Por René Palomino Rodríguez

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The Dead Don’t Die (Los muertos no mueren), el último filme de Jim Jarmusch, estuvo por Bucaramanga. Como era de esperarse no duró más de una semana. Aun así, algunos seguidores de este genio del cine independiente norteamericano pudieron apreciar esta cinta en donde juega con la narrativa zombi.

En su anterior película “Solo los amantes sobreviven” la pareja de vampiros protagonistas, llamaban “zombis” a los humanos.Como una suerte de crítica por su comportamiento homogéneo y alienado. Y debido a la malnutrición generalizada, la sangre humana no era de buena calidad para el consumo de la comunidad linfadependiente. Los refinados vampiros tuvieron que contratar los servicios de un avaro hematólogo para obtener su alimento más purificado.

En esta ocasión, los que esperaban una hecatombe zombi, habitual en las películas de este tipo o en la series como The Walking dead, se quedaron con los crespos hechos. En su lugar, el filme en un tono de comedia negra estilo hermanos Coen o Todd Solondz, habla con pesimismo de la condición humana.

“Esto solo puede acabar mal”es la frase que repite el oficial Ronald (Adam Driver) a lo largo de la película, y es una frase que se vuelve una voz interior reiterativa. El relato zombi de ficción a veces parece un retrato de la realidad. Los zombis renacen y van en busca, además de la carne humana, de aquello que más hacían o consumían en su vida terrenal. Entonces se ven a unos simpáticos grupos de zombis buscando “wifi”, otros pidiendo “bluetooth”, algunos, café; y otros más desesperados solicitando oxicodona y otros opioides.

El uso del fracking en los círculos polares hace que la tierra pierda su eje de inclinación, los días se hacen más largos, las colonias de animales huyen a la zona rural del pequeño pueblo de Centerville. Un granjero huraño con una gorra que dice “Keep white America again” (conserve a América blanca otra vez) (Steve Buscemi) sospecha que alguien, tal vez un negro, le está robando los animales.

El jefe de Policía Cliff Robertson (Bill Murray) del pequeño pueblo no sabe a qué se enfrenta ni ninguno de sus compañeros. Los únicos que entienden qué puede suceder son Bob, el ermitaño (Tom Waits) y Zelda Winston (Tilda Swinton), la excéntrica propietaria de la funeraria del pueblo. Cuando la situación se torna crítica, todo entra en una espiral absurda, los representantes institucionales no tienen ningún plan, se refugian en la comisaría esperando que alguien los salve, mientras cada uno se defiende como puede.

Este filme fue criticado en su lanzamiento en el pasado Festival de Cannes. Se decía que era una película con chistes de padre. Que Jarmusch a sus 65 estaba nostálgico. Y tal vez sea así. El cine de Jarmush está permeado por una continua reflexión política, sus personajes están lejos de los estereotipos hollywoodenses. Son migrantes, marginados, o ejercen roles laborales comunes y corrientes. Pero siempre se establece en los relatos una conciencia filosófica. Sus personajes son dignos porque están constantemente en búsqueda de un mundo en donde se valore la condición humana y sus formas atípicas de estar en él y comunicarse. Tal vez por ello el filme de Jarmusch es un grito cómico muy serio. Una reflexión acerca de un sistema de comercio y de consumo exacerbado y de que eso tan extraño que le está sucediendo al planeta, es culpa de nuestras acciones.

Universidad Autónoma de Bucaramanga