Durante dos de las tres décadas que tiene el lugar, la familia Peña ha pasado aquí cumpleaños y fechas especiales.Dicen que tiene más vida que cualquier centro comercial, y al ser atendido por sus propietarios, el servicio es de calidad.

El Centro Comercial San Andresito Unidos de Colombia, ubicado sobre la Diagonal 15 y en el cruce de la vía que lleva este mismo nombre, La Rosita, completa 35 años haciendo parte del comercio de la ciudad. En la actualidad existen escombros y objetos abandonados en su interior, su estructura se ha deteriorado, al igual que algunos (más de 100) de sus cubículos que se sostienen gracias a vigas de cemento y latón. A pesar de la soledad hay familias que han escrito su historia allí, como Omaira Peña Durán con su hija Luz América Suárez Peña.

El lugar cuenta con dos pisos y tiene 11 entradas contando los parqueaderos, una de estas conecta con un puente peatonal que, por su decoración, quiere dar la impresión de que está construido con fichas Lego. Por este puente se llega al segundo piso. Los visitantes se encuentran allí con la música que pone uno de los almacenes principales llamado Madrugangas. Lo que para algunos puede ser ruido, para ellos es la mejor estrategia para atraer la atención de clientes y compradores desprevenidos. Desde vallenato hasta canciones cristianas integran el repertorio que retumba hasta la calle.

Las escaleras eléctricas, esas que según cuentan “fueron las primeras en instalarse en Bucaramanga”, dejaron de funcionar un día cuya fecha se borró de los recuerdos de los comerciantes. Daban ingreso al piso principal. Como la música, el recorrido también permite conocer distintos acentos, voces que matizan las frases de los
vendedores populares: “¡A la orden!”, “¿qué andaba buscando?”, “¡bien pueda y siga!”, “¡bienvenidos!”. El marcado acento santandereano es el que más se escucha.

La mercancía no está del todo organizada. Ocupa una parte considerable de los corredores para llamar el interés de las personas que los recorren. “Le tenemos la plancha para el cabello, la licuadora, ventiladores, ¿en qué le puedo colaborar?”, saluda Omaira, mientras señala los artículos que están a la venta.

Bajo el lema ‘buen precio’

San Andresito La Rosita ubicado sobre la Diagonal 15, completa 35 años haciendo parte del comercio de la ciudad. /FOTO LAURA TATIANA PERILLA RAMÍREZ

Hace 22 años, la idea de tener un establecimiento vino a la mente de Omaira, así fuera en arriendo, pues llevaba trabajando “ un buen tiempo”, no recuerda exactamente cuánto, vendiendo artículos al por mayor y artesanías por algunos pueblos de Santander. Cuando tuvo la oportunidad de conseguir un puesto fijo, no lo dudó, el local es de dos metros cuadrados, y queda diagonal a otra de las entradas del primer piso. Allí fue conociendo “el terreno”, como dice. Exhibía productos variados para ver con cuál de esos le iba mejor y así ir conociendo cómo se movía el mercado. “Intentaba con varias cosas, miraba si los juguetes funcionaban, o si algún electrodoméstico y cositas así, la ida era ir probando”, y efectivamente, se quedó en esas dos categorías.

Los comerciantes bumangueses en las décadas de los sesenta, setenta y finales de los ochenta del siglo pasado, ocupaban el Parque Centenario, ubicado entre las carreras 18 y 19 con calle 33 y 34, que, con el paso de los años, se reconocía como el San Andresito de Bucaramanga, porque era el punto oficial del centro comercial en la ciudad durante esta época. Desde calzado, joyería y ropa, hasta frutas y verduras se podían conseguir allí. En este último era experto Julián Ríos Ortiz, quien todos los días, durante diez años (1974 -1984), vendía junto a su hijo, Javier Santander. “Era bonito porque con mi papá le ofrecíamos a la gente, arreglábamos lo de plaza y conseguíamos lo de comer todos los días”. También recuerda el rostro de felicidad y tranquilidad que se dibujaba en la cara de su mamá, Carmen Rosa Torra, cuando iba junto a sus hermanos y los visitaba el domingo que era el día del mercado en su casa. Sin embargo, ellos no quisieron hacer parte de la reubicación que en aquella época hizo la Alcaldía de Bucaramanga, a cargo de Carlos Enrique Virviescas Pinzón, y su puesto terminó allí.

Línea de tiempo San Andresito La Rosita/ REALIZADA POR LAURA TATIANA PERILLA

“Le tenemos el coche, paseador, el comedor, todo lo que busque para bebé”, repite Omaira desde las 9 de la mañana hasta las 8 de la noche que llega la hora de cerrar. Pasar aproximadamente o 11 horas trabajando no es tedioso. La comerciante asegura que la compañía que le brinda su hija, Luz América, y su nieto Cristopher Delgadillo Suárez, trae a su memoria que tiene un negocio próspero, una empresa familiar. “Cuando esto comenzó, mi hija estaba pequeña, solo venía los fines de semana”. Fue así como Luz América aprendió a trabajar en las ventas.

