Por Priscila Sáenz Figueroa
Era el inicio de una tarde que prometía, y no precisamente 20 mil hogares felices como dijo el adulto mayor Rodolfo Hernández. Hacía calor, pero mis manos, no sé si por la emoción o los nervios, estaban que congelaban todo aquello que tocaran. A eso de la 1:15 p.m., del miércoles 27 de octubre de 2021, llegué al restaurante. Cuando entré ya estaban los cuatro en la mesa esperándome. A mi derecha, dos de mis profesores de carrera y, para decir lo siguiente voy a tomar prestada la frase de uno de ellos: “menos mal a mí izquierda”, Ana Cristina Restrepo y Juan Pablo Ferro.
Empezaré con Ana Cristina. Apenas la vi, capté en su forma de ser las características que hacen única su cultura y a aquellas personas que se han formado en esta región. Su porte era sofisticado, elegante y delicado. Su piel parecía perfecta, se veía suave y blanca como un algodón, con un leve color rosa que hacía resaltar sus pómulos. Y no podía faltar su sonrisa al terminar cada oración, aquella particular de los paisas, esa que te puede hacer sentir una bofetada como si fuese el abrazo más cálido.
Más allá de eso, estaba pensando en todo su potencial, experiencia y recorrido laboral como comunicadora social y periodista egresada de la Universidad Pontificia Bolivariana, especialista en Periodismo Urbano y magíster en Estudios Humanísticos de la Universidad EAFIT. Además, trabajó como columnista en El Colombiano, El Espectador y, actualmente, como panelista en Blu Radio. En 2015, fue ganadora del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en la categoría mejor entrevista.
Unos años atrás, más exactamente en 1988, Juan Pablo Ferro también fue galardonado con este premio. Es periodista, licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad de los Andes, magíster en Ciencia y Periodismo de Boston University y doctor en Educación y Sociedad de la Universidad de Barcelona. Ha ejercido la profesión durante más de cuarenta años, hizo parte de El Espectador y del equipo que lideró la renovación del diario cuando cumplió 100 años en 2017, y, como dijo el profe Farouk Caballero, “estuvo en aquel 12 de octubre de 1492”. Actualmente, es docente e investigador de la Universidad del Norte y coordina la Maestría en Periodismo.
Sus títulos y logros no le quitan la sencillez y nobleza con la que se expresa, además de la peculiar forma de hacer humor de temas críticos, como un buen periodista. Los hilos plateados que sobresalen de la cabeza y quijada de Ferro no son en vano, denotan pura y completa sabiduría. Sin embargo, no todo puede ser color de rosa. “Ferro tiene un defecto”, nos quedamos en silencio mientras esperábamos que Farouk concluyera su idea, hasta que dijo: “es hincha del Santa Fe”. El lugar se llenó de risas y así inició lo que yo llamaría “una jornada confesando y aprendiendo a ser infiel”.

Mientras conversábamos esperando el almuerzo, yo los observaba. No podía creer que estaba sentada compartiendo anécdotas con ellos. Analizaba cada uno de sus movimientos, las palabras que usaban para expresarse y hasta las posturas que adoptaban en los diferentes temas. En ese almuerzo se habló desde lo político y social, hasta del amor, pero como dijo Ana Cristina “lo que se habla en esta mesa, queda en esta mesa”, y ahí me sentí privilegiada.
De nuestra charla noté que Ana Cristina y Juan Pablo tienen en común más de lo que creen. Además de la profesión y la participación como jurados en los Premios Silvia Galvis de Periodismo 2021, los dos aún conservan el sofisticado pañuelo blanco con una paloma bordada en hilo dorado que agitaron aquellas personas asistentes al evento de la firma oficial de los Acuerdos de Paz de 2016.
La diferencia estaba en que Ferro enmarcó el único recuerdo material de este evento y Ana Cristina, aunque tenía la intención, hasta el día de hoy no lo ha hecho. Al conversar con ellos sobre este tema, el ambiente se tornó jocoso. En medio de intercambio de anécdotas de este día, los dos se acordaron de varias particularidades que vivieron. Ana Cristina estaba ubicada en un sector más privilegiado, por su trabajo en Blu Radio, y Juan Pablo estaba en “el gallinero”, como Farouk lo nombró. No obstante, los dos concluyeron que aquel día la vida los había puesto en el mismo sitio para hacerle honor a su labor periodística, y hoy, cinco años después, los volvía a juntar para lo mismo.
Caminamos del restaurante al auditorio donde se iba a realizar la charla. La distancia era corta, ya que el lugar donde estábamos almorzando y al que íbamos hacen parte de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, UNAB. Cuando llegamos ya habían varios alumnos esperando para participar en el evento. Así que acompañé rápidamente a Ana Cristina al baño y cuando entramos en el auditorio nos separamos. “Periodismo infiel” se tituló el debate de ideas sobre la verdadera función del periodista que íbamos a vivir en aquella tarde.

