Por: Santiago Vásquez / svasquez592@unab.edu.co

“Mientras mi mente viaja donde tú estás/ Mi padre grita otra vez/ Que me malgasto mi futuro y su paz/ Con mi manera de ser”. Si a usted no le resonó en nada los versos que puse antes de esta oración, y solo le pareció una estrofa similar a un serventesio que alterna un verso endecasílabo con un heptasílabo, lamento informarle que ya está siendo víctima del inclemente paso del tiempo que nos afecta a todos. Ahora, si supo a qué me refería y leyó el principio cantando, usted tal vez estuvo contemplando si valía la pena o no comprar la boleta para el concierto de RBD en Medellín.

El 19 de enero del 2023 se anunció la vuelta del grupo mexicano, que fue La sensación musical de hace 15 años, a los escenarios. Soy Rebelde Tour, así lleva por nombre la gira que hará la agrupación entre el 25 de agosto y el 17 de diciembre de este 2023. Desde hacía tiempo se venían dando pistas del eventual retorno de Mía, Roberta, Guadalupe, Diego y Giovanny (Miguel sí se queda en la casa) por redes sociales, y los fans estaban entusiasmados. El 19 de enero fue el anuncio oficial del tour. Le expectativa y la ansiedad crecían en lo que pasaban los días. Llegó la fecha del anuncio oficial y en Colombia y otros países latinoamericanos se sintió una desazón monumental.

¿La razón? Cuando se anunció la gira, una que claramente decía en su cartel con palabras mayúsculas “World” (de mundo. De mundial), solo se mostraron fechas en México, que es su país de origen, Estados Unidos y Brasil. Inmediatamente se podía leer en redes comentarios como “Dudo que los gringos hayan crecido con las canciones de RBD, como crecimos los latinoamericanos” y otros miles que trataban de crear conciencia a la causa de una gira con más paradas en Latinoamérica. Colombia no fue la excepción, y entre tanto clamor popular se elevó un caudillo, más bien una caudilla, para abogar por las súplicas de su pueblo tricolor.

La Bichota, Karol G, hizo de representante y activó el protocolo de emergencia. Lanzó un tweet diciendo que iba a interceder por sus compatriotas, y dado el antecedente de que había llevado a Anahí (Mía Colucci) a cantar en su último concierto en Ciudad de México, se sintió el alivio de cuando se ve que el conflicto llega a su final. Efectivamente fue así porque, casualidad o planeado, el 13 de febrero fueron respondidas las súplicas de los fans y se anunció la primera fecha del concierto de RBD en el estadio Atanasio Girardot de Medellín.

Para el momento en el que escribo esta nota ya se anunció la cuarta fecha del mismo concierto. En las noches del 3 al 6 de noviembre se va a escuchar la música del grupo mexicano en el mismo escenario donde se presentó, para esa misma época, el World Hottest Tour del cantante puertorriqueño Bad Bunny en 2022.

¿Rebeldes con causa?

Estas cuatro fechas generaron bastantes curiosidades. La primera es el hecho de la cantidad de conciertos que se hicieron. Cuatro. El mismo Bad Bunny, que en el 2022 fue el artista más escuchado a nivel global, se presentó dos días en Medellín y uno en Bogotá (eso sí, tal vez por cuestiones de agenda). Una banda que hace 15 años no pisaba un escenario llenando cuatro veces un estadio al que le caben 40 mil personas resulta casi que irreal.

Otra de las curiosidades fue el revuelo mediático que se le dio al anuncio oficial del concierto en Medellín. No fue un poster en Instagram, un reel en TikTok, o un tweet. Se hizo el anuncio oficial con una pantalla en una calle del sector Provenza de la misma ciudad. A ese evento llegó el alcalde Daniel Quintero, quien celebró el concierto del grupo mexicano como un logro de la administración. Porque, de hecho, ha politizado bastante estos eventos hasta el punto de poner fotos en sus redes luciendo la típica corbata roja de la banda, y extrañamente, sin cortinas de humo ni nada, los anuncios coincidieron con unas audiencias donde funcionarios de su gobierno fueron imputados con casa por cárcel. Nadie se enteró, todos estaban pensando en los conciertos y en la corbata roja del “rebelde” Quintero.

Ahora, que este evento haya tenido estas cifras de asistencia tan elevadas puede tener una explicación y es la nostalgia. “Yo crecí con Rebelde, fue básicamente una parte demasiado importante de mi infancia. La última vez que ellos vinieron a Colombia yo estaba muy pequeña para ir y me tocó escucharlo por radio. Ese día me prometí que cuando volviera iba a ir sí o sí”, dice Silvia Ezenarro, quien ya termina su carrera de medicina en la Pontificia Universidad Javeriana. Así como ella hay demasiadas personas que relacionan a RBD con sus infancias, y el hecho de querer volver a esa época hace que piensen en gastar dinero en una boleta. Ya sea porque lo ven como una oportunidad que no va a volver a pasar, o porque así vuelven a los tiempos de antes y le cumplen el sueño al niño o preadolescente interior que siempre deseó ver a la banda en cuestión.