Un recorrido por el pasado

Luz América recuerda que antes de su llegada al local estaba su hermana mayor, Ingrid Tatiana Suárez Peña, y que a diario las visitaba porque traía el almuerzo para ella y su mamá. Pasarse por allí era su pasatiempo favorito, pues jugaba a ser comerciante, así como lo hacían sus papás y sus tíos. Practicaba hablándoles a los clientes y mostrándoles qué podían elegir y sobretodo, “enseñándoles que se llevaban un buen producto con gran calidad”. Hacía sus tareas, corría y veía con el paso del tiempo cómo estos se iban desocupando y perdiendo sus dueños. El lugar, conforme ella crecía, se quedaba más solo. Algunos de los que eran sus vecinos y compañeros de trabajo de su mamá se iban porque “el negocio no le da a todos”.

La mercancía ocupa gran parte de los pasillos para llamar la atención de los visitantes. / FOTO LAURA TATIANA PERILLA

Es que La Rosita, desde sus comienzos, ha pasado por críticas e inconvenientes por parte de las personas que iban a ocupar sus cubículos. Fue construido en 1985 y durante la administración de Virviescas Pinzón el fenómeno de las ventas ambulantes en la ciudad empezó a salirse de control, es decir “el flujo de proveedores y compradores tuvo un momento de éxito que a la vez fue su no retorno”, como asegura el sociólogo e historiador Emilio Arenas. Ese fue el suceso que hizo que las autoridades municipales quisieran acabar con toda experiencia informal. Aunque el intento fue nulo, porque ellos no se querían mover del Parque Centenario, se inició con la salida de las Centrales de Transporte como Copetrán y Omega. Con las campañas que se iban fomentando en la ciudad en contra del comercio ilegal por la utilización del espacio público, al poco tiempo y con los allanamientos de la policía, el parque quedó sin vendedores. Lo paradójico es que, con la administración de Rodolfo Hernández Suárez, el lugar volvió a ser el espacio de los informales y su recuperación ha sido compleja por la prostitución, el consumo de drogas y la llegada de migrantes venezolanos.

Así lucía el Parque Centenario cuando estaban las casetas que hacían parte del comercio de los bumangueses. / FOTO TOMADA DE INTERNET

Aunque para algunos bumangueses este centro comercial parece detenido en el tiempo y sin ninguna actividad, lo cierto es que para Luz América -que también habla en nombre de su mamá- es un negocio que ha crecido y que lo seguirá haciendo: “Nosotras empezamos con un solo local y ya hemos tenido la oportunidad de arrendar dos más, tenemos clientes fijos y estoy criando a mi hijo acá así como lo hizo mi mamá con mi hermana y conmigo”. Cristopher tiene cuatro años, lo llevan prácticamente todos los días desde que tiene cuatro meses de edad. Allí tiene un televisor y una silla en donde se acomoda a ver sus programas animados. También una colchoneta para cuando le da sueño, aunque es de vez en cuando porque no le gusta dormir, y una caja de juguetes con los que crea aventuras con sus amigos, los hijos de los dueños de otros almacenes, en los pasillos de La Rosita.

Variedad de historias

Luz América Suárez trabaja día a día con dedicación en su local. El buen servicio a sus clientes es una de sus características / FOTO LAURA TATIANA PERILLA

Sonido de impresoras, personas martillando, aerosoles de pintura, cajas regadas, olor a frutas y verduras, concentrado de animales, máquinas de coser y el olor al ‘corrientazo’, entre otros, componen el ‘paisaje’ que rodea a los cubículos de La Rosita. La rutina de esta familia no varía: madrugan,abren, organizan la mercancía, hacen cuentas y mientras tanto están pendientes de los clientes que están por llegar. Al mediodía hacen una pausa para almorzar.Luz América va y recoge a su hijo del jardín para pasar la tarde juntos y Omaira se queda al frente del negocio. Cuando cierran los tres locales hacen un conteo,pero la mercancía que tienen por fuera, la dejan allí para ahorrarse tiempo “es que si nos ponemos a guardar todo nos demoraríamos dos horas cerrando y dos abriendo”, dice. Prefieren quedarse al final para verificar que todo esté bien y también tienen su confianza plena en el celador y la administración.Aunque han vivido intentos de robo,entre sus compañeros se ayudan para estar pendientes y algunos almacenes cuentan con ‘botones de pánico’ que alertan si ven a sospechosos. A pesar de lo absorbente que puede llegar a ser tener un negocio, sacan alrededor de diez días al año para tomarse unas vacaciones, “aprovechamos y vamos a Curazao, a la isla, donde está mi hermana y mi sobrino”, cuenta Luz América.

Cumpleaños, días de la madre, navidades y demás festividades han sido celebradas allí. La Rosita es su casa, “pasamos más tiempo aquí y hemos compartido momentos especiales”, un negocio que pagó la casa que su mamá tiene en el barrio La Concordia y su tecnología en
Mercadeo, y es el “hogar” que quieren seguir cultivando.

Por Laura Tatiana Perilla Ramírez
lperilla@unab.edu.co

Universidad Autónoma de Bucaramanga