Pero, ¿por qué infiel? Me hice esta pregunta desde que me mandaron a cubrir el evento. No sabía con exactitud lo que significaba y tenía curiosidad por descubrirlo. Ana Cristina comenzó el debate al decir que antes de hablar sobre a qué le debe ser infiel el periodismo es importante “primero preguntarse a quién se es fiel”. Con esto hacía referencia a que la labor periodística se debe a las audiencias, al pueblo y la ciudadanía, por lo que no tendría sentido irse en contra de sí mismo.
Para reforzar la idea y pensando en el legado de Silvia, Ferro menciona que “uno no le puede ser infiel al ejercicio periodístico, con todo lo que eso conlleva. Uno no le puede ser infiel a la sociedad en la que trabaja. Pero uno sí le puede ser infiel a los poderosos”. Acorde con esta idea Farouk comienza a describir a Silvia Galvis, la periodista bumanguesa que conmemoramos por ejercer la profesión de manera íntegra y que era el pilar central de esta charla.
Él resalta el ímpetu de Silvia al luchar, en medio de una sociedad tan conservadora, elitista y patriarcal, por las libertades, y que la llevaron a autodenominarse “fanática de la duda”. No creía en nada y mucho menos en los ideales religiosos y políticos que, como la mayoría de veces van de la mano, cercenan las libertades. Y es ahí cuando comienza otro debate sobre cómo el periodismo colombiano lucha por defender estas libertades ciudadanas. “¿Quién aprecia más la libertad que aquel que ha estado en una cárcel?”, con este comentario, Ana Cristina lo dijo todo.

Juan Pablo menciona que desde la sociedad nos impusieron la idea de que la felicidad estaba prohibida y que ”eso se paga en el infierno”. La educación en Colombia es algo complicada y sacar a las personas de los pensamientos conservadores y sesgados que traen desde su niñez no es tarea fácil. Recuerdo que me causó mucha gracia la anécdota que Silvia dejó plasmada en uno de sus escritos, y que Farouk leyó en vivo. En ella menciona que cuando de pequeña confundió el significado de fornicar con no molestar y, que al esbozarla en su casa con la suficiente convicción, ya que lo había aprendido de una monja de su escuela, causó revuelo en su padre.
Por eso es importante enseñarle a los ciudadanos a dudar sobre lo que les rodea, a salirse del punto de vista que les ha impartido las élites sociales. Y en eso se parecen Ana María Cano y Silvia Galvis. Las dos eran partidarias de la reproducción de un pensamiento crítico universal en la sociedad que integraba las visiones regionales y las traía al centro, lo que permitía tener una perspectiva más diversa del país en el que vivimos.
La tarde era larga, o, para muchos de mis compañeros que estaban en la charla, lo fue. En lo que a mí respecta, el tiempo se pasó volando. Muchas cosas me faltaron por escribir, pero así como el tiempo de la televisión es contado, las palabras de este texto también. Estaba deseando absorber, en una tarde, la mayor cantidad de conocimiento y cosas positivas de estos dos personajes del periodismo colombiano, para que en un futuro, ojalá no muy lejano, sea yo de quien escriban. Y para comenzar este camino me quedo con una enorme certeza: debo ser infiel.