
Ubicado en la provincia Comunera, al sur de Santander, Oiba tiene en su segundo renglón productivo, después de la ganadería, la producción de miel, según la Unidad Municipal de Asistencia Técnica (Umata) de dicho municipio. Sin embargo, los apicultores residentes en esa región afirman sentirse afectados debido a la baja producción; situación que ha llevado a muchos de ellos a dejar su oficio, y a quienes aún permanecen, a enfrentar dificultades económicas.
El envenenamiento a las colmenas es el principal factor de la desaparición de los apiarios, como lo denuncia Katherine Mejía Silva, representante legal de la Confederación Apícola de Oiba, Confeapícola, quien afirma que la situación cada vez es peor: “Nosotros como apicultores nos estamos viendo afectados, ya sea por cambios climáticos, o el envenenamiento; gente que tiene sus cultivos y fumiga está afectando mucho las colmenas, la abeja se está muriendo”.
Gerardo Cala Duarte es propietario de la tienda ´El Oibano’, donde vende miel e insumos para la producción apícola. Cala Duarte asegura que “la producción se disminuye debido a que la abeja recoge solamente para ella, y también la parte invernal; eso es fundamental para que no haya buena producción, porque los tiempos han cambiado”.
En mismo sentido se manifiesta John Rodríguez Peñuela, otro comerciante de miel quien relata que “ha disminuido (la producción); acá ha habido mucha tala de montaña, y ahora está predominando la ganadería. Entonces sectores donde había mucha arborización, ahora son solo potreros donde ya hay poca flor, y eso hace que no sea viable tener tantas abejas, porque no tienen comida suficiente”.
Ante esta situación, los apicultores plantean subir los precios de la miel; una botella de 375 mililitros que actualmente cuesta 10 mil pesos, subiría a 15 mil de continuarse el envenenamiento de colmenas. Además de Oiba, en Santander sobresalen en el cultivo de abejas Socorro, Charalá, Confines, Guapotá, Palmas del Socorro, Ocamonte, Rionegro, Lebrija y El Playón, según la Secretaría de Agricultura del departamento.
Las cifras de envenenamiento de colmenas presentadas por el colectivo Abejas Vivas, organización que agremia a los apicultores afectados por dicho fenómeno en Colombia, muestran que en los últimos tres años ha muerto el 30 % de las abejas en el país a causa de envenenamiento; esto a pesar de que en el ‘Plan Estratégico de Acción 2011 -2025’, propuesto por el Ministerio de Agricultura y la Cadena Productiva de las Abejas y la Apicultura (CPAA), se plantea pasar de 50 mil a 325 mil colmenas, produciendo 9 mil toneladas anuales de miel en 2025.
El balso negro
En 2011 el Comité Departamental de Cafeteros de Santander recomendó a los cafeteros sembrar balso negro, especie nativa de México, que trajeron como sombra para el café, dado que consideraban que es un árbol que crece rápidamente y expande sus hojas para dar protección solar a los arbustos. Sin embargo, no contaban con que la flor del balso negro mataría insectos, entre ellos a las abejas productoras de miel.
Para los apicultores de Oiba, la causa de la muerte de las abejas a raíz del balso negro, obedece a que ésta ingresa a la flor a recoger polen, y al intentar entrar se resbala, ahogándose en el néctar que el árbol produce. Dicha situación fue denunciada en 2014 cuando empezaron a percibir que se estaban perdiendo colmenas, y en los cafetales aparecían las abejas muertas.
El balso negro puede crecer hasta 15 metros; los cafeteros de la región aseguran que cuando ya tenían instalada la sombra para sembrar el café, “del comité (de cafeteros) nos mandaron a tumbarlo porque nos dijeron que esa sombra no servía para las matas (de café) porque no les dejaba entrar casi sol y las acababa”, relata Dulcelina Vargas Campos, cafetera de la región.
Con los esfuerzos hechos para contrarrestar el impacto que el balso negro ha dejado en los apicultores, aún no se han reparado por completo de su afectación. También la continuidad del cambio climático y el envenenamiento ha puesto en jaque la producción de miel que se queda corta en su oferta debido al aumento constante de consumidores, según cuentan los comerciantes de miel en Oiba.
La pérdida económica para los apicultores ha vuelto insostenible el cultivo de la miel, Katherine Mejía Silva relata que “antiguamente, se obtenía de una colmena una pimpina (cinco galones), ahorita sólo se obtienen diez o quince botellas. Entonces nosotros perdemos tanto como por poca floración, como por envenenamiento y baja producción en la colmena”, destaca la apicultora.
Una época color de miel
Silvino Alfonso Torres llegó a Oiba procedente de su natal Gámbita (Santander), cuando era un adolescente, desde entonces, hace 42 años, se ha dedicado al oficio de la colmena. Entre nostalgia e impotencia, Alfonso Torres relata que durante los años noventa existió la Cooperativa de Apicultores Agropecuarios de Oiba, que alcanzó a contar hasta con noventa socios, pero a comienzos de 2011 ésta se liquidó: “Un apicultor que tenía unas ciento y pico de colmenas se acabó, él cambió de oficio, ahora tiene es unos hoteles; vendió sus abejas; las regaló, las dejó tiradas. Los otros, hay muchos que se retiraron, se pusieron fue a bregar con ganado. Otros, como la mayoría de apicultores no tenemos propiedad para tener las abejas y hay que pagar arriendo, también renunciaron a eso”.
Según estudios científicos, las abejas hacen el equilibrio ecológico con la polinización, lo que posibilita que las plantas den fruto y garanticen la sostenibilidad alimentaria del mundo. Si ellas desaparecieran, se alteraría la cadena productiva del planeta y se perdería la biodiversidad existente. “Ojalá más adelante alguien se acuerde de que hay un grupo de apicultores que necesitan ayuda, porque la abeja es la parte más importante de la vida. El día que se acaben las abejas, se acabó el hombre en la tierra” concluye Alfonso Torres.
Por Cristian Eduardo Beltrán
cbeltran193@unab.edu.co