Por María Lucía Bayona Flórez / mbayona560@unab.edu.co

La intención de vestir bonito a la gente era interesante, y la competencia era inmensa. Entonces querer servir a la comunidad de esta forma fue un reto para nosotros los sastres”, expresó José Duarte, sastre de Casa Aldi, que labora en esta profesión hace 50 años.

La moda masculina de aquel momento inspiraba a decenas de hombres a dedicarse a confeccionar sobre la medida del cliente pues la demanda era altísima, ya que, vestir un traje completo día y noche era casi que una obligación moral para los hombres de la época, además, era usual man- dar a hacer la ropa, pues no había tiendas que vendieran listas estas prendas y su hechura completa alcanzaba los $700. “Uno hasta veía niños pequeños en la calle usando su pantaloncito de dril y la chaqueta”, manifestó entre risas José, y añadió que llegó a ser algo completamente normal ver a todos los varones vistiendo esta prenda tan elegante.

La mayoría de estos negocios se concentraron en las inmediaciones del parque Centenario, en la calle 33 con carrera 17, pues tal sector representó un impacto comercial en Bucaramanga y estos hombres quisieron aprovechar tal oportunidad económica. La importancia de este lugar dio paso a que el flujo de personas en las sastrerías fuese bastante grande. “Antes se veía el trabajo y la platica”, añadió José, “venga, ¿cuántos era que entraban al negocio?”, le preguntó a su colega e hijo del fundador de Casa Aldi, Claudio Díaz, a lo que este respondió: “Unos 30 o 40, siempre se atendían muchas personas”.

Paso a paso de la creación

Confeccionar una prenda llegó a convertirse en una tarea fácil para los sastres, debido a la costumbre que lograron al trabajar día a día en esta labor. Tomar la tiza triangular característica de cualquier costurero, marcar rápidamente los trazos con las escuadras de madera a partir de las medidas tomadas y cortar, puede tardar cerca de dos horas y media, siendo este el siguiente y más extenso paso de la elaboración.

En el caso del pantalón, la prenda más solicitada por los clientes desde el surgimiento de las sastrerías, el proceso toma menos tiempo. Cuando las pie- zas de la tela están listas, pasan a la sección del fileteo, cuya propia máquina de coser crea unas mallas en los extremos de la tela para evitar que esta se deshilache. Se prosigue con la adición de los bolsillos, y luego se arma el pantalón en la máquina de coser, haciendo uso de hilos codas calibre 120. Esta producción puede tardar hora y media, dependiendo de la misma agilidad del sastre.

Se ponen el cierre y los botones después de que el pantalón esté armado, y el proceso finaliza con el planchado de la prenda. La creación completa no demora más de un día, si el cliente lo necesita de inmediato, pues para el sastre José Antonio Villalba, “lo más importante de este oficio es el pronto cumplimiento al cliente”.

El estilo de los trajes se ha mantenido desde su modelo inicial, solo ha tenido cambios mínimos en detalles y acabados. / FOTO MARÍA LUCÍA BAYONA F.

Los años de oro

Entre 20 y 30 años se mantuvo el auge de las sastrerías en la ‘ciudad bonita’. Se alcanzó a contratar al menos 25 personas por negocio, por supuesto, dependiendo del tamaño del local. Por lo general, muchos tenían talleres satélites distribuidos en la ciudad, ya que debían atender una gran cantidad de encargos pues una sola persona llegaba a solicitar la confección de hasta tres trajes por pedido, y el horario laboral se extendía unas 12 horas diarias. “Algo esclavizante, estar sentado todo el día en la máquina era duro, jodido, pero es chévere”, afirmó José.

La situación no se tornó tan compleja como la viven los sastres hoy día. En los años 80, las ganancias eran gratificantes, aspecto que satisfizo por completo a quienes desempeñaban este oficio. En promedio, el beneficio diario rondaba los 400 pesos, y al mes lograban adquirir hasta $15.000, como lo expresó Iván Núñez, quien fundó Sastrería Núñez en 1979, un momento preciso para alcanzar el éxito en poco tiempo. Hoy en día, esos 15.000 pesos equivaldrían a 2’100.000 pesos, en promedio, pero no es posible disfrutarlos como sí se podía en ese tiempo.

Los hijos de los fundadores de estas fábricas siguieron el camino de sus padres al involucrarse en este arte desde jóvenes, algo que fomentó el desarrollo de las empresas para que siguieran funcionando durante más años, pues las sastrerías fueron administradas por el respectivo núcleo familiar de quien las fundó, como ocurrió con Claudio, que, tras la observación y el interés de preguntarle a su papá cómo manejar una máquina de coser, pudo iniciarse en este arte. Claudio agregó que vio la necesidad de estar presente en Casa Aldi, para aprovechar también el buen momento de las sastrerías en ese entonces.

La llegada del blue jean impactó la moda masculina al igual que el uso de las camisas informales, por lo que se dejó completamente de lado vestirse con un traje. Y otro factor detonante, por supuesto, fue la globalización de los años 90. Las importaciones tomaron un papel importante en la forma de vestir de las personas, pues muchas marcas extranjeras se posicionaron en el país y los clientes de las sastrerías dejaron de mandar a hacer sus prendas.

Además, se perdió la paciencia de esperar hasta semana y media por la confección de una pinta completa. Y si querían adquirir un traje formal, incluso, tenían la opción de dirigirse a tiendas que ya los vendían completos, incluyendo corbatas y mancuernas.

Poco a poco las sastrerías desaparecieron, si en una cuadra se encontraban 10 de estos negocios, ahora no hay ni uno. Y estos hombres que quisieron seguir con sus almacenes, afectados por la situación, tomaron la decisión de adaptarse a las nuevas necesidades de los consumidores.

Así mismo, a finales de los 90, los costureros optaron por iniciarse en la confección y arreglo de prendas femeninas, pues limitarse a trabajar para los hombres no resultó útil para ellos. Pero muchos de estos negocios mantienen su posición de elaborar únicamente ropa de caballero. Ahora se pueden tener hasta 10 personas que ayuden en la creación de la ropa, y por lo general son adultos mayores que llevan toda su vida trabajando en este medio y todavía se sienten capaces de elaborar atuendos. “Los jóvenes no están dispuestos a ejercer este arte, y conseguir personal es muy complicado. No hay personas capacitadas, y esto se convierte en una amenaza para la sastrería”, con un leve tono de decepción y el ceño fruncido, explicó José Antonio.

Universidad Autónoma de Bucaramanga