“Todo en la vida es a perder o ganar/ Hay que apostar, hay que apostar sin miedo”

El precio de la boletería sorprendió bastante. La entrada más económica estaba a 114 mil pesos, y la más cara estaba a poco más de 1 millón 900 mil. Casi 2 millones de pesos. Las entradas más caras no son individuales, están distribuidas en un sistema de palcos, que fue la forma en que el promotor del evento vio una alternativa de negocio importante, donde caben 10 personas por cada uno, y que están en toda la cancha del estadio.

Los precios de los conciertos aumentaron desde que terminó la pandemia. No es un secreto para nadie. Solo por comparar, la entrada para el Festival Estéreo Picnic, que es el festival más grande de Colombia y donde van alrededor de 20 artistas por día, en 2020 (antes de pandemia) estaba a 330 mil pesos, y este año (2023) está a 471 mil pesos las más económicas. La diferencia es amplia.

Esta situación ocurre por dos cosas. La primera es por la situación económica nacional. Hay que tener en cuenta que los artistas en su gran mayoría, por no decir que todos, cobran en dólares. Dado el hecho de que esta moneda está a un precio más elevado al de años anteriores, se entiende que el precio de traer a un artista sea más alto. Esto, sumado a los costos de llevar a cabo una producción, que incluye el montaje del escenario, logística, los gastos de transporte del artista y otros más, hacen que sea muy importante la inversión del promotor para tener ganancia en un evento de esas características.

La otra situación por la que las entradas están más caras se explica por la ley de oferta y demanda. Cualquier mercado se rige por estos dos factores. Cuando hay más compradores (oferta) se elevan los precios de cualquier bien o servicio. Entonces, teniendo como contexto que las personas estuvieron casi dos años completos sin poder ir a eventos masivos, y que el ser humano es un animal de comunidad, más personas que antes del 2020 quieren asistir a conciertos. Entonces, entendiendo que los precios de cualquier cosa se elevan cuando más personas quieren comprarlo, por eso las boletas están más caras.

Comprar entonces se vuelve casi como los juegos del hambre. Es una apuesta. La fila virtual dura horas de espera. Tanto que si fuera física le daría la vuelta a la manzana del estadio unas dos veces, y todas las entradas se agotan en nada. La espera no vale por larga que sea si no se tiene buen internet, y lo más importante: suerte. Presumir una entrada a estos conciertos se convierte casi que en una muestra de respeto en la que cada persona enseña orgullosa el trofeo de su batalla virtual. La rapidez en la que se agotaron las boletas hace que se vuelva manifiesta la necesidad de un pueblo hambriento, hambriento por entretenimiento, y por eso se sacan más fechas que se agotan como si se echara un pedazo de carne cruda en un tanque de pirañas con hambre.

“Lejos de pensar que me estoy haciendo mal/ Tengo que reconocer que todo esto me ha salido mal”

Ya explicamos por qué las personas quieren ir a ver a RBD. También explicamos por qué los precios de las boletas están caros, pero hay algo que resulta curioso, al menos para el joven que está escribiendo en este momento.

Desde este concierto, y viendo los otros, hay una cuestión que surge y es el asunto de los palcos. No solo el hecho de que son extremadamente caros, porque con el dinero de un palco se puede pagar: la cuota inicial de un apartamento, un carro de segunda (muy barato), 3 iPhone 14 Pro, una cena en algún restaurante de los hermanos Rausch y casi-casi para una matrícula de medicina en la Universidad de Los Andes. La cuestión que surge es el por qué la venta de la boletería de las localidades que está en la cancha es en palcos y no como se hace en un concierto normal, donde va todo el mundo de pie y haciendo parte de la misma masa.

En la gran mayoría de conciertos que se realizan en el país se puede ver que las entradas que están más cerca a la tarima del artista solo se venden en palcos. Un grupo de personas entra a una pequeña sección delimitada por unas vallas y en esa zona establecen su pequeño mundo, un microestado efímero donde solo reina su ley y antojo. Ahí, durante el tiempo que dura el show, las personas que están en el palco, y más las que lo pagaron, se sienten las reinas del mundo. Los estratos sociales demarcan eso y se trasladan a las localidades, dividiendo de forma clasista y horrorosa a los asistentes en ciudadanos de primer orden 8palcos), segundo orden (VIP) y tercer orden (general). Sí somos.

Digo que se hace curiosa esta situación, porque viendo la boletería de las demás fechas en otros países, y comparando incluso con giras como la de Bad Bunny, los palcos en la cancha no existen. Las personas que se hacen cerca a la tarima están en el concierto sintiendo la experiencia primaria de un evento como estos. Porque un concierto no es un evento donde se va a modelar o a lucir bien para el siguiente post de Instagram. Un concierto es un ritual donde el artista que está en tarima es el sacerdote principal. Todo el público se mueve al mismo son, y el objetivo principal es el disfrute de un momento que tarde o temprano va a pasar.

