Por Ricardo Jaramillo P.
rjaramillo2@unab.edu.co

La guerra es así, más escandalosa cuando la cuentas que cuando la vives”. Esta frase, tomada de “La novia oscura”, la novela que ocurre en el imaginario barrio La Catunga, que todo lector ubica en Barrancabermeja, presenta el sentir de la escritora bogotana Laura Restrepo frente a la violencia, frente al mal, frente al pecado.

La autora de “Dulce compañía”, “La isla de la pasión”, “Leopardo al sol”, “Hot sur” y “Delirio”, novela con la que ganó el premio Alfaguara en 2004 y recibió elogios del nobel portugués José Saramago, estuvo en Bucaramanga el miércoles 27 de abril en el lanzamiento de la Feria del Libro, Ulibro, certamen que se efectuará en la Unab del 22 al 27 de agosto próximo.

Restrepo dialogó con 15 sobre su obra más reciente, “Pecado”, una recopilación de ocho historias cuyo hilo conductor es la pintura “El jardín de las delicias”, tríptico del holandés Hieronymus Bosch (El Bosco), fechada entre 1500 y 1505. “Es un recorrido épico por el pecado original”, dice, y afirma que contrario a lo que podría pensarse, su novela no es un viaje al corazón del mal, sino una aproximación a un concepto del mismo.

Integró la Comisión de Paz del Gobierno de Belisario Betancur en 1983, durante los diálogos con el M-19, labor que le llevó al exilio tres años después. Ve con “fe y esperanza” los diálogos que adelantan el Gobierno y la guerrilla de las Farc y sostiene que la paz no es asunto de esas dos partes, sino de toda Colombia: “El que tiene que hacer la verdadera paz es el país consigo mismo: perdonar y perdonarse”.

En “Pecado” presenta relatos de personas que cometen, según la moral religiosa, actos considerados como malos. ¿De qué se tiene que despojar ese lector que quiere disfrutar con este libro?
De prejuicios, porque los colombianos somos un pueblo que ha tenido que vivir acosado por el mal durante décadas y me parece que ha llegado la hora por el desarrollo histórico y por la voluntad de paz de nuestra gente– de tratar de mirar el mal menos como un acoso personal o como un asunto de prejuicios o como con una línea divisoria “este es el bueno y este es el malo”, “yo soy el bueno y él es el malo”, y tratar de conceptualizar. La protagonista de la novela es la idea del mal, es una cuestión narrativa, es ficción, pero de todas maneras hay un intento de elaborar o de pensar, para hacer que el lector comparta con cada uno de los personajes su propio código de conducta, partiendo de la base de que no hay una ética claramente establecida, las barreras entre el bien y el mal son muy borrosas, lo que hay es una justificación: cierta gente que por ciertas circunstancias de la vida tiene que atravesar esas aguas tan turbias y al mismo tiempo tan ambiguas, tan indescifrables que son lo que hemos dado en llamar “el mal”, qué justificación tienen de sus propios actos, cómo se culpabilizan o cómo se perdonan. Cada pecado trae su remordimiento pero de alguna manera, en algún rincón, también trae su propio alivio.

¿Podría resultar que el lector resulte siendo indulgente con los hechos que se relatan en cada episodio, en los cuales cualquier persona preferiría mirar para otro lado frente a temas como el incesto, la tortura o el asesinato?
Sí, hay temas duros, el mal es un tema duro y es una invitación a recorrer aguas turbias. La idea es que el autor se abstuviera absolutamente de juzgar y más bien colocara el escenario y en él, los protagonistas –de la forma más confesional, más íntima– le contaran al oído del lector su propio pecado; todo pecado es un secreto y todo secreto pugna por salir, porque quema por dentro, así que hay una necesidad de contarlo y en este caso el que está ahí para escuchar es el lector y la invitación es a que sea el lector quien juzgue, quien se ponga en los zapatos del personaje que está hablando, bien sea el asesino, el verdugo profesional, la muchacha que se ve envuelta en una relación amorosa con su propio padre, las tres hermanas cuyo pecado puede ser el de la frivolidad o el de la indiferencia frente a la tragedia ajena.

Hay un personaje un poco fuera de serie que se llama el “Siríaco”, es un santón y su pecado podría ser quizá la soberbia de sentirse más bueno que los demás. Es fuera de serie porque si los demás están vistos desde el mal, él es un intento de enfocar la cosa desde el bien; los otros son claramente pecadores, este es un santo, estaría en la orilla opuesta y fue interesante para mí trabajar con ese personaje, de pronto el más luchado, el que más elaboración literaria me exigió porque si bien tenemos mucho vocabulario, tenemos mucha familiaridad con lo que es el mal y los personajes malos se nos dan, sin embargo el bien parece haberse ido quedando como despojado inclusive de vocabulario, hay pocas palabras para aludir al bien.

