Existe una ciudad donde las puertas, las paredes y los pisos de los edificios son de cristal, una ciudad donde le quitan el olor a la mierda y el sabor a la cerveza. Allí, viven en armonía, todos aquellos desplazados de la guerra; una de aquellas guerras en que todos creen que están en el bando correcto.
Sin duda, esta ciudad fascinante y única es uno de los elementos narrativos más importantes de la última novela de Ray Loriga: Rendición. Una obra que presenta un lugar utópico donde las relaciones humanas son tan trasparentes y pacíficas que la vida carece de asombros, de emociones y de pasiones. La intimidad no existe y todos pueden verse, a través de las paredes, sentados en el inodoro o teniendo relaciones sexuales.
Galardonada con el Premio Alfaguara 2017, esta obra cuenta la historia de un hombre cuyas acciones están, generalmente, supeditadas a la obediencia civil. Un hombre que parece haber alcanzado mucho más de lo que imaginó, hasta que la guerra, la muerte y el destierro lo dejan a la deriva. Una historia en que el amor se extravía entre calles límpidas, el deseo se transforma en un hábito impasible y los sueños deben ser iguales para todos.
Sin embargo, en Rendición la guerra, la muerte y el éxodo no son los temas que nos desconciertan y nos ponen entre la espada y la pared. Lo extraordinario, para nosotros los lectores, ocurre cuando las relaciones humanas son extrañamente transparentes. Razonar parece más importante que sentir, pues se muestra como la única manera en que la vida puede ser pacífica y armónica.
Sin embargo, empezamos a notar que hay algo incompleto en esta visión y comenzamos a entender la inquietante actitud del personaje principal frente a este paraje edénico. Al verlo buscar una cerveza que sepa a cerveza, al saber que sus vecinos pueden observarlo, mientras se baña, a través de los muros de cristal, nos vemos reflejados en sus desacuerdos. Pensamos en los límites entre lo social y lo individual, lo público y lo íntimo y nos surgen preguntas. ¡Muchas preguntas!
No podemos afirmar que la obra intenta demostrarnos que la convivencia pacífica es un estado defectuoso, pero, seguramente, quienes se acerquen a esta historia también sentirán que siempre hay algo oculto detrás de toda perfección, algo clandestino que circula de un modo sombrío por los rincones de cualquier edén cristalino. Los secretos del hombre de la historia son como aquellos secretos que solo deben ser nuestros; secretos que ocultamos bajando las persianas o cerrando la puerta de madera.
Por otro lado, la escritura de Loriga es tan fluida y diáfana que no se percibe. Y estas son virtudes de autores de la talla de Jack London, Ishiguro o Schweblin. Los leemos como si nos estuvieran contando algo que acaba de suceder en la esquina de la casa. Utilizan los recursos narrativos para dibujarnos descripciones claras y llevarnos por hechos que pasan de un territorio a otro con gran naturalidad. Vemos a los personajes vagar por senderos de tierra o de cristal, por paisajes urbanos o rurales que, fácilmente, contemplamos con encanto y desconfianza. Sentimos en el oído un disparo, en el pecho el filo de un cuchillo o el corazón el desdén de la excesiva paz.
Así que, hay que leer Rendición: una obra en que la prosa es sobria y eficaz, una historia en que las dificultades no están en el caos, en el desorden y en la violencia.
El conflicto está en no acostumbrarse a ese paraíso de vidrio, en enfrentarse a sus ocultos controles, en no rendirse ante las invisibles reglas del bienestar. Rendición aborda una humanidad tan diáfana y perfecta que en lugar de calma produce desconcierto y en lugar de libertad nos lleva a reprimir nuestras más oscuras pasiones; y aquello que reprimimos, generalmente, termina en una explosión incontrolable que destruye las paredes de cristal.
Por Julián Mauricio Pérez G.
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