Esto en Colombia no pasa. La cultura traqueta se ha calado tan al fondo del ideario del colombiano promedio, que simplemente no se cuestiona el porqué de aquella costumbre rara. Imagínese usted que en el primer Woodstock que realizaron hubiesen armado palcos de máximo 15 personas. Aquellas imágenes icónicas donde miles de personas escucharon a Jimmy Hendrix tocar el himno nacional de los Estados Unidos se hubieran visto modificadas por vallas publicitarias de Aguardiente Antioqueño que separaban a la gente. Lo mismo con el mítico Live Aid de 1985 en el que Queen y Freddie Mercury marcaron la historia de la música, si lo hubiesen hecho en Colombia, el clasismo hubiese masacrado el evento y no Daniel Quintero posaría como fantoche.

La cultura traqueta es todo ese mundo relacionado con el narcotráfico. Es, según Renán Vega, “La imposición de una cultura en la que sobresale el apego a la violencia, al dinero, al machismo, a la discriminación, al racismo, es un complemento y un resultado de la desigualdad que caracteriza a la sociedad colombiana”. Esa nefasta idea de pasar por encima del otro, hacer ruido excesivo, gastar sin pensar en lo que viene mañana porque “Pa’ eso hay plata” y, sobre todo, aparentar solo para proyectar un estatus que no se tiene, Todo esto hace parte de las máximas de la cultura traqueta; las cuales, están tan presentes que ya se asumen como normales en nuestro país del traqueto corazón.

El traqueto no piensa en grupo. Solo está concentrado en ganar y ganar más plata a toda costa. Por eso, la sociedad colombiana es tan individualista, y por eso no se nos hace raro estar separados en un escenario donde se supone que todos son la misma persona. El objetivo del traqueto es cada vez más separarse de la base de la pirámide social. Ir comprando su privilegio, porque si algo también promulga la cultura traqueta es que hay que venir desde abajo y ganar a lo fácil, a la maldita sea, claro, casi nunca legal.

Consumir es importante en esta cultura. Hace parte de la estética del traqueto. “¿Y cómo es la narco-estética? Está hecha de la exageración, formada por lo grande, lo ruidoso, lo estridente; una estética de objetos y arquitectura; escapulario y virgen; música a toda hora y a todo volumen, narco-toyota plateada, exhibicionismo del dinero.”, escribió Omar Rincón hace 14 años. Esto se traduce en un palco de 20 millones de pesos y botellas de licor toda la noche.

Rincón también dijo “La verdad es que en Narco.lombia sin tetas, armas y billete no hay felicidad. La sociedad disfruta el gusto mafioso, la verdad de silicona y la ética de la pistola”. No se puede contemplar un concierto de estos sin el exceso y la ostentación. Todos quieren ser los influencers que reciben palcos gratis y solo muestran lo bueno que viven en sus redes. Porque eso es lo importante en la sociedad de ahora, no quién eres como persona, sino cuánto gastas.

Ahora, hay que establecer otro punto en esta sesión de puntillismo, y acá también parafraseo a Rincón cuando digo que referirme a estos temas, y criticar la estética que viene de la cultura traqueta es un acto de “arrogancia burguesa”. Solo aquel que se considera superior al otro es quien critica con la mirada de Miranda Priestly, directora de la revista Runway en la peli “El diablo viste a la moda”. Por eso, este texto no sataniza, más bien trata de comentar lo que pasa en nuestra sociedad.

Estas giras sirven para mostrar lo que tenemos como país. No es solo el asunto de los precios elevados o el poder adquisitivo de la gente, sino también lo que hay atrás, la raíz. Lo narco va ligado al sacarle provecho a la situación del otro, a “no dar papaya”, y esto se manifiesta en la venta de boletería. Revendedores que compran boletas para subirle 3 veces el precio original, o la corrupción que hay detrás de la venta de entradas, porque también el acceso a estos eventos es una cuestión de poder. Es un escenario para que ustedes sepan quién soy yo.  

El narco está arraigado, vuelvo y digo, a nosotros. No es cuestión de mal gusto, o de dejar de “ser guisos”, es de cambiar de a pocos el ideal de la comunidad y mirar más para adentro. Ser rebeldes, como la banda que se presenta cuatro veces en el Estadio Atanasio Girardot, y no seguir a los demás, solo porque es lo que determina el status, es la cuota inicial de un cambio. Jaime Garzón llamó la atención sobre esto en 1997 en Cali, les dijo a los estudiantes universitarios que si no les parecía extraño que en un país con tantísima pobreza, con gente muriéndose de hambre a diario, con niños sin alimentos, se vendieran en la ciudad de los carteles de la droga automóviles de alta gama y marcas ostentosas. Pasaron 26 años, mataron a Garzón, pero la pregunta es válida y vigente: ¿qué tanta cultura narca tienen estos conciertos de RBD en Medellín?   

Universidad Autónoma de Bucaramanga