Imaginemos que una joven saca de una jaula un pequeño gorrión. Nos da la espalda y de un tirón introduce al pajarito en su boca. Parece que hay un forcejeo, pues se oye un chillido y la joven debe apretar la boca con sus manos. Pasan algunos segundos, ella voltea y solo podemos observar algunas manchas de sangre en la nariz y en el mentón… ¿Y el gorrión?
Este es uno de los momentos más abrumadores del libro Pájaros en la boca y otros cuentos de la escritora argentina Samanta Schweblin. Como ese, hallaremos otros momentos. Otros más incómodos, otros más desconcertantes. Y es que en Schweblin lo extraño, lo raro, lo que a veces no entendemos se narra como un hecho cotidiano.
Solo después del tercer cuento comprendemos que estamos frente a una escritora que sabe combinar la técnica narrativa y la intuición. Las tramas, los espacios y los personajes llevan la huella de quien desea incomodar al lector. Le ofrece las pistas necesarias para que especule hacia dónde va la historia, para que, por adelantado, imagine cuál será el final del cuento. Sin embargo, esas pistas no son más que estrategias narrativas puestas al servicio de la intriga y de la tensión.
En realidad, sus cuentos nos llevan a otros lugares y a otras circunstancias. Lo que pensamos que sucederá no se cumple y de pronto surge lo inhóspito, lo inesperado. Entrar en los espacios de estos relatos es adentrarse en un laberinto conscientemente organizado. En este sentido, como lectores, no podemos tomar ninguna decisión. Estamos aferrados completamente a que cualquiera de sus narradores nos tape los ojos, mientras nos susurra al oído el camino que debemos andar. Y aunque esto nos llene de pánico, no podemos ni queremos detenernos. Todo es cuestión de curiosidad o de simple morbosidad.
Sus cuentos son pequeñas obras construidas con la dedicación y la imaginación de quien hace de cada relato una sinfonía literaria. Cada uno de ellos, muestra un ritmo deliberadamente dinámico en que la fabulación del narrador y las voces de los personajes envuelven la trama en una especie de tierna música siniestra. Escuchamos el dolor, el sufrimiento o la soledad con tanta ingenuidad y afección que terminamos por acostumbrarnos al asco, a la crueldad y al abandono.
Sin duda, la técnica de Samanta Schweblin es saber disponer de los claroscuros del relato. No sabemos con exactitud qué es lo bueno y qué es lo malo. De pronto, mientras leemos, estamos a la deriva de nuestros propios prejuicios, de nuestras visiones del mundo. Lo narrado es inestable. Aparecen personajes que debemos situar entre el cariño y el asesinato, entre lo habitual y lo absurdo. Tenemos la sensación de que todo puede pasar, de que una palabra siempre nos dice mucho más de lo que significa, de que la relación entre causa y consecuencia puede tener mil variantes. Y son estas variantes las que nos llevan a leer este libro de cuentos como si fuera una gran novela. No queremos salir de ese universo de pequeños planetas ficticios, pues sentimos que algo inexplicable los une.
Para terminar, digamos que Pájaros en la boca y otros cuentos es una obra que transita entre la realidad y lo fantástico, entre lo que queremos ver y lo que evitamos ver. Su escritura nos demuestra, al estilo de Carver, Di Benedetto o Abelardo Castillo que la maestría narrativa consiste en saber contar una historia, en hallar el segundo preciso para decir o callar, para mostrar u ocultar. Así que quien aún no haya leído a Samanta Schweblin puede considerarse una persona con mucha suerte, pues tendrá el placer de descubrir, de acercarse, por primera vez, a una de las mejores voces de la cuentística latinoamericana.
*Docente del Departamento de Estudios Sociohumanísticos de la Universidad Autónoma de Bucaramanga.
Por Julián Mauricio Pérez G*
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