La venganza ha sido representada muchas veces en el cine y la literatura, desde películas como “Revenge” de 1990, dirigida por Tony Scott y protagonizada por Kevin Costner, Anthony Quinn y la inolvidable Madeleine Stowe, pasando por la más reciente “V de Vendetta”, dirigida por James Mc Teique y protagonizada por Natalie Portman. Pero uno de los relatos capitales sobre la venganza y sus consecuencias se halla en La Ilíada de Homero, que narra los últimos días de la guerra de Troya, y que junto con La Odisea, han sido los textos más relevantes de la antigua Grecia (también llevados al cine). Ambos poemas epopéyicos han sido atribuidos a Homero, aunque aún se duda de su existencia y de la fecha exacta de su creación (algún punto del siglo VIII a. C.). Lo cierto es que La Ilíada relata la cólera de Aquiles, el principal guerrero de los Aqueos, quien había decidido no entrar de lleno en la guerra contra los troyanos, pero debido a la muerte de su amigo Patroclo, a manos de Héctor (el único guerrero troyano capaz de repeler la furia Aquiles), decide entrar en combate desatando toda su ira y emprendiendo una cruel venganza contra Héctor y su pueblo, que concluye con la muerte de este y la destrucción de Troya.

En la última película de Alejandro González Iñarritu, “The Revenant” (El Renacido), basada en una novela homónima de Michael Punke, Leonardo DiCaprio interpreta a Hugh Glass, un personaje que realmente existió y hace parte de la cultura popular estadounidense. Fue un explorador y cazador a comienzos del siglo XIX, en la zona que hoy se conoce como Dakota del Sur, rica en animales como el bisonte, que fueron fuente del comercio y la caza de pieles por parte de franceses y americanos de origen europeo. La presencia de los blancos en esta región comenzó a inquietar a las culturas aborígenes de este territorio, dentro de las cuales se encontraban los Akirara (sedentarios y agricultores), los Cheyennes (cazadores y nómadas), y posteriormente, los Lakota, tribu que hacia parte del grupo nativo Sioux y que migró a esa región, pero no se la llevaron del todo bien con los Akirara.

Glass hace parte de la compañía Ashley’s Hundred, llamada así por el nombre de su gestor, el general William Henry Ashley. En una de sus expediciones, posiblemente en algún bosque a lo largo de la ribera del río Misuri, Glass tiene un feroz encuentro con una osa Grizzly. Como consecuencia queda mal herido y el general Ashley encarga a dos hombres para que cuiden de él, mientras el resto del grupo continúa la expedición. Uno de ellos es Fitzgerald (Tom Hardy) quién por temor a quedar retrasado del resto de hombres y padecer un posible ataque de los aborígenes, decide abandonar a Glass a su suerte en medio de la nada.

En esta versión de Iñarritu, el detonante de la acción de venganza se acentúa aún más. Glass sufre la pérdida de lo que queda de su familia, a causa de las decisiones del antagonista. Al perderlo todo, entra en un sinsentido en el que lo único que lo alienta a seguir vivo es poder vengar la muerte de su hijo, su más preciado ser querido. La película entonces da cuenta de este proceso, de la lucha de un hombre moribundo contra un entorno adverso. En estas montañas nevadas, Glass debe sortear abismos, rápidos y cascadas, además de ataques de otros cazadores de pieles y de animales salvajes como hienas y osos. Al igual que Aquiles en La Ilíada, lo que configura la venganza en Glass es la muerte del ser amado, la venganza se convierte en el sentido de la existencia para el vengador, y de alguna forma la víctima comienza a tener cierta desventaja. La frase proverbial “La venganza es un plato que se come frío”, se refiere a que el plan de la venganza requiere paciencia e inteligencia (proceso que casi siempre la víctima desconoce). Glass sabe que nadie conoce como él esos terrenos, su astucia como cazador le da cierta ventaja sobre su nueva presa, el inexperto y ambicioso Fitzgerald.

La obra podría entenderse bajo los códigos del género western, un hombre solitario frente a un entorno hostil, la existencia de roles actorales como el cazador y el cazado y la presencia
de aspectos como el crimen, la ambición y la venganza. Sobra recordar los premios con los que ya cuenta esta película y los que le faltan, entre ellos, el preciado Oscar para su protagonista. Pero es pertinente destacar dos trabajos que sobresalen en la propuesta cinematográfica: la fotografía de Emmanuel Lubezki, por su limpieza en la disposición del entorno en relación con los personajes y la fluidez en los movimientos de cámara que hacen
que el espectador perciba de una forma mucho más realista el espacio escénico. Y la banda sonora que como una sutil partitura envolvente configura la atmósfera de la película e imprime
cierto acento dramático en algunas secuencias importantes para el relato.

Por René Palomino Rodríguez *
rpalomino@unab.edu.co

*Docente del Programa de Docente del Programa de Artes Audiovisuales de la UNAB.

Universidad Autónoma de Bucaramanga

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