“El jardín de las delicias”, un tríptico del pintor holandés El Bosco que tiene más de 500 años de antigüedad es el hilo conductor de “Pecado”. ¿Cuál fue su experiencia con ese cuadro?
El cintillo que le puso la editorial a la novela es “Un viaje al corazón del mal”, pero no es un viaje al corazón del mal, eso lo sería la lectura de las masacres que se cometen en este país, eso sí es ir tan profundamente al corazón del mal, que te obnubila, no te permite ver, no te permite tomar distancia. Aquí hay un intento de separarnos a través de la cultura, de conceptualizar un poco, entonces “El jardín de las delicias” es una de las más grandes expresiones artísticas de este problema que nos incumbe, que es el mal, porque ¿qué es?, es un tríptico en el cual El Bosco en el siglo XVI, con toda su genialidad, pero también en un estado posiblemente alucinado, cuenta la épica del pecado original. ¿Qué es lo que hace que los seres humanos, de tener un paraíso –pintado en el primer panel– pasen por lo que parece ser algo prohibido, es difícil saberlo, para terminar en los castigos atroces del infierno –representado en el panel final–?

Además era interesante utilizar a ese gran maestro, a esa gran referencia de lo que es el mal o la falla, el pecado, la prohibición, utilizarlo en la medida en que uno puede utilizar la cultura como una especie de filtro para depurar nuestra visión demasiado inmediata y tratar de llegar a una visión más conceptual, hacerlo pasar a través de un trabajo de lenguaje que nos permita alejar de la piel el problema del mal y conceptualizarlo un poco más.

¿Es la violencia un elemento determinante en la literatura colombiana?

Sí. Eso hace notar dos cosas, primero, que en Colombia hay maravillosa literatura, lo detectan en todos lados, es como una “explosión” de buena literatura; lo otro es la recurrencia de nosotros para hablar de la violencia, pero cómo no, si hemos tenido que convivir tanto tiempo con ella.

La literatura es un filtro, una especie de exorcismo para tratar de entender qué es lo que nos pasa. En “Pecado” tengo una idea que traté de desarrollar en cada uno de los capítulos que es una suerte de destino sacrificial: ¿por qué tenemos la tendencia o por qué estamos marcados por esa decisión un poco a priori de matar y morir?, como si el camino que estuviera abierto ante nosotros fuera el de la muerte y no el de la vida; ¿por qué no tenemos las herramientas para vivir y en cambio tenemos un espectro amplísimo por el lado de la muerte? Mato, pero además me mato… no sé si hay un trasfondo cristiano ahí, esa especie de voluntad de sacrificio o si eso es más bien monoteísta, entendiendo que en otras religiones monoteístas también hay esa misma “vocación”, ese mismo impulso. ¿Cómo hacemos el exorcismo de eso?, ¿cómo lo miramos?, ¿cómo lo alejamos de nosotros para poderlo ver? Muchos de los personajes que aparecen aquí en el libro, por ejemplo el verdugo, al que llaman “La viuda”, es un hombre cuya justificación que tiene para su propia actividad es el profesionalismo con el que la hace: él no ensucia, no hace sufrir, tiene una relación respetuosa con su víctima, pero al mismo tiempo él va labrando el camino hacia su propia muerte como si tuviera que entregarla a cambio de todas las vidas que ha quitado.

¿Los colombianos estamos condenados a vivir con el estigma de la maldad?

Cuando decimos ¿por qué hablamos tanto de la violencia, por qué hay tanta violencia acá o por qué hay tanta maldad?, creo que la pregunta tiene que ir más atrás: ¿por qué la relación con la muerte es la que tenemos?, ahí hay una cadena hacia atrás que es mucho más fuerte, que debe venir de la colonia o que seguramente empata, vaya uno a saber, con qué vena de nuestros antepasados indígenas que hace que los caminos de la vida para nosotros sean tan cerrados, mientras que los caminos de la muerte resulten tan poéticos, tan invitadores, que se nos facilite tanto recorrerlos. Quizás si miramos por ahí y dejamos de culpabilizarnos, podamos entender un poco más qué es lo que nos pasa con nuestro destino de Nación; evidentemente podríamos hablar de corrupción de las autoridades, de las infinitas injusticias sociales, hay un montón de hechos más sociológicos de los cuales sería necesario hablar, pero si lo llevamos a un terreno más cultural, más espiritual, creo que habría que buscar dónde está esa “marca de Caín” que no nos deja asumir la vida.

