En una de aquellas frases que se vuelven imprescindibles para la historia de la literatura, Ernest Hemingway afirmó que de la pluma de Twain proviene casi toda la literatura estadounidense. En sus escritos la vida cotidiana, el lenguaje coloquial y una actitud humorística frente a distintos temas universales y locales son manejados con una inteligencia tan traviesa como la del mismo Tom Sawyer y tan “saltarina” como la de la célebre rana del distrito de Calaveras.
Una muestra indiscutible de la capacidad creativa del autor es su breve y admirable libro “El diario de Adán y Eva”. Con un toque romántico el autor nos cuenta la historia de esta pareja desde una mirada humana y por tanto, quizá, irónica.
Adán es presentado como un ser calmado, silente y que busca la soledad. Utiliza su tiempo para construir una guarida y res- guardarse de la lluvia. Prefiere permanecer solitario sin que nadie o nada lo moleste. Ve la naturaleza como algo que lo rodea, que está allí y que no puede cambiar. Por este motivo, cuando aparece “la extraña criatura de cabellos largos” la confusión, la indiferencia y la apatía lo invaden. Al principio reniega porque Eva le pone nombres a las cosas sin saber exactamente por qué razón; no entiende por qué ella busca su compañía y, sobre todo, por qué es un ser que habla demasiado cuando él prefiere el silencio.
Eva juega y e intenta comunicarse con todos los animales del lugar. En esta labor, descubre que algunos animales como el perro entienden cuando ella les habla, pero ella no los entiende; por esta razón, sentencia que ellos son más inteligentes. Lo experimenta todo: huele las flores, contempla las estrellas, agrade- ce que la luna sea devuelta a la tierra cada noche, y sobretodo, reconoce que Adán le despierta una gran curiosidad. No logra entenderlo, pero, aunque lo considera poco creativo y trabajador, no deja de necesitar y buscar su compañía.
Pese a que sus diferencias son muy evidentes, un hecho míticamente nefasto para la humanidad modifica las ideas y las perspectivas que cada uno tiene del otro. Como cuenta la Biblia, Eva come la manzana prohibida y se acaba la paz de todos los habitantes del “Jardín de las delicias”. Sin embargo, en la historia de Twain este evento, y todas las consecuencias que tuvo, en lugar de alejar y separarlos hace que se unan. Ante la dificultad y las nuevas exigencias para sobrevivir asumen nuevos roles. Mientras que él pesca, caza y se pregunta por aquella extraña y pequeña criatura que es su hijo, ella empieza a cumplir su rol de madre.
Al finalizar los diarios, la historia se cierra para los dos primeros hombres de la humanidad, pero no para la humanidad misma: luego de Caín nace Abel y, al parecer, muchos otros humanos que ayudan a habitar la tierra. No obstante, Adán y Eva han llegado a sus últimos años de vida, aquellos en que el amor deja de sentirse como una pasión inquieta y desbordante y pasa a ser un estado en que se valora la compañía, la tranquilidad y la vida misma junto al ser querido. Por esta razón, en sus últimas palabras, Eva afirma: “Yo no soy tan necesaria para él, como él, Adán, lo es para mí. La vida sin él no sería vida”. Finalmente, el libro termina con una frase lúcidamente avasalla- dora. Adán escribe sobre la tumba de Eva: “Donde estaba ella, estaba mi Edén”. Sin duda, uno de los epitafios más poéticos que se haya escrito sobre aquel incomprensible, desconcertante y humano sentimiento llamado: Amor.
Por Julián Mauricio Pérez G.*
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*Docente del Programa de Literatura Virtual, UNAB.