A partir del siglo XVII, la tierra santandereana fue considerada como adecuada para la conformación de asentamientos humanos de indígenas, adoctrinados a la fuerza en el evangelio católico y por las órdenes religiosas europeas, bajo la supervisión autoritaria de los funcionarios de la monarquía. La ranchería, construida hacia 552 en un barranco por el que descendía una quebrada que corría al encuentro del río del Oro, es el origen de lo que es hoy Bucaramanga.
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Hacia 1773 la capital santandereana empezó a cobrar importancia. Se considera que desde ese año en adelante se organizó la estadística de bautizos, matrimonios y defunciones, en libros que eran revisados periódicamente por los inspectores religiosos. Los curas doctrineros que autorizaron ese primer archivo parroquial son los presbíteros Prieto y Ponce, Felipe Solano y Reyes Zabala.
Los libros parroquiales y notariales que se encuentran en San Laureano suministran apreciable ayuda en la indagación histórica y por ellos se sabe cómo el último cuarto del siglo XVIII es abundante en nombres de personas de la tradicional nobleza oligárquica, algunos de los cuales se ligan a los procesos independentistas, como Custodio García Rovira, Sinforoso y Facundo Mutis, José María Estévez y Miguel Valenzuela, entre otros.
Ha contado con tres renovaciones. La primera fue en el siglo XIX. Se derribó la antigua estructura y se construyó una nueva. En 1865, Francisco Romero, quien era cura del lugar y director de la Secretaría de Obras Públicas, se dio a la tarea de acumular fondos económicos para iniciar el acondicionamiento de la iglesia. Gracias a la recolecta se puso en marcha la nueva intervención que duró alrededor de siete años.
En aquel entonces las obras fueron adelantadas por el reconocido arquitecto de la época José María Gómez. Entre los cambios más notorios que hoy mantiene está la ampliación de las naves, la construcción de la cúpula en ladrillo y un baptisterio que se ubica en la parte baja de la torre de la calle 37. El 2 de julio de 1872 se dio la reinauguración del recinto, con ello la construcción de una adecuada Casa Cural que estuviera acorde con las de- más adecuaciones. Conforme ha avanzado el tiempo, la iglesia ha ido adquiriendo múltiples objetos de ornato. Sinforoso Álvarez fue un ciudadano reconocido en la sociedad por haber instalado la campana que hoy reposa sobre el altar.
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Por esos tiempos la ciudad avanzaba y por ende necesitaba un mejoramiento de locaciones, recintos comerciales y de afluencia de ciudadanos, como las iglesias. San Laureano, al ser la primera de Bucaramanga, tuvo que modi car algunos de los elementos que se encontraban en deterioro. El primer reloj había sido donado por Gabriel Gómez Casseres y funcionó durante 27 años hasta que en 1897 fue reemplazado por uno nuevo, el cual costó 3.341 pesos, pagados a la compañía fabricante Set Tomas Clock & Cía de Connecticut, Estados Unidos.
En 1965 se realizaron cambios viales en la ciudad, entre ellos la ampliación de la calle 36. Según el historiador Johan Saenz este suceso tuvo afectaciones para la parroquia: “La avenida Rafael Uribe Uribe, que hoy conocemos como calle 36, con su ampliación hizo derribar un pedazo significativo de la iglesia. Antes la fachada era completa y le daba la cara al Parque García Rovira. Al lado se ubicaba la casa cural que luego de engrandecimiento vial la ubicaron detrás de la Parroquia”. Con esta remodelación vial únicamente quedaron las dos fachadas antiguas situadas frente al Parque García Rovira y al costado lateral en la calle 37.
En 1980 la iglesia fue propuesta como Monumento Nacional, pero hasta ahora no ha podido obtener ese reconocimiento. Hoy en día está incluida dentro de los Bienes de Interés Cultural del Departamento de Santander, debido a la trascendencia que el lugar ha tenido para los ciudadanos.
Andrés Felipe Guevara
guevara654@unab.edu.co