‘Los Nadie’ es una de las recientes películas colombianas que lamentablemente no sobrevivió una semana en la cartela bumanguesa. Lo cierto fue que el público local se perdió una pequeña joya que, al igual que otras películas colombianas, pasó desapercibida. Por este motivo, se hace pertinente escribir este texto para arrojar luces sobre sus aciertos y que el público colombiano no le pierda el rastro.

Esta es la primera película del antioqueño Juan Sebastián Mesa que surge por el deseo de narrar el extraño sentimiento de querer irse del lugar donde se nace. Él junto a su grupo de amigos de la universidad, entre ellos el productor José Manuel Duque comenzaron a tra- bajar como un colectivo que quería hacer cine. Una de sus primeras obras fue ‘Kalashnikov’, cortometraje que narra la historia de un campesino que vive con su hijo en una casa humilde, y que un día les cae en el patio una caja repleta de armas. Este hecho los llevó a una encrucijada.

La idea de ‘Los Nadie’, que inicialmente se pensó como un cortometraje, surge a partir de un viaje que hizo este ‘parche’ por Suramérica, donde se encontraron con malabaristas y aventureros. La idea de libertad de esos sujetos les inspiró a narrar esta nueva historia.

“El Pipas”, “La Mona”, “Manu”, “La Rata” y “El Mechas” son los nadie. Habitan dentro y cerca de una de las comunas de Medellín, conviven en un entorno violento que han aprendido a esquivarlo. Desarrollaron su propia ética que escapa a las imposiciones morales de los adultos y a los prediscursos establecidos por la sociedad; son escépticos, e incluso algo indiferentes con las desgastadas formas de violencia, anarquía y emancipación en la que han caído las generaciones que los preceden. Al igual que otros jóvenes buscan su lugar en el mundo, y algunos de ellos, sin ninguna pretensión, han hecho del arte una forma de vida, “El Pipas”, por ejemplo, compone letras, tiene una banda de punk, dibuja, hace tatuajes y también cuenta con cierta destreza en el arte del malabarismo.

En este universo, en el que cada uno tiene diferentes problemas y muchos quieren escapar de sus hogares -aunque el relato no refiere abusos o grandes conflictos que recaigan sobre ellos-, sí manifiestan un desgaste o un desencanto frente a estos núcleos familiares, la violencia y la desesperanza generalizada. Estas situaciones generan en el grupo códigos de hermandad y lealtad espontáneos, el que sabe un oficio le enseña al otro sin esperar nada a cambio, el que tiene algo de dinero y sabe que el otro no tiene, le comparte sin establecer ningún tipo de contrato.

En el sistema de valores que establecen estos jóvenes el dinero no es importante. De hecho, deja de ser relevante todo lo que la sociedad así considera como la obligatoriedad de hacer algo, estudiar, adquirir un empleo formal. Todo esto lo ven como una trampa que mina su libertad; elementos fundamentales del ocio popular como la televisión y el fútbol son calificados por ellos como acciones sin sentido, distractores de débiles mentalidades. En lo que todos coinciden es en la idea de irse, abandonar esas calles y esa comuna, ir al sur y recorrer Suramérica. Esa idea del viaje está presente en toda la película y se va materializando de una forma orgánica y tranquila, sin reservas, dinero, ni tiquetes, sólo con el deseo de la aventura y de libertad: una libertad que no es gratuita e inherente a su juventud, es más la convicción del deber escapar de ese entorno sin sentido, en el que saben que no hay nada para ellos, y como no hay nada, no hay nada que perder. Ese sentimiento les otorga la libertad de hacer con sus vidas lo que les plazca, lo que también es una acción muy “punk”.

Otro elemento que se destaca en la película es la construcción de los diálogos a partir de la jerga juvenil de la ciudad, que ya existe en anteriores películas. Hay cierta relación con el cine de Víctor Gaviria, pero en esta oportunidad la jerga representa su forma de ver el mundo. Es rica, caustica y callejera y configura implícitamente una perspectiva genial en la que estos jóvenes tatuados y agujereados critican a la sociedad que les ha dado la espalda.

Por René Alexander Palomino*
rpalomino@unab.edu.co
*Docente del Programa de Artes Audiovisuales de la Unab.

Universidad Autónoma de Bucaramanga

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