
Por Édgar Fabián Ortiz Oliveros
Este sitio recibe su nombre en honor al hombre de leyes, uno de los próceres de la patria, Francisco de Paula Santander. Dicho lugar está ubicado entre las calles 5 y 6 con carreras 8 y 9 de Floridablanca; al frente de él se encuentra la Parroquia San Juan Nepomuceno, terminada de construir en 1832 bajo la supervisión del padre José Elías Puyana, aunque al principio estaba hecha de tierra pisada y madera, en 1898 empezó la reconstrucción por parte del ingeniero Elías Valdivieso y el padre Wenceslao Serrano y en el año 1939 terminó su reconstrucción hasta como se conoce hoy en día.
La ‘joya’ en comparación a cualquier parque de diversiones de talla mundial como los Estudios Universal o el propio Disneylandia no tiene las grandes atracciones, los múltiples juegos para los niños o la inversión de grandes marcas con toda su mercancía, pero lo que sí tiene es encanto, está impregnado de una sensación de paz y tranquilidad con la cual sus visitantes se enganchan al momento que lo visitan y los hace pasar largas horas como si fueran minutos, como es el caso de Juan Villamizar, de 72 años, un visitante usual del parque: “Aquí todos los días es tranquilo y silencioso, no hay problemas de nada, por ahí de vez en cuando algún borracho arma su escándalo, pero del resto esto es muy tranquilo, así como para venir con la familia toda una tarde”.
Ese atractivo permite crear relaciones entre sus visitantes como es el caso de Víctor Ramírez, de 70 años, habitante de Floridablanca hace 12 años, quien gracias al parque ha creado múltiples amistades: “Aquí he hecho amigos, he encontrado personas que les gusta conversar y nos hemos vuelto cercanos, he creado buenos vínculos con buenas personas, esa es nuestra mayor distracción, conocernos y empezar a hablar, así se pasa el tiempo”.
Con vida propia
Desde las ocho de la mañana el lugar comienza a despertar, las palomas se posan en la fuente de agua que marca el centro del espacio o en las tres garzas que botan agua por sus picos y que forman el espectáculo principal de la zona, o que formaban, ya que hace un año no funcionan y solo están de lujo; las 25 atentas vendedoras y también ‘guardianas’ del recinto (porque sí, todas son mujeres) comienzan a adornarlo con cada uno de sus puestos de venta en los que llevan algunas más de diez años.
Fernanda Pérez, turista barrameja, expresó su satisfacción al visitar el parque, resaltando la amabilidad de los que allí trabajan: “Se siente muchísimo la cultura de la gente, las señoras de las obleas y los raspados fueron amables, cuando me atendieron lo hicieron con buen ánimo. No está sucio y es bastante frecuentado, me hubiera gustado que fuese más grande y tuviera más cosas porque había muchas personas hasta el punto de tropezarse con ellas”.

A eso de las nueve de la mañana los primeros turistas curiosos se asoman, vienen de otras partes del país e incluso del exterior, se toman fotografías con el gran número de palomas y con la iglesia de San Juan Nepomuceno; a las diez de la mañana se convierte en el sitio idóneo para las reuniones de los señores de la tercera edad, se sientan en alguna de las 14 bancas que hay disponibles allí o en su defecto en la gallera que se encuentra en una de las esquinas del mismo, ahí comparten sus opiniones políticas y sobre el estado del país, en ocasiones juegan ajedrez o alguna que otra partida de cartas.
A las 12 del mediodía el parque vive su momento más calmado, es como si todo el lugar entrara en trance, todo se detiene y queda en silencio, en una especie de toque de queda, ahí sus ‘guardianas’ aprovechan para almorzar y recargar sus insumos de trabajo que ya se han ido agotando luego de una ajetreada jornada de trabajo en la mañana. A las dos de la tarde todo vuelve a la normalidad, la música comienza a sonar de nuevo, los niños retoman sus juegos con las palomas, los turistas se maravillan con el dulce de las obleas y los más religiosos visitan la iglesia.
“Entre las dos y las cinco de la tarde es la mejor hora”, afirma Adela Hernández, vendedora de obleas en el sitio por 20 años. Es en estas horas cuando se ve más flujo de personas y por ende las ganancias para los que laboran allí se incrementan, aún más los sábados y domingos en estas mismas horas, ya que son los días cuando más van las familias de las cuales muchas prefieren las obleas y los dulces del parque y no de establecimientos conocidos, ya que en estos sitios son más caras y no tan caseras; además en este espacio encuentran un ambiente más familiar y al aire libre, pueden disfrutar de la variedad de flora que este ofrece, como árboles de mamón, pomarrosa, palmeras y ceibas.
Cuando se oculta el sol
Pero cuando caen las siete de la noche, se comienza a transformar, como si fuera una maldición. De día es uno y de noche otro. Atrás quedan las sonrisas de los niños, las familias compartiendo y jugando, los señores de la tercera edad debatiendo sus opiniones, los puestos de las vendedoras de obleas, raspados, mangos, maracumangos y de tatuajes temporales.
Poco a poco llega la delincuencia, la droga con sus proveedores y sus consumidores, como afirma Carlos Carvajal, de 68 años, propietario de una casa cercana al parque: “De noche se presentan muchos problemas de delincuencia, se han robado hasta las canastas de basura y algunas de las bancas, hay muchos marihuaneros y muchos vendedores de droga. Falta policías en las noches, a esas horas el turismo se acaba porque la gente se siente insegura, viene gente de otras partes en motos y carros a consumir y vender droga”.
Antes o después
El parque ha sufrido mejoras y remodelaciones en varias ocasiones siendo la última en 2017, mismo año en que la administración local del alcalde Héctor Mantilla logró tener la titularización del terreno tras años de estar creyendo que este sí pertenecía al municipio, lo cual permitió que se pudieran invertir parte de los recursos públicos para mejorar su aspecto.

Estas mejoras han causado opiniones divididas entre los visitantes de la zona y habitantes de Floridablanca; algunos afirman que estaba mejor antes, ya que conservaba esas sensaciones de naturaleza y campo por su vegetación, en donde había más espacios de prado en los cuales sentarse o acostarse a compartir con la familia y amigos, como sostiene Argemiro Medina, quien recuerda con nostalgia cómo era antes: “Quitaron las bancas tan bonitas que había, las habían donado diferentes empresas que funcionaban aquí como Cementos Diamante y la Colombiana de Tabaco, también quitaron unos barandales para que las personas no pisaran el prado y lo cuidaran, antes existían cuatro chozas de paja que eran las que se encargaban del comercio y ahora las hicieron de ladrillo, lo que da lástima es que se fue transformando en puro cemento y perdió su esencia, y por eso era mejor como estaba antes”.
La otra cara de la moneda son aquellos que lo prefieren como se encuentra ahora, ya que dicen tener recuerdos de plagas de ratas cuando no estaba pavimentado, así lo afirma el habitante de la zona, Carlos Carvajal: “En ese tiempo, era un criadero de ratas, un plaguero, y eso se solucionó cuando lo entabletaron y lo remodelaron, entonces esos animales tuvieron que irse porque no tienen dónde meterse. Aquí también esto estaba cubierto de matas y enredaderas y las personas lo utilizaban para meterse ahí a hacer lo que no debían, entonces todo eso ha cambiado y ahora está mejor”.
“Da tristeza que las administraciones no vean el sitio como es, como la cara de Floridablanca, no invierten en él, ni un alambre con un palo le meten, esto es el sustento de muchas personas a diario, es nuestro turismo”, afirma Argemiro Medina, habitante del municipio.