
El protagonista de esta historia lleva 13 años por fuera de las filas del Ejército de Liberación Nacional, Eln. De Arauca viajó a Bogotá, de la capital a la zona rural de Simacota, Santander, y de allí a Bucaramanga. En ese viaje clandestino ha cargado con muchos recuerdos y secretos, los cuales ha ido develando en la medida que su proceso como reintegrado ha avanzado. Es uno de los 624 desmovilizados que ha culminado el proceso voluntario de reintegración a la sociedad en Santander a través de la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR), sin interrupción alguna.
Salir a la luz no ha sido fácil. Como asegura, “de repente se acuerda uno que ha estado en el monte y luego se ve en la ciudad. Es raro, pero no se puede echar para atrás. Las decisiones que se toman de se deben asumir”, expresa con voz fuerte, pero segundos después las frases se entrecortan cuando se le pregunta si desea revelar su nombre para esta historia.
—Si usted ha tenido la valentía de decir quién ha sido, quién es y qué quiere para su futuro y el de miles de reinsertados, ¿por qué no decir su nombre?
—No es fácil. Me libraré de esto el día que el Eln firme la paz con el Gobierno. Me volé de las filas y si me encuentran hasta me pueden fusilar. Debo proteger a mi familia. No es fácil desprenderse de la clandestinidad, pero más difícil aún es vivir con el dedo del vecino señalando.
Así comienza la conversación con Andrés*, un hombre de 46 años que hoy, entre agujas, pijamas, máquinas de coser, tijeras, moldes y tubos de hilos, pasa los días soñando con sacar adelante una microempresa familiar de confecciones y borrar el pasado como guerrillero de este grupo insurgente.
En un encuentro con empresarios programado por la actividad Agencia Colombiana para la Reintegración, tímido y tembloroso, Andrés subió a la tarima, tomó el micrófono y le pidió a un grupo de 50 empresarios que le ayudara a cumplir un sueño: “trabajar honestamente y consolidar mi empresa Para que otros personas como yo tengan la posibilidad de reintegrase a la sociedad y servirle a Colombia. El país nos necesita».
Ese día fue escuchado y aplaudido. Algunos usaron las cámaras de los celulares y las tabletas electrónicas para fotografiarlo y hacer videos. Aún no sabe qué efecto generará esto en su entorno personal, pero reconoce que es necesario dar la cara para conseguir una segunda oportunidad en este sector productivo. Por esto accedió a que 15 lo visitar en su casa y conociera cómo pasan sus días frente a lo que él llama “un instrumento de esperanza”, una máquina de coser.
Se declara optimista y ahora más que nunca sabe lo que significa este proceso para los más de 1.500 guerrilleros que integran las filas del Eln, dado que el 10 de octubre el Gobierno y esta organización guerrillera anunciaron que iniciarán sus conversaciones en Quito, Ecuador, y que la primera semana de noviembre comienza el diálogo sobre el primer punto de la agenda: Participación de la Sociedad Civil en la Construcción de la Paz.
De lucha en lucha
La Operación Anorí fue uno de los principales golpes que recibió el Ejército de Liberación Nacional en 1973. Fue adelantada por uniformados del Ejército y la Policía, así como personal del extinto DAS (Departamento Administrativo de Seguridad), quienes patrullaron durante tres meses y quince días los municipios de Anorí y Amalfi, en el nordeste antioqueño, donde los guerrilleros adelantaban labores informativas y de reclutamiento. Según se conoce, cayeron dos de los hermanos de Fabio Castaño Vásquez, uno de los fundadores del Eln. Ellos eran Antonio y Manuel.
Andrés, quien nació ese año, narra este hecho del conflicto armado para introducirse en su historia personal como guerrillero. “Fabio Castaño sale para Cuba, donde se dicen aún vive, pero no se sabe. Alias “La Mona” (Leonor Esguerra Rojas) fue una de las que quedó jugando un papel importante en la guerrilla. También quedó alias “Gabino” (Nicolás Rodríguez Bautista). Todos pensaron que el Eln había sido derrotado, pero no fue así. Poco a poco se fueron rearmando hasta llegar una zona campesina cercana a Arauca, en la vereda Caño Rojo, donde mi padre tenía una finca”, recuerda este desmovilizado.
Los que para 1983 empuñaron las armas en esa zona del país, según revela Andrés, se unieron al Frente Domingo Laín Sanz de Arauca. No fueron bandidos ni mucho menos delincuentes, comenta el araucano. “Eran los obreros y vecinos de la finca de mi papá a los que nadie les impuso la causa. No se sabía mucho de la guerra. Lo que buscaba la población civil era que se les cumplieran las peticiones que habían hecho durante el Paro Cívico Nacional de 1977. Muchos entramos a combatir para presionar al Estado por medio de las armas. Mirábamos que este país era muy rico, pero el campesino no tenía ni salud, vivienda ni educación. Por eso para mí y para muchos otros la guerra fue válida”, explica.
