Al finalizar la Segunda Guerra Mundial algunos escritores afirmaron que ya no tenía sentido escribir o decir algo sobre la humanidad. El mundo había observado con asombro que el ser humano había llegado a expresiones de violencia tan infames e incontrolables que nada tendría sentido nuevamente, que todo parecía dirigirse a un Apocalipsis aún más devastador que el presentado en los textos sagrados. En menos de seis años, entre niños, madres y hombres de todas las edades, había muerto más de treinta millones de personas.

Primo Levi fue uno de los sobrevivientes del nazismo que sí quiso y pudo escribir. Italiano, pero de origen judío sefardí, vivió en carne y hueso la maldad y las aberraciones de la guerra. Fue capturado por el ejército alemán en 1943, mientras intentaba unirse a un grupo de opositores fascistas. La mayor parte del tiempo estuvo prisionero en un pequeño campo de concentración llamado Auschwitz Monowitz, en donde las condiciones de “vida” no fueron tan dramáticas e inhumanas como en los campos de exterminio. De todos modos, observó y padeció las aberraciones de la guerra, la intolerancia de los humanos, el desconcierto de los hechos, el maltrato de sus semejantes y vio, con asombro, cómo el ser humano perdía su propia dignidad mientras intentaba sobrevivir.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, el joven escritor entendió que debía buscar una manera de liberar un poco los terribles recuerdos que no dejaban de rondar en su mente y que pasaban de pesadilla en pesadilla. Al principio, se dijo que no era justo contar lo que había vivido; pero, con el tiempo, reconoció que la escritura era casi una terapia para recuperarse de las secuelas del Holocausto. De esta manera, en 1945 empezó a escribir todo aquello que recordaba de aquel horror y que pronto se convertiría en “Si esto es un hombre”, uno de los libros que mejor retrata la perversidad humana y sus distintas manifestaciones.

Desde su primera publicación, la obra logró un reconocimiento inmediato y casi universal. En sus páginas el autor narra, de manera directa y sencilla, su trágica experiencia. Levi ofrece su testimonio sin esconder ni evitar alguna descripción soez y aberrante de lo que Giorgio Agamben llama la más absoluta “conditio inhumana”, es decir: el hambre, la sed, el cansancio extremo, las miserias físicas, la resistencia, la desesperanza y el maltrato psicológico que padecieron quienes permanecieron bajo el poder del régimen nazi.

En estas páginas es indudable que sobrevivir parece el único objetivo. La naturaleza humana se muestra con todas sus desgracias, temores e instintos. Dentro de los Lager los cautivos asumen nuevos hábitos de convivencia, por ejemplo: ellos mismos se convierten en victimarios de sus semejantes. Sabemos de judíos que traicionan sus propias raíces, de hombres que por comida y agua ayudan a la destrucción de su propio pueblo. Sobreviven los más fuertes, aunque para ello sea necesario perder toda dignidad y respeto por el otro. Mientras la muerte ronda día y noche sin dar tregua, los cautivos la esquivan mostrando lo peor de la raza humana.

De los seiscientos prisioneros de su Lager o campo de concentración, Levi fue uno de los veinte que lograron sobrevivir. La mayoría de sus compañeros murieron de frío, difteria, disentería o tifus. Por esta razón, desde el comienzo hasta las últimas palabras de “Si esto es un hombre” entendemos que el título se plantea como una oración condicionada por una realidad social e histórica: como humanos no sabemos hasta dónde pueden llegar nuestros niveles de maldad, nuestro deseo de poder y nuestro aferramiento a la vida. Parece que, como en la “Divina Comedia”, podremos estar en cualquier de los círculos del averno, el lugar depende de lo que debamos vivir y de las acciones de los otros.

Por Julián Mauricio Pérez G.
jperez135@unab.edu.co
*Docente del Programa de Literatura Virtual de la UNAB.

Universidad Autónoma de Bucaramanga

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