Andrés Ferney Flórez Ríos, integrante de la Banda Sinfónica de Vientos, con la tuba. / FOTO CINDY MELISA RODRÍGUEZ

Por Cindy Melisa Rodríguez Grass
crodriguez184@unab.edu.co

Andrés Ferney Flórez Ríos de 15 años, toca la tuba y lleva cuatro años asistiendo a la Escuela Municipal de Artes y Oficios (EMA). Vive en Regaderos, norte de la ciudad, y para llegar a sus clases de la Banda Sinfónica de Vientos, que son los miércoles y viernes, paga un solo pasaje de bus y se regresa a pie porque no tiene dinero para devolverse. Allí le prestan el instrumento que su precio oscila entre cinco y veinte millones de pesos.

El recorrido a su casa dura media hora y mientras tanto en el trayecto va silbando las melodías y repasando las partituras que indican cuándo debe entrar y salir en las canciones. Su profesor Leandro Ruíz, director de la Banda Sinfónica de Vientos, dirige aproximadamente a 50 intérpretes, a quienes les ha enseñado a tocar música colombiana e internacional como ‘Jumper Clarinet’ (puente clarinete) del maestro Óscar Navarro que tiene diferentes matices en el sonido. También se han presentado en el Concurso Nacional de Bandas realizado en La Vega, Cundinamarca y están preparando un ensamble para mostrarlo en el Teatro Santander con la canción ‘O let me weep’ (déjame llorar), que trata de un poema escrito por una mujer a su esposo.

Reside con su mamá Mayerly Ríos, vendedora de chance, y su hermano menor Juan Esteban Ríos, a quien le propone que vaya con él a la Academia. Estudia en el Colegio de Santander de la sede A, donde sus compañeros de clase le sugirieron integrarse al grupo musical. “Aveces uno tiene que seguir lo que más le gusta, uno tiene que ser autosuficiente y por medio de los sacrificios lograr lo que uno quiere”, manifiesta
Flórez Ríos.

Este año quiere inclinarse por la percusión y seguir ensayando con sus amigos quienes lo han acompañado en su proceso de aprendizaje. El vínculo que tiene con la música es especial y por esto quiere trasmitirla a los demás. “Con ella veo un entorno distinto al que estoy viviendo. Quiero dar amor, de manera que pueda llegarle con un mensaje bonito a la gente”.

Sus metas son ser un profesor y hacerle unos arreglos a su vivienda. “Me gustaría tratar de instruirles a los demás algo beneficioso para su vida. También mejorar mi casa porque necesitamos arreglarla para que se vea atractiva para habitar porque el piso está en cemento y las paredes en ladrillo y quiero que mi familia esté orgulloso de mi algún día”. Añade Flórez Ríos.

María Alejandra Gutiérrez, integrante de la Banda Sinfónica de Vientos, con la flauta traversa. / FOTO CINDY MELISA RODRÍGUEZ

Talentos locales
Como él, son más de 4.500 aprendices quienes cada día mejoran sus habilidades motrices en la danza, la música, el teatro y las artes plásticas al interior del Centro Cultural del Oriente, epicentro de la EMA.

Los participantes no necesariamente deben tener conocimientos previos, hay algunos que comenzaron desde cero, como Daniela Alejandra Vera Pinzón, de 17 años, quien inició este año a bailar salsa. “Me gusta venir a moverme para liberarme, ser más feliz y tener entusiasmo”, para alternarlos con sus estudios de octavo grado en su colegio del barrio Diamante II.

La mamá de la bailarina de ballet María Paula Torres Aguilar, Liliana Aguilar, la acompaña a todos sus ensayos y espera pacientemente afuera del salón hasta que termine el entrenamiento. “Comenzó a los seis años y esto le ha servido como disciplina porque le ha dado mucha elasticidad, ha aprendido a ser más estilizada, y los niños deben tener
un lugar donde puedan divertirse”. En los pasillos se aprecia el fervor con el que ellos descubren en cuál área son buenos, mediante risas y juegos.

La tarea de los talleristas es lograr que los alumnos sientan empatía con lo que hacen, la docente Natalia Mancilla Mosquera influye en el proceso de esta manera. “Lo que más me
gusta es transmitir la pasión que yo también siento por la danza”.

Asimismo, la profesora Natalia Gómez Pinzón dice que el objetivo es construir un hábito creativo. “Que tengan una técnica clara, que vayan aprendiendo con un proceso limpio, paso a paso y que la persona tenga conciencia de su cuerpo”. La práctica diaria perfecciona el rendimiento de los artistas y demás profesionales.

María Alejandra Gutiérrez tiene doce años y toca la flauta traversa. Cuando hace música se siente de maravilla. “Es como si estuviera en un paraíso, que estoy en el cielo, es lo que más me gusta hacer”, dice Gutiérrez, quien se presentó en el Festival Internacional de Flautas cuya experiencia fue inolvidable.

El hecho de trabajar en lo que les gusta conlleva a tomar decisiones sobre qué quieren ser en un futuro. Gisella Fernanda Pinzón Barajas, de 17 años, expresa que el proceso ha sido una experiencia enriquecedora no solo a nivel musical sino también personal. “La música conecta almas y es un lenguaje que todas las personas entienden, por eso trasmitirlo es muy especial y hacer que una persona disfrute en el momento de lo que haces es satisfactorio”. El próximo año quiere educarse en la carrera profesional de Música en alguna universidad.

El proceso también genera vínculos entre colegas. El bailarín Jeyson Fabián Dueña López, de 26 años, comenta que ha sido especial contar con compañeros amigables “Nos ayudamos porque en esta convivencia uno aprende del otro”. De igual forma, su compañero Gerson Moreno Morales afirma ser una herramienta del arte que puede generar un cambio que permita trasmitir mensajes por medio del arte.

Universidad Autónoma de Bucaramanga