloso desastre” de Jamie McGuire, fue la última lectura que intercambiaron.

Las cosas empezaron a salir bien después de huir del hogar. Yuliana consiguió trabajo como jefe de cocina en el Hotel Punta Diamante de Ruitoque. Disfrutaba mucho su trabajo, pues le encantaba cocinar como pasatiempo. Estaba cuadrando con un tío para tramitar la Visa y viajar en un futuro a Estados Unidos. Además, había recuperado el contacto con su padre, con quien iría a vivir en poco tiempo.

Todo estaba saliendo chimbita.

Pendientes que quedan volando

El sábado, 5 de febrero de 2022, Danitza recibió una visita de una amiga. Ya no estaba tan en contacto con Yuliana, debido a la distancia. Pues la chica, de ahora 21 años, se había ido para Lebrija con su papá.

– ¿Q´hubo? Vea que Yuliana me dijo que necesitaba hablar con usted de algo. 

Y con eso quedó pactado un compromiso que nunca se dio. El sábado siguiente, 12 de febrero a las 6:35 de la tarde, Yuliana fue baleada por un pretendiente resentido e incapaz de aceptar el rechazo.

Mujer trabajadora, con un gusto particular por los tatuajes y la ropa de colores monocromáticos. Compinchera como nadie, con el carácter de la mujer santandereana, De esas que cuando se enojan en serio no pueden ocultarlo, pues su rostro carmesí de rabia las delata. La Yuli que recuerdan en aquella papelería donde todo comenzó y que ahora recordarán por estas palabras que la conmemoran.

Las voces detrás de estas palabras

Queremos agradecer a las amigas y familiares de Manuela, Paola y Yuliana por permitirnos conocerlas un poco a través de sus palabras. Agradecemos que, a pesar del dolor que significa recordar, nos permitieran acceder a las memorias que hoy plasmamos aquí con todo el respeto posible.

Este es un ejercicio con el que queremos reflexionar sobre el feminicidio y la importancia de contar las historias de las mujeres más allá de su agresor. ¡Nuestras historias son mucho más que restos de maltrato y violencia! Nos hubiese gustado relatar la vida de las más de 20 mujeres asesinadas, solo en Santander, en 2022.

Qué hoy, 10 de marzo, rememoremos a todas las que nos faltan, cuyas historias parecieran desvanecerse con cada nuevo feminicidio. Abrazamos a esas madres, hermanas, hijas, tías y amigas que cada día se enfrentan y sobreviven al sistema patriarcal. Juntas seguiremos gritando desde nuestras entrañas: ¡Qué no nos falte ni una más!

Universidad Autónoma de Bucaramanga