Tenía 10 años cuando ingresó a las filas. Su lucha armada como integrante de esta guerrilla se extendió por 23. Hoy completa 13 fuera del Eln, toda una odisea, como él lo califica. “Fue a los 33 cuando decidí no apostarle más a la guerra. Ya tenía cuatro hijos con cuatro mujeres distintas. No quería que ellos siguieran ese camino, quería educarlos y conocerlos”, asegura.

“Pensé que sería una carga”
Esto fue lo que le dijo Andrés a los asistentes al foro “Roles y retos del sector empresarial frente al proceso de desarme, desmovilización y reintegración (DDR)”, organizado en la sede de Fenalco Santander.
“Los que llevan la guerra en sus hombros son los pobres, porque usted nunca mira a los hijos de un presidente con un fusil al hombro combatiendo la guerrilla y a la delincuencia. Los comandantes de los altos mandos de la guerrilla tampoco mandan sus hijos a la guerra. Los mandan a países socialistas y allá se preparan como ideólogos”, explicó a los asistentes.
“Me decía, cómo hago para desmovilizarme si nadie me conoce, si solo sé utilizar las armas. Era de la intendencia de Arauca, la escuela más cercana me quedaba a cuatro horas, y cuando llegaba la presencia del Estado era el DAS. Nos robaban las vacas y las mulas para venderlas. Sembrábamos plátano y yuca y no teníamos a quién venderle. Fue entonces cuando en la vereda Caño Rojo se formó una organización campesina para acabar la corrupción y el abandono del Estado. Fue así como ingresé al Frente Domingo Laín Sánz”, añade.
Antes de bajar de la tarima y de recibir el aplauso de los asistentes, Andrés entregó sus últimas palabras. “No sé hacer nada. Hoy día le pido a los empresarios que no le tengan miedo a los desmovilizados. Muchos van a las malas, pero otros como yo fuimos a la guerra sin saber qué era eso”.
“Sueños entre costuras”
En una calle empinada de un barrio popular y sin legalizar, ubicado en la Comuna 4 de Floridablanca, se ubica la vivienda y la microempresa de confecciones de Andrés y su familia.
Cuentan con variedad de máquinas. Él se extiende en detalles y explica cómo ha conseguido cada uno de estos aparatos y para qué sirve. En su discurso le impone mucho entusiasmo a cada palabra. Ve en estos aparatos una especie de lámpara de Aladino; los frota al pasar y reitera que algún día su empresa marcará la diferencia.
La primera de sus máquinas la consiguió su esposa. Se capacitó en el Servicio Nacional de Aprendizaje, Sena, y de ahí saltó a trabajar en otras microempresas. En una de ellas, y como parte de pago, consiguió dicho aparato. Ambos aseguran que “trabajo sí hay”. Basta con tomar el periódico, revisar los clasificados y llamar a las empresas que solicitan ensamblar piezas, bordar o filetear.
Es un espacio en el que trabaja la familia, pero la idea de Andrés es que su microempresa tenga un sentido más allá de lo económico. “En 2007 empezamos con el trabajo. No nos rendimos, buscamos por donde sea salir adelante. La mayoría del trabajo sale en temporada. No es fácil, pero tampoco imposible”, comenta mientras le quita los hilos que le sobran a un pantalón de bautizo.
“Estoy pensando en una empresa que además pueda generar empleo. Le digo a los empresa- rios que me ayuden para salir adelante”, dice mientras recuerda su presentación en el evento de la ACR.
Después de hora y media de conversación, se levanta de la silla y con ánimo abre una vitrina. “No se le olvide que también vendemos pijamas para niño, niña y damas. Por si le interesa con regalo, yo se la puedo vender”. Lo dice en tono jocoso y a la vez realista. Si la lucha en el monte fue dura, ofertar sus productos al interior de una humilde vivienda y lograr llevar su mensaje a los empresarios, es tal vez el obstáculo más difícil de superar.
Si bien la microempresa le ocupa la mayoría de su tiempo, no descuida otras prioridades. Una de ellas es recuperar la tierra que la delincuencia común le quitó luego de las desmovilización del Bloque Central Bolívar. Es paradójico, pero Andrés fue a parar al bajo Simacota, la cuna del mito fundacional del Eln, luego de haber iniciado su reinserción a la vida civil. Allí compró una finca con la ayuda de su familia que hoy hace parte del proceso de restitución de tierras.
—Antes de despedirnos, ¿y si fracasa en su sueño como empresario? ¿Tiene otra opción?
—He trabajado como obrero en construcción y podría dedicarme a eso, pero confío en lo que siento. Soy novato en muchas cosas, pero mi visión sobre el país ha cambiado. Ni el empresario, ni el ciudadano de a pie son mis enemigos. Todos podemos hacer que el país crezca.
*Nombre cambiado a petición de la fuente por cuestiones de seguridad.
Por Xiomara Montañez Monsalve
xmontanez@unab.edu.co