De usted, el premio nobel de Literatura José Saramago dijo: “Cuando el nivel de la escritura llega hasta donde lo llevó Laura Restrepo, hay que quitarse el sombrero”. ¿Qué significa que uno de los mejores escritores de la literatura universal se exprese así de usted y de su obra?

Eso lo dijo Saramago cuando él era el presidente del jurado cuando me dieron el Premio Alfaguara (2004) y él era tremendo, con toda mi admiración, pero a Saramago hay que saber leerlo, porque dijo delante de la prensa: “Hay que quitarse el sombrero” y enseguida me dice en voz baja: “Yo nunca uso sombrero” (risas).

En sus novelas la mujer juega un papel protagónico. Sus aventuras, triunfos y alegrías, pero también los abusos, tristezas y dramas del género se ven plasmados. ¿Es un llamado al feminismo o un reflejo de la realidad?

Siempre he tenido fascinación de ver la fuerza tremenda de la mujer, estoy convencida de que es la única revolución triunfante del siglo XX; si alguna revolución triunfó y logró cambiar absolutamente el panorama, fueron las mujeres. Eso tiene más implicaciones de las que parece, porque también cuando tú triunfas en una revolución, tú asumes una serie de responsabilidades con respecto a ese nuevo mundo que se abre a partir de ahí, entonces si bien siempre he sido partidaria de seguir los sufrimientos de las mujeres, sus exigencias, su lucha por no dejarse matonear, por no dejarse imponer, también soy dura con ellas a la hora de no cumplir con la construcción de ese nuevo mundo que está en sus manos; no creo en la teoría de que las mujeres por ser mujeres somos buenas, hay demasiadas damas de hierro, demasiadas Merkel (Ángela, canciller alemana) y demasiadas damas que juegan claramente para el otro equipo, entonces también aquí, por ejemplo en “Pecado” registro por un lado las madres, las esposas, las novias, las hijas que de alguna manera juegan a favor de la vida, de la alegría, pero hay otras que están ahí marcando el camino de la venganza, impidiendo que eso se olvide, como la madre de Arcángel, el muchachito asesino, que está detrás recibiéndole el dinero que él le ofrece para mantener la familia a sabiendas de cómo es que el muchacho recibe ese dinero… Sí, las mujeres siempre están presentes en mi obra, pero sin indulgencia, reconociendo su fuerza y sabiendo que hay muchas obligaciones que tenemos que cumplir como fuerza renovadora y que quizá no todas cumplimos.

El proceso de paz es un tema que parece no entusiasmar a los colombianos; en los años 80 usted fue negociadora, ¿le tiene fe a este momento por el que atravesamos?

Toda la fe y toda la esperanza, porque un proceso de paz es un terreno abierto hacia el futuro y hacia las posibilidades, pero creo que aún falta la pasión de los colombianos; a todos lados donde he ido la pregunta siempre es esa: “¿qué expectativa tienes con respecto al proceso de paz?”, y mi respuesta siempre es: qué pasión le ponemos nosotros, entendamos que la negociación entre la guerrilla y el Gobierno nos abre el terreno, pero es un terreno para que entremos a jugar por una renovación democrática, por un replanteamiento de la convivencia entre los colombianos, pero eso ya nos corresponde a nosotros, reventar los márgenes de la propia negociación bilateral y empezar a jugar como nación, aprovechar ese terreno que se abre, aprovechar esa ventana democrática para entrar como pueblo a poner nuestra propia parte y nuestras exigencias.
El proceso de paz en el cual yo participé en los 80 tuvo la ventaja que se abrió hacia una discusión de la Constituyente y terminó en la Constitución del 91, o sea, el país tomó el proceso de paz y lo convirtió en un diálogo de país; es que el que tiene que hacer la verdadera paz es el país consigo mismo: perdonar y perdonarse, y pensar que todo perdón es la posibilidad de empezar de nuevo.

Este año, la Feria del Libro de Bucaramanga, Ulibro, tiene como tema central la reconciliación y como país invitado a Cuba. ¿Qué tanto ha cambiado ese país en el cual usted vivió?

Siempre llevo a Cuba en el corazón, porque siempre he creído que pese a todos los problemas Cuba ha sido y sigue siendo nuestro mejor sueño. Entiendo que para los cubanos sacarse de encima las limitaciones de libertad enormes que había era fundamental, uno no puede vivir a espaldas del mundo, uno no puede vivir con recorte de lecturas, uno no puede con un Estado que le está diciendo a todas horas qué hacer, como si uno fuera menor de edad, entonces por ese lado me encanta que se abra al mundo y que su gente tenga un espacio de libertad mucho mayor. Pero por otro lado también me da pánico que el capitalismo entre y arrase, tengo mucho miedo de que Cuba entre inerme a lo que es la avasalladora invasión del capital.

Universidad Autónoma de Bucaramanga

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