Suena el teléfono, Désmar Giovanny Rodríguez Estrada responde con un tímido saludo: “Aló, ¿con quién hablo?”, una voz entrecortada grita: “Don Giovanny, lo necesitamos urgente”. El deber lo llama, debe dejar todo, su familia, cambiarse de ropa, enfundarse la indumentaria, subirse a su vehículo e ir rumbo al lugar en el que lo requieren. Mientras tanto, Désmar Giovanny hace un diagnóstico vía telefónica, su interlocutor está desesperado, la inseguridad en la voz aumenta el nerviosismo; el ‘paciente’ está grave.

Désmar Giovanny llega al lugar con desespero, trae consigo una linterna; cierra la puerta de su vehículo y rápidamente se dirige al lugar de los hechos. Él analiza meticulosamente cada detalle, por pequeño que parezca puede ser trascendental en la descripción del dictamen. “En este trabajo cada pieza cuenta, cada detalle es importante. Es como una cirugía”, afirma Désmar Giovanny, quien ha ejercido esta profesión por tres décadas –actualmente tiene 46 años–. El diagnóstico inicial es desalentador, los daños son irreversibles. La multitud rodea al ‘médico’, los presentes están ansiosos, quieren saber si existen posibilidades de salvar la molienda. Así es: el paciente es el molino y el médico es el mecánico.
La zona más visitada por los ‘médicos’ es la Hoya del Río Suárez, un sector que comprende los municipios santandereanos de Barbosa, Vélez, San Benito y Güepsa; aunados a Moniquirá, Santana, Chitaraque, Togüí y San José de Pare por Boyacá.
El ‘médico’ baja sus herramientas de la ‘ambulancia’ para atender la emergencia, la caja que las contiene está ajada. Dentro de esta hay instrumentos especializados, forjados en acero; los cuales han superado los embates del tiempo y el desprecio de tal cual aprendiz que es indiferente al valor simbólico de dichas piezas. “Las herramientas son fundamentales, yo tengo muchas llaves (herramienta para apretar o aflojar tuercas) que me dejó mi papá… Él era mecánico”, menciona Désmar Giovanny, quien heredó de su padre, Luis Álvaro Rodríguez Ayala, veinte llaves y el conocimiento empírico; vital para esta profesión.
Las ‘enfermedades’ más comunes que aquejan a los molinos son la ruptura de los ejes de transmisión, el desgaste de las mazas –encargadas de triturar la caña– y la ‘deshidratación’. Es decir, la falta de aceites que permiten el funcionamiento armónico de la máquina. “Hay días en los que debo ir a dos, tres y hasta cuatro molinos diferentes; todo depende de los clientes que llamen… Hay clientes muy descuidados con los ‘molinitos’, los dejan acabar”, arguye Désmar Giovanny.
Gran parte del tiempo en esta profesión transcurre en el desvare, es decir, el arte de arreglar las fallas que ocurren durante la molienda: “Lo más difícil es salir corriendo a desvarar los trapiches a medianoche, en plena molienda. Si uno llega tarde los trabajadores se van… Por eso me toca estar pendiente del celular”, asevera Désmar Giovanny quien, además, es propietario de una fundición de piezas para molinos llamada Fundiciones R.B. y ubicada en el municipio de Moniquirá, Boyacá.
La labor del mecánico en los trapiches es ardua, no tiene horario definido, las citas simplemente requieren una llamada y una breve descripción del servicio requerido. La responsabilidad es enorme, pues detrás de cada molienda hay un capital social y económico en juego. “Uno depende del mecánico, de que haga las cosas bien para poder moler, para poder pagarle a la gente (demás trabajadores) y ganar unos pesitos”, sostiene Arcángel Riaño, mayordomo del trapiche Guanomo, ubicado en San José de Pare, Boyacá; municipio situado en el kilómetro 198 de la vía Bucaramanga-Bogotá.
Para entender la trascendencia de este oficio, es importante mencionar a los departamentos que más panela aportan anualmente al país: Santander y Boyacá con 226.915 y 212.353 toneladas respectivamente. Sumados equivalen al 37 % de la producción nacional, según cifras de la Superintendencia de Industria y Comercio –SIC–. Por su parte, la Hoya del Río Suárez maneja el 32 % de la producción nacional de caña de azúcar destinada a la industria panelera, según el Ministerio de Agricultura. Lo paradójico, es que este sector cuenta con apenas diez ‘médicos’ encargados del mantenimiento y arreglo de los molinos para la producción panelera.
El molino: qué es y cómo funciona
El molino es un elemento indispensable en la producción de la panela. Puesto que permite exprimir la caña de azúcar, materia prima en la constitución de este endulzante de la canasta familiar. Hecho por el cual, la labor de los mecánicos cobra importancia, pues sin el mantenimiento y adecuación que realizan a este tipo de máquinas, no existiría la panela. “En mi caso, tengo 70 molinos bajo mi responsabilidad, me llaman y les hago mantenimiento o voy cuando se varan”, afirma Rodríguez Estrada, quien desde los 16 años ha trabajado en este sector.
Este funciona impulsado por un motor estacionario eléctrico –o diésel– que transmite el movimiento mediante una banda de caucho, la cual va conectada al volante, pieza conectada a la transmisión del molino. La anterior está compuesta por dos piñones y dos catalinas una de transmisión y otra superior. Esta última va enlazada a la molienda, es decir, al sector en el que se encuentran las mazas.
El motor estacionario es el corazón del molino –puede ser eléctrico o diésel– puesto que se encarga de bombear la ‘sangre’ o fuerza para mover el resto de la máquina. La banda transportadora se convierte en la ‘arteria’ –de seis pulgadas de ancho– de este ‘organismo’; pues lleva la fuerza hacia la transmisión.
Los engranajes de la transmisión permiten distribuir la energía necesaria para que las mazas puedan “morder” la caña. Luego de triturada se obtiene el zumo de la caña de azúcar, esta sustancia baja por el ‘esófago’, el cual surte los fondos paneleros, lugar en donde se transforma el líquido y se convierte en lo que se conoce como panela.
Fabricación
Como un parto, así se conciben las piezas que conforman un molino. Las cuales son moldeadas a imagen y semejanza. Dichas piezas son fundidas en diferentes materiales, los principales son: hierro y acero. “Cada parte del molino es moldeada en arena sílice, sellada con una fusión entre oxígeno y gas metano, para solidificar el molde”, explica Luis Parra, encargado de Fundiciones R.B., una de las empresas encargadas de la producción de repuestos para molinos de producción panelera.
Después de terminar el molde se procede a llenarlo con delicadeza, pues los materiales empleados están a una temperatura de 1538 ºC –temperatura de fusión para el hierro–. Pasados tres días del llenado, se retira la tapa del molde con una finura similar a la extracción de un neonato del vientre materno. “Es importante el cuidado que se le da a cada repuesto, después de fundido no hay forma de arreglarlo”, comenta Désmar Giovanny.
Los modelos de molino varían en precio y calidad, muy similar a una cirugía estética, en donde las necesidades cambian de acuerdo con el cliente. El modelo de máquina más empleado en La Hoya del Río Suárez es el Hakspiel 12 x 14 pulgadas, este tiene un precio de 14 millones de pesos y es uno de los más empleados por su bajo costo y alta eficiencia. Dicha máquina puede moler entre 1200 y 1400 kilos de caña por cada hora de trabajo, según el Convenio de Investigación y Divulgación para el Mejoramiento de la Industria Panelera, CIMPA.