Por Gimena Katherine Velandia Rincón
gvelandia418@unab.edu.co
Decretar una cuarentena obligatoria por más de cinco meses fue una estocada a las dificultades que surgían en Colombia antes de la pandemia, pues a fin de evitar un colapso en el sistema de salud, intensificó la crisis socioeconómica de las poblaciones más vulnerables.
Leidy Orozco González tuvo que incumplir la cuarentena obligatoria desde junio; es trabajadora informal, por lo que no tuvo garantías para estar en casa sin problemas económicos. Los ahorros que tenía soportaron hasta mayo, y aunque recibió ayudas por parte de la ciudadanía, tuvo que entregar la casa que arrendó en el barrio Caldas por $450.000 y mudarse con seis familiares, de los cuales solo tres, incluida ella, pueden salir a trabajar.
De lunes a viernes Leidy atiende un carro con dulces, cigarrillos y tinto en frente de la Universidad Autónoma de Bucaramanga. Llega a las 7 de la mañana a acomodar la mercancía, una silla, dos sombrillas que la cubren del sol de mediodía, y se queda hasta las 5 de la tarde. A pesar de que las ventas disminuyeron más del 50 %, confiesa que “así sean 10 mil, 15 mil o 20 mil pesos alcanza para sostener el punto y llevar sustento para la casa”. Destaca que no le quedó más opción que salir a trabajar, pero que mantiene el distanciamiento social y hace uso de tapabocas, gel antibacterial y alcohol para entregar los productos y ofrecer a sus clientes.
Hacinamiento
Quedarse en casa no es sinónimo de protegerse. Brigith Piñango Pulido, madre venezolana de 19 años, se hospeda en Morrorrico con su hija y esposo. No viven solos, comparten la casa con siete familias conformadas por mínimo tres integrantes. Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane) esta situación se considera “déficit de cohabitación” pues residen más de tres hogares en una vivienda, y “hacinamiento mitigable”, porque hay más de dos personas por cuarto. Al aglomerarse distintas familias en una misma casa son más propensos al contagio y a la propagación del virus.
Todos los días Brigith, su hija y esposo se dirigen hacia el barrio Cabecera del Llano. Ella y su hija se quedan allí pidiendo colaboración a la ciudadanía, mientras su esposo se dedica a conseguir reciclaje para venderlo en el sector de Quebradaseca. Sobre las 5 de la tarde se reúnen para volver a su hogar y llevar $15.000 pesos al arrendatario para asegurar el lugar, pero a veces no lo logran conseguir.
Sin comida, ni garantías

El Dane revela que durante los cinco meses de cuarentena alrededor de 85 mil familias en Colombia redujeron su alimentación a una comida al día. Si bien una buena nutrición contribuye a mejorar el sistema inmune para protegerse de las enfermedades, a personas como Aldo Marcheta se les dificulta cubrir este tipo de necesidades. Es un artesano de 60 años que se ubica de lunes a viernes en el parque San Pío para elaborar y vender sus productos. Con ayuda de diversas pinzas, alambre de cobre y piedras como cuarzos, obsidianas y ágatas, fabrica joyas.
Confiesa que la pandemia le disminuyó las ventas, debe mes y medio en el hotel en el que se hospeda y a veces no tiene para comer, “porque no hay dinero para cubrir las necesidades básicas como la alimentación. De solo pensar que llego al hotel y el señor me pregunta ‘¿qué me trae hoy?’ yo le digo tristeza, porque plata no hubo”, relata.
Sumado a ello, la Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que los adultos mayores son una de las poblaciones más vulnerables al contagio, por ello recomienda que eviten salir. Sin embargo, tanto como Aldo Marcheta, a Luis Abelardo Ramírez Torres no le queda opción. Es cantante de tiempo completo, a sus 78 años recorre las calles de Bucaramanga y se ubica en las aceras para cantar a cambio de dinero.
Vivía con unos familiares, pero hace unas pocas semanas decidió irse a vivir solo, pues comenta que “uno no puede vivir siempre apegado a la familia, recargados a ellos, porque hay que considerar también”. Ahora se hospeda sobre la calle 55ª con su arrendataria; paga mensualmente 400 mil pesos y procura comprar comida para cocinar. Además, trata de cuidar su salud, pues no cuenta con los ingresos suficientes para suplir gastos médicos.
Recelo
De acuerdo con el antropólogo Daniel Andrés Leguizamón Hernández, graduado de la Universidad de los Andes, algunas personas no ven el riesgo en el virus, sino en las medidas de aislamiento. Al impedir la movilidad, sienten que agreden su libertad; encuentra en los estratos altos una mayor tendencia a sentirse incómodos y limitados.
Edson Ricardo Torredo, comerciante de productos agrícolas, considera que la pandemia es producto de “la dominación de potencias económicas” y que en el pánico y la cuarentena hay una intención para apaciguar y controlar a las personas. Confiesa que en ninguna ocasión cumplió con la cuarentena obligatoria y que salir le demostró que “lo que hay en Colombia son especulaciones”, pues no conoce a nadie que se haya contagiado. Por otro lado, Leguizamón Hernández sostiene que hay cierto escepticismo sobre el número de contagios, pues como algunas personas no conocen casos a su alrededor, no creen que la situación sea real.

El hambre, la ansiedad, la desnutrición, los problemas de salud y el escepticismo no solo llevaron a quebrantar la cuarentena obligatoria de Leidy, Brigith, Aldo, Luis y Edson, sino que juntos son los ingredientes para una receta de caos, pues agudiza los problemas latentes de la pandemia y las condiciones laborales precarias. El antropólogo Leguizamón Hernández expone que si no hay pedagogía por parte de los Gobiernos nacional y departamentales, ni políticas que impulsen el desarrollo socioeconómico, no habrá una solución eficiente para evitar la propagación del virus ni para evitar el aumento de la pobreza.