Motores, brocas, llaves, martillos, destornilladores y muchas otras herramientas se encuentran en un taller de mecánica, como el que ubica en la carrera 17 con calle 17, de Bucaramanga, en el que llama la atención una “alfombra” de aceite seco esparcido por el piso.
Son las 10:35 de la mañana. Sábado 28 de abril de 2018. Mauricio Porras refuerza un chasís de un automóvil modelo 74 que ya no se volverá a producir. Con toda una tradición sobre sus hombros, Porras ha decidido seguir la línea de sus padres y abuelos, convirtiéndose en un soldador. “Es estabilidad, es algo lucrativo, se entretiene uno y ha generado ganancias”, afirma quien ha sobrevivido gracias a esta labor y cuyas manos toscas y arrugadas no dejan no lo dejan mentir.
Según la guía automotriz que aloja la página web www.bucaramanga.com, en la ciudad existen 780 talleres, de los cuales 50 son de mecánica, la mayoría ubicados entre las carreras 10 y 20, en el sector del barrio San Francisco, cerca al Bulevar Santander. Allí se trabaja la mecánica en todas sus variantes: cambio de aceite, fabricación de piezas, reparación de motores y polarización, así como la actualización de vehículos bajo nuevas tecnologías, como explica Guillermo León, dueño del taller ‘Servicio automotriz la 17’, en la carrera 17 con calle 17.
León afirma que está actualizado para cualquier situación automotriz que se le presente, “vehículo nuevo que sale, me voy a hacer curso o lo llaman a uno”, afirma el también integrante de una asociación de talleres del área metropolitana de Bucaramanga llamada Chrysler colmotores, la cual también cuenta con miembros en el ámbito nacional, mientras que, a la par de sus palabras, intenta reparar las “bandas” (frenos) traseras de una camioneta Chevrolet modelo 76, con un color amarillo ya desgastado por los años y que, según él, es un “gallo”.

Son las 12:34 del mediodía y el intenso calor no se hace esperar, por la carrera 16 con 18, está Guillermo Guerrero, cambiando el aceite de un Mitsubishi Montero, en uno de sus túneles en el suelo, como si de una trinchera se tratara, en donde un pelotón de un solo hombre espera el momento perfecto para atacar; cansado y sudando sale por las escaleras de aquel túnel en busca de un poco de agua; al subir la mirada apoyándose en la pared, ve el carro y sonríe, como una pareja de amigos que saben que se odian pero están felices de estar con el otro.
Herramientas, cerveza y amigos
Faltan 15 minutos para las 4 de la tarde y un cruce de miradas entre Guillermo y Mauricio afirma que la jornada laboral se ha terminado, anunciando que es hora de irse; pero antes de que esto suceda, Mauricio, con su mano frotando su garganta, le dice a su compañero que está haciendo “sed”. Se ríen e invitan a un par de colegas más a tomarse unas cuantas cervezas, en la característica “tienda de la esquina”.
Polvorientos, con sus ropas sucias, las manos ennegrecidas e incluso heridas, se burlan de lo que realizaron durante la jornada, pero sin despreocuparse del próximo día, pues, según Mauricio, “el trabajo nunca espera”.
En la tienda, música ranchera se escucha al fondo al mexicano Vicente Fernández. En su voz la clásica canción “Mujeres divinas”, lo que crea el ambiente ideal para retomar fuerzas y continuar.

Una difícil profesión
La mecánica no solo es apretar tornillos y echar aceite, Guillermo la considera como una actividad profesional, “fuera de lo que aprendí con los carros, combiné la experiencia con el estudio y la práctica para ser un buen mecánico”, dice sonriendo.
Por otra parte, Mauricio se siente orgulloso por su trabajo y lo considera como un verdadero logro: “Hay cosas que motivan como, por ejemplo, que usted ya sea capaz de hacer algo (…) me llena a mí de motivación y los clientes se van contentos y traen a otro cliente y así”, dice mientras fuma un cigarrillo, sentado sobre la defensa de un carro.
Mientras tanto, Guerrero guarda el momento en que algún cliente aparezca, como un león a la espera de una presa. “Ha sido muy bueno, porque uno conoce mucha gente, cada día va llegando un carro distinto, un modelo distinto, un modelo nuevo y entonces va uno aprendiendo”, dice al limpiar el sudor de su rostro.
La noche cae, son las 9:30 de la noche y las cervezas se agotaron; ambos mecánicos están cansados, sus párpados se notan pesados, agotados, reflejando los años que han trabajado; demostrando que no es fácil, pero que vale la pena. Son personas de carácter fuerte pero sensibles, capaces de encontrar una conexión profunda con un trozo de metal frío y oxidado, capaces de conectarse con sus herramientas, con su espacio, con la mecánica.

Por Jorge Ismel Gamboa Rozo
jgamboa140@unab.edu.co