Mientras juega fútbol y liquida con una rabona, Julián resalta de los demás. Quizá por sus grandes lentes rojos, que desentonan del impecable estado con el que luce su uniforme o lo más probable por un rostro que lo delata. Julián padece síndrome de Down y es una de las 857.132 personas con algún tipo de discapacidad en Colombia. Él como otros 118.326 niños (hasta los 14 años) con discapacidad hoy pueden convivir dentro de un espacio lleno de vida y energía como el colegio.
Todo salón de infancia se colma de extravagantes dibujos, juegos y organizadores. Pero las actitudes son las que cuentan. Dentro de las cuatro paredes festivas se comparte y se respeta, pero sobre todo se aprende. De este proceso de enseñanza se encargan los maestros que en su día a día se enfrentan a educar diversas personalidades como las todavía invisibles, personas con discapacidad.
En Colombia hacen parte del sistema educativo alrededor de 570.049 personas con discapacidad. En Bucaramanga 6.088 (1,2 %) personas padecen algún tipo de discapacidad física o mental y 513 ejercen el derecho básico a la educación en los 97 colegios tanto públicos y privados ubicados en Bucaramanga y su área metropolitana. Pero no todos los colegios cuentan con docentes especializados o “sombras” (personal de apoyo) que se encarguen de facilitar el aprendizaje a este sector.
Servicio a los demás
Lucero Infante Velandia es una docente de apoyo de la Escuela Normal Superior. Es una persona que durante sus horas laborales esconde su voz tranquila para dedicarse a la actuación. Juguetear con sus manos y exagerar expresiones permite que sus alumnos con sordera puedan recibir las lecciones de matemáticas o español.

Es contadora por culpa de un cartón, pero es maestra por religión, “solo Dios sabe, cuando en una ocasión anunciaron unos cursos de lengua de señas en mi congregación decidí aprender”, dijo Lucero quien tiene como mantra principal servir a los demás.
Durante sus 23 años de trabajo siendo intérprete de lengua de señas reconoce que el sistema educativo no ofrece estrategias de acercamiento a la comunidad sorda, pero los docentes deben “dar las herramientas adecuadas de acuerdo con las necesidades y habilidades que cada persona posea”. Como maestra conoce su trabajo, es organizada y domina la metodología para enseñar a quien no escucha. Lo esencial para ella es la preparación, “conocer previamente el tema para buscar la terminología en lengua de señas”, formar “códigos lingüísticos”, pero sobre todo entender la cultura de una comunidad minoritaria que quizá ve un mundo más dichoso, reflexiona en la grandiosidad del silencio y se priva de atender comentarios insustanciales.
Otra maestra dedicada a enseñar a personas con discapacidad es Sonia Patricia Díaz Orozco, una mujer coqueta, pulcra y siempre maquillada, quien también hace parte de la comunidad, pues padece baja visión.
De la Universidad Autónoma de Bucaramanga se recibió como magíster en Educación y especialista en “Necesidades educativas e inclusión”, especialización que actualmente recibe el nombre de “Educación inclusiva”.
Sonia Patricia –como sus estudiantes ciegos– define su vida con sonidos y texturas. Dedica su comunicación al habla y desarrolla el sentido del tacto para leer y escribir por medio de un sistema de puntos en relieve (braille) que para un vidente es un reguero de marcas sin sentido en un papel.
Como docente recalca, alzando la mano y apuntando con el dedo índice al cielo, que “la educación es un derecho y es para todas las personas”.
En su jornada laboral recurre a cuatro pasos para enseñar e incluir a todos sus discípulos. Primero, planea “debo pensar en todos mis estudiantes. La planeación va centrada en mis estudiantes no en los temas”. Después de conocer a las personas que tiene a cargo para formar, revisa el currículo y las competencias a alcanzar, “de acuerdo con el estudiante hago una flexibilidad”. Menciona que la labor del docente no es ir a enseñar sino saber enseñar, en sus lecciones usa estrategias que le permitan ser comprendida por todos, “es el maestro el que define cuáles herramientas funcionan de acuerdo con el estudiante o el grupo”. Al final hace una evaluación continua, “hay estudiantes que tienen memoria a corto plazo”.

Su trabajo le recuerda cuando fue estudiante, “vengo de una época donde el salón de clase no era un lugar amable para aprender, sino un lugar selvático para sobrevivir”. Con voz suave y hablando como si recordara, espera no repetir como docente lo que recibió como estudiante. Hoy Sonia no solo enseña a niños ciegos, también contribuye a la formación de maestros con mentalidades más abiertas que aprendan a trabajar en las aulas con niños con discapacidad.
En medio de lápices de colores y cuadernos con hojas de marco azul y cuadros de un centímetro transcurre la vida de otra maestra, Gloria Esperanza Sierra Delgado. Una docente del programa de Licenciatura en educación infantil, directora de la especialización en Educación inclusiva y profesora de preescolar en el colegio ‘Vicente Azuero’ (sede B), Floridablanca.
