Por: Santiago Vásquez García / svasquez592@unab.edu.co
Un padre no sabe si juega como un emisario de la divinidad para destinar a su hijo recién nacido a recorrer una ruta particular en su vida. Puede ser una simple casualidad o una alianza con la divina providencia, pero hay momentos en donde un nombre juega un papel fundamental a la hora de marcar un destino. Diego Armando Maradona no nació para otra cosa que para jugar fútbol y cambiar el nombre del estadio San Paolo de la ciudad de Nápoles que queda a dos horas de la casa del Papa. Kobe Bryant y LeBron James nacieron para jugar baloncesto, porque de otra manera sus nombres hubiesen sido un desperdicio. Gabriel García Márquez nació para escribir, y así como él, Rubén Darío Silva Paz vino al mundo con una pluma en una mano y un papel en la otra.
María La Baja, Bolívar, vio nacer a Rubén un 5 de agosto de 1984. El hijo de Joaquín Silva y Angela Paz llegó a su casa en las faldas de los Montes de María después de 10 partos, y por cosas de esas en las que la vida parece una película con un guion bien escrito, el día que su padre lo fue a registrar, acompañado de su hermano, entró a la Registraduría con el nombre de Teófilo y salió con el nombre de Rubén Darío. Macondiano.
Ser el menor de 11 hijos le dio la facilidad de acceder a los libros que le compraban a sus hermanos para el colegio. La biblioteca municipal lo recibía dos veces a la semana, a veces más, a veces menos, pero siempre con sus estantes inmensos que veía desde el lente de un niño pequeño con ganas de explorar aquél vasto mundo hecho de papel y tinta.
A los 8 años empezó a escribir sus primeras historias. Su bautizo literario, como lo define él, llegó a los 10 años. En el centro literario del pueblo, de la mano de su profesor Jorge Castro, escogió en una bolsa que estaba en el centro del salón, una papeleta con el nombre de Edgar Allan Poe. Leyó sus obras y el camino de las letras de Rubén se enriqueció cada vez más.

Identidad y preparación
Silva ha vivido en Europa, en Brasil y conoce infinidad de ciudades, pero igual que Gabo, prefiere el Caribe colombiano. De allá es, y al vivir afuera se dio cuenta de su identidad y lo importante que es la representación cultural para las personas. Por eso lee a autores colombianos caribeños como Manuel Zapata Olivella, Roberto Burgos Cantor, García Márquez y escritoras afro como Chimamanda Adichie, Bernardine Evaristo, Toni Morrison, Marice Condé, entre otras. Afirma que esas plumas lo seducen porque desafían el poder y el hecho de contar una historia única.
Rubén es la encarnación del dicho de “está más preparado que un yogurt”. Ha hecho estudios de filosofía, teología, hermenéutica, ha desempeñado cargos de gerencia y gestión cultural y otras cosas más, pero le faltaba algo. “Desde niño tenía claro que debía irme de este mundo habiendo sido profesional en literatura y teniendo conocimientos de filología”, dice él. Por eso, un día de esos de pandemia donde no había más que la compañía de las pantallas, decidió buscar dónde existían estudios de literatura y encontró la UNAB.
El ser un buen escritor y gestor cultural lo llevó a recibir el 13 de enero de este año la noticia de que había sido una de las 5 personas en ganar la Beca de excelencia del Hay Festival 2023. Este reconocimiento busca exaltar a aquellas personas por su trayectoria literaria y compromiso con la promoción de la lectura y la cultura. El 27 de enero también estuvo en Medellín participando en el evento “Vení te leo” de la Biblioteca de literatura africana, iniciativa impulsada por la Corporación Manos Visibles y apoyada por la Fundación Sura y la editorial Penguin Random House.
Historias poderosas
“Me dejo sorprender por el poder de las historias”, dice Rubén. Como buen creativo encuentra detonantes para escribir en cualquier lado. Puede ser la palabra que escuchó al aire en algún lado, o una situación que le ocurrió en algún momento. A veces incluso se inquieta él solo en su día a día, y de ahí puede encenderse la chispa de su siguiente proyecto. Nunca deja su libreta y como todo aquél que vive de las ideas, espera siempre a que alguna aparezca como un pescador con su atarraya.
Silva se siente llamado a contar historias porque sabe que mucha gente no lee y quiere cambiar eso. Después de viajar y tomar conciencia de su identidad, determinó el que las personas pudieran sentirse representadas desde lo que escribe. Ese es su llamado: usar las letras para restaurar porque “la literatura puede ser un poder sanador”, dice.
Para aquellos que empiezan a leer recomienda El palacio de la media noche de Carlos Ruiz Zafón y El bosque de los pigmeos de la chilena Isabel Allende. También, justo ahora que aflora el amor en los días que quedan de febrero, la chilena resulta oportuna con El amante japonés. Igual, la literatura es un mundo inmenso en donde cada quien forja su experiencia. El objetivo es dejarse sanar y, así como Rubén, seguir la historia que nos demarcó la vida y las letras.