Al preguntarle a Luz Marina Ramos si conoce la historia de Mary Sheperd, una mujer que un día se estacionó en una furgoneta frente a la casa del dramaturgo británico Alan Bennett, responde con un gesto de no tener la menor idea. Cuando se le cuenta que Sheperd vivió durante 15 años en el vehículo y que por su avanzada edad fue sacada por las autoridades de salud y que luego falleció una noche en los asientos traseros del carro, voltea la mirada, cambia el tema y responde: “Si usted viera, tengo este carro lleno de ropa”. Las carcajadas de su parte no se hacen esperar.
Así inicia el tour por el Honda Civic, color azul oscuro, de placas BUF 692, de Bucaramanga, en el que no le cabe nada más. Sí. La historia parece ser una copia del relato de Bennett que fue llevada al cine en 2016 bajo el título de “The Lady in the Van”, del director Nicholas Hytner. Pero ocurre en la capital santandereana, en el barrio Candiles de la Comuna seis, en la carrera 13 # 51ª – 69, justo al lado del edificio Mirador de Candiles. Allí se encuentra ‘parqueada’ la casa de cuatro llantas de Luz Marina Ramos.
Tiene maletas, ventiladores y elementos que para alguno sería solo chatarra. En realidad son objetos que le regalan y que conserva con cariño. Una de esas reliquias es un radio en el que solía escuchar música y noticias, hasta que las pilas se le acabaron. Esa pequeña distracción que la sacaba de la rutina diaria pasó a un segundo plano.
Durante diez años el Honda Civic ha sido el refugio de esta mujer, el que la ha protegido del sol, la lluvia y los fuertes vientos. Nadie lo ha movido de ese lugar.
Marina llegó hace 25 años a Bucaramanga en compañía de su tía Flor Garrido. Su familiar, en un intento por protegerla de los maltratos que le hacía pasar Facundo Ramos, padre de Marina, decidió sacarla de Bogotá: “No aprendí a estudiar. Cuando era pequeña, mi papá me castigaba duro, me pegaban con garrote. Una vez que me llevó al médico, este me dijo que era aturdida, que cuando uno es pequeño no se le puede pegar por la cabeza. Si a uno le explican las cosas con paciencia y amor, uno aprende”, expresa la protagonista de esta historia.

La condición del viaje era que ayudara en la casa con las labores de aseo. “Le ayudaba a lavar la ropa, a hacerle aseo a la casa, limpiar los vidrios, pero lo que más me gustaba era cocinar”, dice Luz Marina, quien añade que por un tiempo la convivencia fue armónica, hasta que ciertas situaciones empezaron a incomodarla: “Mi tía me llevaba a un culto de los Testigos de Jehová, no me gustaba, y si no iba, se ponía brava conmigo. Le decía: no tía usted todos los días para ese lado, vamos para otro sitio. Eso gritaban, lloraban, se movían extraño y yo lo único que quería era salir corriendo de ese lugar”, recuerda.
Luego de 15 años junto a su tía, esta falleció de un paro cardiaco. Fue entonces cuando quedó al cuidado de sus primos y se convirtió en víctimas de los malos tratos y de los robos constantes de dinero. Después la sacaron de la casa sin importar el destino que
tuviera. En un intento por recuperar su vida, regresó a Bogotá a vivir con su hermana Dulcely que ya estaba casada. Su presencia no le agradó a su cuñado y también tuvo que partir del lugar. El frío de esa ciudad la hizo regresar, fue atropellada por una motocicleta y el impacto le fracturó una pierna que no sanó del todo bien. Recuerda que el clima de la capital le helaba los huesos y que de vez en cuando aquellas épocas regresan a su mente y cuerpo, pues se le duermen las piernas y padece dolores.
Es la tercera de siete hermanos, tres mujeres y cuatro hombres, lo que no ha sido garantía pues no cuenta con ninguno para salir adelante. Su vida no es nada distinta a la de un habitante de calle; lo particular es que vive en un carro, sus vecinos la conocen y la ayudan con las cosas que necesita, como en el caso de Teresa Manrique, quien le dona elementos de aseo y comida. “Le encantan las pastas con pollo”, dice la vecina.
