Esta es mi versión sobre María Mercedes Tirado, una de las mujeres que llegó a mi hogar hace 19 años. Mi hermano Manuel José creció bajo su compañía y su abrigo, mientras otros integrantes de la familia nos acostumbrábamos a esta mujer oriunda de Bogotá, criada en el campo, sin poder ir al colegio porque el destino la encaminó desde temprana edad en la crianza de sus hermanos menores.

A lo mejor las palabras nunca alcancen para agradecerle a “Mechas” todo lo que ha hecho por nosotros, pero sí puedo decir que “Roma” (película de Alfonso Cuarón) es una excusa para contarles que existen seres que nos marcan para siempre la vida y el corazón.

“Los oficios de la casa”
El 19 de marzo de 1979, a las 3 de la mañana, en la clínica San Juan Bosco en Bogotá, nace una niña llamada María Mercedes Tirado quien vivió durante seis años sola junto a su mamá, Libia Vargas. Al pasar este tiempo, la señora Vargas decide volver junto a su esposo Bernardino Tirado, quien se encontraba en San Vicente de Chucurí, Santander. “Tenía nervios porque durante esos seis años nunca había visto a mi papá, ni en fotos, ni por ningún lado”, afirma Mercedes Tirado.

Al llegar a su nuevo hogar, tuvo que empezar a trabajar en la finca que, aunque era de poca extensión, tenía mucho por hacer. Al recordar esos años, cuenta que debía ayudar a recoger leña, cacao y hacer “los oficios de la casa”.

Cuando cumplió siete años empezó a estudiar, pero desafortunadamente la salud le jugó malas pasadas. La apendicitis fue su primera enfermedad, cuando se recuperó, le dio hepatitis y estuvo un mes en el hospital. Perdió peso, su apariencia conmovió hasta a los vecinos de la finca que preocupados le recomendaron a Libia Vargas darle toda clase de menjurjes para que la “chinita cogiera carnesita”.

Pero el martirio no terminó ahí, erisipela fue la siguiente enfermedad que tuvo que soportar a su corta edad. Fue hasta los 9 años cuando pudo volver al colegio y cursar hasta cuarto grado, ya que dos años después toda la familia Tirado Vargas fue desplazada por la violencia, razón por la que llegaron a Lebrija. “A mi papá le tocó comprar una tierrita para que nosotros pudiéramos vivir tranquilos.Hoy día en ella tenemos café y potreros con vacas”, comenta con nostalgia “Mechas”, como le decimos de cariño en la casa.

Desde los 10 años empezó a cuidar a tres de sus hermanos, Bernardo, Samuel y Juan Carlos, los menores, viendo esta actividad como un juego, sin saber que más tarde ese sería su trabajo y el sustento de vida.

A los 19 llegó a la vereda El Recreo, a la casa de la familia Tirado Vargas, una señora llamada Martha Hernández, la nueva nutricionista de la zona. Fue así como María Mercedes tuvo su primera oferta de trabajo en mi casa, la familia Gómez Laiton: “Ya era mayor de edad y en mi familia se tiene de costumbre que al cumplir los 18 se tiene que salir a buscar trabajo, así que acepté ese oficio, pero como era época de fin de año, propuse iniciar en enero”.

El 3 de enero del 2000 fue la fecha exacta de la llegada de “Mechas” a las labores domésticas de mi familia, lejos de la propia. Para su sorpresa, no era la única empleada que tenían sus nuevos jefes; Mercedes Rojas, otra mujer que desempeñaba este mismo rol, fue quien la recibió y le enseñó todo lo que tenía que hacer en ese hogar.

“Era una niña, tímida y un poco asustadiza, pero es una persona que aprende rápido y se adapta fácil”, expresa Alba Laiton, mi madre. Seis meses después de empezar a trabajar nace el hijo menor de la casa, Manuel José Gómez Laiton, y el trabajo de Tirado cambia, deja de lado las labores domésticas y se convierte en niñera: “A mí me dijo la señora Alba que si quería ser la niñera de Manuel y la verdad me pareció una excelente idea; además, ya sabía cuidar niños, tenía experiencia con mis hermanos, acepté y hasta ahora puedo decir que ha sido el mejor trabajo que me han puesto a hacer”.

“Manuel José tiene 18 años, es todo un universitario, pero siempre y cuando él necesite algo, estaré para él y para toda la familia Gómez Laiton”, dice Mercedes. /FOTO DANIELA VICTORIA GÓMEZ

Manuel José entró al colegio y en el tiempo libre que ya no invertía en su cuidado, retornó a las labores de limpieza. De su cabeza no salía la idea de terminan sus estudios, y fue ahí cuando ingresó a una institución educativa a validar la primaria y el bachillerato, asistía solo los domingos.

Eso trajo varios cambios en su vida. El primero, ya no tenía un día libre para el descanso y Alba Laiton, su jefe, le exigía que debía retornar a la casa después de las clases. En ese momento no hubo un consenso. “Mechas” renunció, decía que tenía derecho a su día libre. Sin embargo, la época como desempleada duró poco, pues a los ocho días de haberse ido, la familia la volvió a llamar. “Aceptó que el domingo fuera mi día libre”, recuerda María Mercedes.

Media vida en un hogar ajeno

Han pasado 19 años y María Mercedes Tirado sigue trabajando y viviendo con mi familia. Ha visto crecer a dos de los hijos menores, donde asegura, la tratamos como si estuviera en su segundo hogar: “Ustedes me cuidan y protegen como si fuera de su misma sangre, por eso los quiero tanto; me integran en todas las actividades y eso me ha permitido conocer varios lugares de Colombia”.

Una visita a Santa Marta es la que más recuerda: “No podía creer que justo en ese momento tenía los pies en el mar, fue algo espectacular”, lo dice con una sonrisa.

Hoy en día Tirado tiene 38 años y cree que esos casi veinte dedicados a mi familia han sido los mejores de su vida, porque, aunque no ha encontrado el amor de un hombre, sí halló el cariño de los seis seres humanos que día a día la llenan de felicidad.

“Para mi “Mecha” más que una niñera, es mi amiga, es alguien en quien puedo confiar; además, sigue al pendiente, y si llego a necesitar algo siempre va a estar para mí. Es como mi hermana”, dice Manuel José Gómez, mi hermano, dándole un abrazo a su niñera.

Por Daniela Victoria Gómez L.
dgomez192@unab.edu.co

Universidad Autónoma de Bucaramanga