Lucha cada día por hacer comprender a sus colegas la importancia de la educación para todos, “una persona que no tiene acceso a la educación es una persona que tiene menos posibilidades”. Desde hace 20 años Gloria Esperanza se dedica a enseñar y en el 2007 se enfrentó a algo nuevo: “Empecé a recibir niños con discapacidad con la intención de ayudar a la familia” y lo sigue haciendo. “La inclusión es el reconocimiento de los derechos”. Con paciencia como una maestra explicando al más pequeño de su clase dice: “Son tres términos asociados a la inclusión: presencia (estar aquí), participación (que sean tenidos en cuenta) y aprendizaje”.
En la especialización que Gloria Esperanza tiene a cargo reitera que todas las personas tienen el derecho de recibir educación y los maestros tienen el deber de “diseñar estrategias de aprendizaje para todo el grupo y pensar en las condiciones individuales”, para que todos accedan a los mismos contenidos.
Un docente no necesita un título especial para educar a alguien con discapacidad “los maestros no tenemos que ser expertos en esto. Tenemos que ser expertos en estrategias pedagógicas”, y la ‘profe’ lo explica con un ejemplo: “Cuando una familia tiene un niño con discapacidad nadie ha hecho un curso para eso. No hacemos un curso para aprender a relacionarnos con las personas. Te aprendes a relacionar con las personas cuando estás ahí”. El deber del maestro es conocer a sus estudiantes y no etiquetarlos sino educarlos, “la educación no es para aprender a leer y escribir y para sacar buenas notas. La educación es un proceso que nos equipa de un montón de herramientas para poder vivir afuera”.
Los profesores impactan la vida de sus estudiantes. Gloria Esperanza habla de su profesión con amor y agradecimiento, “tenemos una profesión que nos da la oportunidad de hacer algo bueno por los demás”, educando a personas con discapacidad se siente reconfortada, “nos da la posibilidad de ver el mundo de otra manera”, dice, mientras en su descanso uno de sus pequeños, sudado y desordenado tras un juego de pelota, se acerca para saludar.
Una historia con dos caras

Del otro lado de la moneda está Angie Alejandra Álvarez Barriga, una joven blanca de un metro y medio lo suficientemente tímida como para pasar desapercibida, pero no se ignora. Ella siempre va en compañía de una sombra, Sandra Patricia Barriga Pérez, su madre, quien se enlistó de primera en la lucha que ha llevado desde que la preeclampsia (subida de tensión ocasionada por el embarazo) dejó a Angie Alejandra con retraso psicomotor.
Sandra Patricia cuenta la historia de su hija que hoy, con 19 años, piensa como una mujer de 15, “el retraso de Angie es de cuatro años”, lo que la llevó a estudiar tres preescolares y tres primeros, “ya en segundo fue que arrancó y desde ahí no me empezó a perder más años”; sus estudios en la niñez los realizó en el colegio Los Santos Apóstoles ubicado en Cúcuta. Angie Alejandra no tuvo problemas para ingresar al sistema educativo, ella tenía problemas de lenguaje pero en “el colegio las profesoras le agarraban cariño a esa china y allá aprendió a decir palabras”, dijo Sandra Patricia.
Desde los dos años Angie Alejandra conoció las salas de interrogatorio clínico adornadas metodológicamente con algún diván frente a una poltrona que intimida. También tuvo un seguimiento constante con médicos que asesoraban y explicaban a Sandra Patricia cómo iba a ser el aprendizaje de su hija, “los médicos dijeron que cuando menos Angie sumaba y restaba y así fue”.
Hoy tiene 19 años y hace parte de la población bachiller de Colombia. Es graduada de la Institución Educativa ‘Jaime Garzón’ de Cúcuta como técnico de Asistencia Administrativa en convenio con el Servicio Nacional de Aprendizaje, SENA (institución pública que ofrece programas de formación complementaria). Su plan es seguir estudiando y asistiendo a las aulas con su sombra amada, quien la ha acompañado en todo su proceso educativo.
Otra persona con discapacidad es Claudia Patricia Hernández Valdivieso. Su hermana, Luisa Fernanda Hernández Valdivieso es su voz. Las dos son “prestidigitadoras”, de sus manos sale la magia de la comunicación que usa la comunidad sorda. Luisa Fernanda y Liliana María Hernández Valdivieso, su hermana gemela, son las únicas oyentes de una familia de cinco (papá, mamá y tres hijas) aprendieron a hablar a los dos años y fue hasta la juventud cuando Luisa comprendió que su familia se comunicaba de una manera diferente, “muy grande me di cuenta de lo que es una persona sorda. Tendría unos 14 o 15 años cuando empecé a hacer conciencia”.
El aprendizaje de Luisa con las señas fue empírico, “en mi casa todos son sordos y aprendí señas sí o sí”, lo que hizo que fuera una de las primeras en impulsar el servicio de interpretación en Bucaramanga en 1996 de una manera informal, “empecé a trabajar como intérprete a los 18 años”, pero fue hasta 1999 cuando en la ciudad se dio inició a la interpretación de señas de manera formal.