La ‘casa’ rodante
El carro era de Álvaro Jiménez, un hombre que vivía en el mismo barrio y trabajaba vendiendo objetos de tubería. Cuando el auto comenzó a fallar y lo llevó al mecánico, resultó que los repuestos eran muy costosos, así que Jiménez tomó la decisión de abandonarlo sin ningún remordimiento. Luz Marina debía encontrar un lugar dónde dormir, le pidió permiso, y desde entonces ha pasado una década.
La mujer tiene las llaves del vehículo y para cuidar sus cosas, asegura su nave y le pone candado cuando se va en las mañanas a vender la chatarra que recoge la noche anterior. Eso, claro, cuando encuentra cosas para vender.

Cuenta que a veces gana 2.000 o 3.000 pesos, y que eso le permite comprar leche, pan, chocolate o lo que le alcance. Marina también recoge dinero cuidando la calle en donde vive, vigilando los carros y no dejando que nada malo pase. “Algunos me agradecen y me dan dinero, comida o ropa, pero otros simplemente dicen que no tienen dinero. Si veo algo extraño, corro y aviso”, cuenta.
Las canas, arrugas, mal genio y la falta de unos cuantos dientes revelan que supera los 55 años, pero asegura que tiene 36. Evelia Rincón, una vecina y dueña de la casa en donde se baña, lava la ropa, va al baño y cocina de vez en cuando, asegura que hace cinco años vio el documento de identidad y que para ese entonces tendría 45 años. Sin embargo, el documento se perdió.
A la deriva
Su compañía son un perro llamado “Tribilin”, que está con ella en algunas ocasiones, y sus mininos. “Tengo seis gatos porque la negrita “Garusa” tuvo cuatro gaticos, y a ‘Niña’, que la dejaron tirada”, cuenta Marina.
Los animales son su felicidad. A ‘Garusa’ le construyó una cama para cuando nacieran los “bebés”, pues no quería que pasaran frío.
Algunos vivientes del barrio Candiles no están de acuerdo con que ella ocupe un espacio en la calle y de vez en cuando llaman a Tránsito de Bucaramanga para que se la lleven. Cuando llegan los funcionarios los enfrenta: “¿y usted porque es tan odioso?”, les
dice. Y ellos le responden que “es lo que mande la ley, no usted”. Pero a pesar de todos los intentos por sacarla, se defiende apelando a los sentimientos: “¿Es que usted no tiene papá, mamá, hijos? ¿No tienen nada, no les duele nada? ¡No se les da nada dejarme en la
calle!”. Evelia Rincón la ha visto en varias ocasiones discutiendo con los agentes de Tránsito. Dice que es una mujer de carácter, que no se deja de nadie. “Cuando quiere algo es muy amable, pero de resto es complicado tratarla”, asegura.
Rodolfo Hernández, el dueño de la cafetería del barrio, cuenta que varias personas le han ofrecido trabajo y que la mujer no se “amaña” en ningún lugar. “Se está por unos ocho días y sale de pelea con los patrones”, explica el comerciante. A pesar de todos los problemas, complicaciones y dificultades que la calle puede tener, no le han hecho perder la vanidad. A Luz Marina Ramos le gusta cuidarse y comer cosas que no le hagan tanto mal al cuerpo: “De tomar me gustan las gaseosas, la Poni Malta o Kola Hipinto. Coca-Cola no porque he escuchado que esa hace daño. No me gusta fumar, el olor me da fastidio, por acá vienen unos muchachos a consumir, pero los saco corriendo”.
Mientras organiza las cosas dentro del carro, cuenta que al escuchar que la protagonista de la historia de Alan Bennett se enfermó y que tuvo que ser trasladada a un asilo para ser atendida, responde que solo ha padecido gripe, que nunca se ha enfermado de gravedad y jamás ha ido a la clínica: “Cuando me da gripe la gente me ayuda. Digo que me siento malita, que me duele la cabeza y los vecinos me dan pastillas con agua de panela”.
No habla sobre el futuro. Solo recuerda la promesa que su hermana Dulcely le hizo, y es que regresará por ella para que tenga una vida más cómoda.
Por Daniela Victoria Gómez L.
dgomez192@unab.edu.co