Por Laura Juliana Niño Torres
lnino716@unab.edu.co
Doce campanadas se escuchan al fondo mientras Jorge Luis Marconi, un vendedor de helados con su uniforme monocromático color cereza visualiza -desde las bancas centrales del Parque García Rovira- el segundo matrimonio de la semana. En su perspectiva, elegir aquella estructura de concreto para “validar” una unión con un ser amado es algo que ni en sueños podría sucederle: “Nunca me casaré y menos en esa iglesia”.
A pesar de que lleva seis años trabajando cerca de la capilla San Laureano, ubicada en la carrera 12 #36-08 y por el centro de Bucaramanga, ha ingresado al lugar en unas tres ocasiones gracias a personajes secundarios que deseaban su compañía. Expresa con convicción que “Dios está, pero dentro de uno, en los pensamientos. Entonces yo no creo que eso de trabajar cerca de una iglesia tenga algo que ver con lo religioso que seré, con la creencia en Dios. No, para mí, no”. Al verla desde su recorrido rutinario, le genera una mayor conexión con dios vender más de 60 mil pesos al día entre semana, que ese santuario con paredes amarillo pastel y techo tallado en madera.
El guía
Existen, por el contrario, casos como el de Alejandra Maya Carvajal a quien el oratorio ha guiado sus días. Las altas columnas de color blanco hueso -ahora con humedad- se han mantenido tan intactas como la fe que desde niña le fue inculcada por sus padres. Recuerda su tiempo en este recinto desde que tiene sentido común, dice: “este lugar ha presenciado mi vida de oración, cada vez que estoy aquí noto lo que he crecido como mujer y agradezco por la familia que he construido”. Al ser parte del equipo de bioseguridad de la iglesia, observa entre semana a los 30 a 50 feligreses que asisten todas las tardes a la eucaristía de las seis y confirma que en el trabajo de encontrar a Dios -individualmente de si se celebra un matrimonio o no- cada uno establece con él una unión de amor.
Aprender a rezar
Y no son necesarias las aglomeraciones de creyentes para que en San Laureano se convoque un consuelo espiritual, que funciona tan bien como una capa para acompañar esas friolentas situaciones que queman de soledad a los individuos que la visitan. En pleno mediodía, Gloria Pintor Hernández se dispone a canalizar la frustración de sus problemas bancarios ante el ángel San Miguel, ubicado en el ala derecha de la casa de Dios. Expresa que, de sus 66 años, solo a los 45 -cuando fue despedida faltando 5 años para su pensión- aprendió por primera vez a rezar: “Hay que ser muy específicos, porque yo le pedí en el altar a mi Dios estar en casa para mis hijas y lo conseguí, pero sin trabajo ni pensión”.
En cuanto al matrimonio, con vergüenza expresa su pecado de no haberse casado debido a su prisa de no quedar solterona a los 36 años. Sin embargo, asegura que, de todos los santuarios católicos en la ciudad, sin duda se hubiera casado allí, porque al entrar a San Laureano siente un abrazo de bienvenida a su hogar.
Aparte de sentir la iglesia como un hogar, también es la razón por la que su espalda sigue intacta. Resulta que a sus 35 años, embarazada y recién diagnosticada de escoliosis dorsal, Gloria Pintor Hernández acudió allí a una misa de sanación dirigida en el año 1990 por el Padre Pedro Fernández, oraciones en las que sintió fuego en su interior, perdiendo los alientos hasta el desmayo. En adelante, a esa visita espiritual le acredita la desaparición de sus dolores de espalda.
¿El templo de las calles?

Mientras que para algunos la capilla de San Laureano representa un hogar, para los que nunca han tenido uno, existe mayor probabilidad de recibir un regalo de Navidad que ser bienvenido en ese lugar. Es lo que Isabel Bohada desde sus intentos de sentir familiaridad con un dios ha concluido como respuesta de lo que pasa cuando intenta pisar el recinto. A pesar de no saber escribir y tener inconvenientes para hablar, reconoce de primerazo el rechazo y marginación por ser una habitante de calle. Asegura que en este espacio “no pueden entrar gamines, jamás he podido confesarme allá”.
Para ella es un privilegio ver a lo lejos un matrimonio, pues su atención suele enfocarse en que su más duradera conexión de amor -establecida con sus escasas cosas materiales- no sean robadas, como por ejemplo su morral, en el cual guarda dentro de una bolsa de cierre hermético su acta de nacimiento, aquel papel que en su vida ha cuidado con fervor, debido a que le salió “carísimo”: 7.600 pesos”.
El tiempo de Dios
Al pasar la entrada principal de la parroquia, los ojos de los devotos y curiosos llegan a ser atraídos por la vitrina de bordes metálicos y vidrios transparentes -para detallar la bisutería hecha por Marta Rocío Nieto-, o Martica, como la llaman sus clientes de años. No es de extrañar que ella tenga una visión del santuario más minuciosa que la del Padre Quintero Rueda, pues lleva 18 años trabajando en el lugar, viendo entrar y salir a todo tipo de personas, afirma que “les interesa conocer más a Dios, acercarse a él, hay gente con muchas problemáticas e incertidumbres”.

En cuanto a los matrimonios o uniones ante los ojos de Dios, Marta Rocío Nieto ha construido un amor hacia la comunidad habitual, desde sus 15 años, afirma que en el lugar nunca se han hecho cambios arquitectónicos de sus esculturas y pinturas, ya que a San Laureano en el 2019 se le declaró patrimonio cultural. En cada festividad, como la Semana Santa, los rosarios y Navidad, Rocío Nieto disfruta junto a voluntarios evangelizar con decoraciones a la capilla; esto con el fin de que cada individuo tenga una experiencia preciada y cree un acercamiento genuino con el Señor en su tiempo de visita.
Actualmente, a menos de 3 meses de ser trasladado, después de ser el párroco asignado de este punto por 6 años, el Padre Quintero Rueda se encuentra en San Laureano desde las 6 de la mañana a 12 del mediodía y de 4 de la tarde a 7 de la noche. En estos horarios sus puertas se mantienen abiertas. Los días en los que él percibe mayor apoyo de la comunidad católica son los domingos, además, el Ministerio de Salud autorizó cerca de 200 fieles en las eucaristías. En cada matrimonio que el Padre Quintero Rueda ha coordinado, percibe la ilusión de las parejas -que tienden a tener la edad de 25 a 30 años- al recibir la bendición de Dios en la primera capilla que abrió sus puertas en la ciudad hace 243 años y todavía es un santuario de la fe católica en Bucaramanga.