Leer las obras de Laura Restrepo es observar el interior del ser humano, su universo propio, su infranqueable mundo. En esta reconocida novelista colombiana las palabras se convierten en imágenes íntimas, casi espirituales, capaces de describir todo aquello que con dificultad y demasiada vergüenza mostraríamos a nuestro prójimo. Sus historias tienen la virtud de cuestionar nuestras “verdades”, de poner en tela de juicio los valores, las actitudes y las conductas que, socialmente, nos han impuesto como humanas y “buenas”.

Para regocijo y placer de sus numerosos lectores, esta fuerza narrativa y casi teatral está de regreso en las librerías del país. Hace algunas semanas la editorial Alfaguara publicó su último libro: Pecado. En esta obra en que la literatura se sirve de la pintura para crear un ambiente nefasto y cruel, hay nueve relatos que parecen describir o representar uno de los cuadros más famosos, enigmáticos y cautivadores de El Bosco: “El jardín de las delicias”. Desde que iniciamos la lectura, nos encontramos con personajes tan conmovedores como perversos y despiadados. Hombres y mujeres que aman y odian, que construyen y destruyen, que protegen y asesinan, que son románticos y crueles descuartizadores al mismo tiempo.

En estos relatos los personajes son como seres que pasan de una sección a otra en el tríptico de El Bosco. En un momento los estamos imaginando o distinguiendo como seres apacibles, bondadosos, cariñosos o sensibles, y luego se nos muestran capaces de tener relaciones incestuosas, seguros cuando deben asesinar a alguien por dinero, perversos si deben despedazar un cuerpo humano para tomar venganza. Por eso, cuando terminamos de leer los relatos, notamos que la escritora ha logrado que dudemos de nuestras virtudes y entendamos o descubramos que el problema no solo es el castigo que asumimos por nuestras culpas; el problema yace en que en ocasiones sentimos placer con el pecado. Quizá por este motivo, al final del primer relato, el narrador ya no está sentenciando que “el placer y el pecado son equivalentes”.

Esta sentencia puede llevarnos a reflexionar sobre otra muy conocida e histórica: “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Según se cuenta en las Sagradas Escrituras nadie lanzó una piedra sobre la mujer adúltera. La explicación más común y sencilla es que todos los que estaban allí, habían cometido algún tipo de pecado; sin embargo, puede darse otra explicación: nadie lanzó alguna piedra porque todos reflexionaron y aceptaron que algo de placer había en el pecado mismo, en el hecho de hacer lo que no se debe. Y esto le sucede a cada uno de los personajes principales de los relatos. En su interior no es importante que sus acciones sean consideradas como pecados, lo que importa es el placer que les produce pecar. Saben que por sus acciones serán castigados, pero esto no es motivo para negarse lo que consideran necesario y satisfactorio.

En síntesis, en esta obra de Laura Restrepo encontramos una relación particular y muy humana de sus personajes con el Mal. En ellos, se reflejan cualidades y conductas que no se esconden detrás de la puerta, pues no quieren ocultar el tipo de criaturas que son: criaturas poéticas capaces de mostrar primero la verdadera esencia de su interior y no la vanidosa apariencia de su exterior; criaturas que nos enseñan que Rilke tenía razón cuando dijo que “lo bello no es sino el comienzo de lo terrible”. Entonces, cabe preguntarnos si somos en realidad lo que mostramos o si únicamente llevamos puesta una máscara para aparentar otras emociones, otros pensamientos y deseos. En suma, estos personajes consiguen que el lector cuestione su capacidad de reconocerse a sí mismo como un ser único y diverso, misterioso e imperfecto. Y lo anterior, solo una escritura hermosamente perturbadora puede lograrlo.

Por Julián Mauricio Pérez
jperez135@unab.edu.co

*Docente del Programa de Literatura Virtual, UNAB.

Universidad Autónoma de Bucaramanga

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