Luisa fue el apoyo para Claudia en su proceso educativo, “yo le ayudaba a Claudia a estudiar”, a pesar de que Luisa fuera cuatro años menor que su hermana. De manera dinámica, mientras mueve los ojos, las manos y hace expresiones, cuenta que el proceso educativo de su hermana mayor, fue difícil. Estudió en la Institución Educativa Centrabilitar donde se proclamaba a todo pulmón “prohibidas las señas”; “a uno le pegaban en las manos”, afirma Luisa, y Claudia acostumbrada a hablar con estas, “le tocaba mantener las manos detrás de su cuerpo para poder hablar sin que las utilizara”.
Cuenta Luisa que cuando Claudia pasó a bachillerato se presentó a muchos colegios, “en todos la aceptaban por las pruebas escritas. Pero cuando iba a la entrevista y se daban cuenta de que era sorda todo el proceso se desbarataba”. Fue Santa María Maggiore quien hizo el “milagrito”. En este colegio “pudo estudiar su bachillerato con muchas dificultades”. La condición de Claudia le causó inconvenientes con los docentes al momento de las evaluaciones, “ella todo se lo aprendía de memoria” y los profesores pensaban que hacía fraude “con el tiempo ellos entendieron”.
Luisa se siente orgullosa de su familia y de ella al saber lengua de señas. Con ellos a su lado ha aprendido que “todos pueden y si ellos pueden nadie tiene excusa”.
La educación es un derecho
Según el Ministerio de Educación Nacional existen ocho categorías de discapacidad: física/movilidad, auditiva, visual, alteración permanente de voz y habla (dificultad para emitir mensajes verbales), sordoceguera, intelectual/cognitiva, mental psicosocial y múltiple.
Toda persona tiene derecho a la educación. El decreto 1421 de 2017 que aborda el tema de la inclusión “reglamenta en el marco de la educación inclusiva la atención educativa a la población con discapacidad” o como lo sintetiza Valentina Hernández Pico, docente de apoyo para personas con discapacidad: “Todos los niños y las personas deben estudiar en sus contextos”.
Lo que en papel se escribe puede que ahí se quede. A pesar de las leyes y recientes decretos para una educación inclusiva todavía existen barreras para no acceder a los servicios de enseñanza: “Los padres de familia no quieren llevar a sus hijos a las instituciones, todavía algunos colegios no reciben a personas con discapacidad o la falta de tecnologías o personal de apoyo”, son algunas de las razones que dejan a las normas esperando una segunda adaptación de la novela de Margaret Mitchell, “Lo que el viento se llevó”.
Aura Sierra Franklin, psicopedagoga, resalta el valor de los niños y el derecho de igualdad a la educación sin importar las características de la persona, “inclusión en educación fue adoptado para todos los niños que tienen alguna necesidad especial que los lleve a aprender de manera diferente”. La señora Aura Sierra es una mujer mayor y pintoresca, usa su voz enérgica y su tono tranquilo para explicar cómo se efectúa la ley de inclusión “los colegios deben recibir a los niños con discapacidad, 15 días después del ingreso del niño, el colegio se debe reestructurar”. La señora Aura Sierra espera que todo se cumpla “la norma es muy favorecedora para los niños ojalá la hagan efectiva”.
Estudiantes de licenciatura como Angie Daniela Pérez Rivera, egresada de la Normal Superior María Auxiliadora de Cúcuta (2015) y estudiante de Educación infantil de la Unab reconoce la importancia de saber qué es la inclusión: “A nosotros nos enseñan los términos como inclusión, integración, las diferentes necesidades educativas y encontrar sus características”.
En el programa de la Unab existe la cátedra “Atención a la diversidad” donde aprenden términos e identifican las discapacidades, pero es en la práctica donde realmente aprenden. Sthephany Dariana Afanador Gómez, estudiante Unab, durante las prácticas de quinto semestre compartió con Felipe, un niño con síndrome de Asperger (condición neurobiológica con características de conducta similares al autismo), “ha sido enriquecedor para mí porque he entendido cómo es el comportamiento de ellos. Con esta experiencia he podido ser recursiva e implementar nuevas estrategias como pictogramas o cuentos que capten la atención”.
En Bucaramanga hay ocho universidades que ofrecen programas de pregrado presencial de las cuales cuatro tienen programas de licenciatura: la Corporación Universitaria Minuto de Dios (Educación Artística), Universidad Autónoma de Bucaramanga (Educación Infantil), Universidad Pontificia Bolivariana (Filosofía y Letras, Español e Inglés) y la Universidad Industrial de Santander (Educación Básica con énfasis en Ciencias Naturales y Educación Ambiental, Lengua Castellana, Inglés, Español y Literatura, Música y Matemáticas). De las cuatro universidades solo dos incluyen en sus planes de estudio cátedras de educación: la UIS como electiva y la Unab como materia obligatoria.
Por Azarith Acuña
macuna308@unab.edu.co