Por: Sergio Andrés Gamboa Mendivelso/@sgamboa874@unab.edu.co
El 28 de abril de 2021, Colombia fue testigo de una de las manifestaciones sociales más grandes de los últimos años. La gente salió a las calles enfurecida con Alberto Carrasquilla, el Ministro de Hacienda que días antes había anunciado una nueva reforma tributaria que amenazaba directamente la canasta familiar. Es bien sabido que cuando el pueblo protesta, la violencia es la respuesta desde el poder. La manifestación se prolongó durante todo el año dejando heridos y muertos como si estuviéramos en guerra. Las consecuencias pudieron ser mayores si no existieran quienes valientemente arriesgaron su vida para preservar la de los marchantes.
El 3 de mayo de 2021, en la quinta jornada de marchas por el paro nacional, las noticias y fuentes oficiales daban un balance de, hasta ahora, 19 muertos y 800 heridos entre manifestantes y fuerza pública. Colombia parecía haberse convertido en una zona de guerra entre el estado y un pueblo que clamaba justicia. Ese mismo día, era el primero de muchos en los que Camilo Rueda* acompañaría las marchas siendo parte de una brigada médica. A raíz de los desmanes causados en los anteriores días, muchos jóvenes se vieron impulsados a hacer parte de las brigadas que prestaban primeros auxilios a los manifestantes. “Yo me enteré por twitter que necesitaban gente y así tuve la posibilidad de unirme”. Los nervios se apoderaron de él cuando empezó la marcha, pero las miles y miles de personas que caminaban cantando arengas y haciendo bailes lo hicieron confirmar que estaba en el lugar correcto. El ambiente tenía una mezcla de miedo, ansiedad y lucha.
Desde ese día, las marchas se convirtieron en su salón de clases y los otros brigadistas se volvieron su familia. Cada día de paro, Camilo sirvió a su labor como brigadista como si de un recluta se tratara. Durante las manifestaciones, los brigadistas no tenían un horario establecido.“Debemos estar desde que empieza la manifestación hasta que ya no haya más gente para acompañar”. Al pasar del tiempo, se fue adaptando a las exigencias de este servicio social, el cansancio era inevitable, pero la satisfacción de servir le dio la fuerza para seguir adelante. Incluso, muchas veces arriesgó su propia vida por intentar salvaguardar la vida de los manifestantes. Lastimosamente, ni la defensoría del pueblo dio las garantías necesarias para que se respetaran los derechos de los brigadistas. Las jornadas se extendieron hasta horas de la madrugada en la que estuvieron expuestos a gases, proyectiles traumáticos y hasta canicas disparadas desde las armas del ESMAD.
Después de una semana, la organización de las marchas fue mejorando, surgieron varios grupos como La primera línea, se tenían canales de información para reportar cualquier posibilidad de desmanes y se informaba cualquier atropello a los derechos humanos. En ese punto, era inevitable que hubiese enfrentamientos entre una sociedad enardecida por la injusticia y una fuerza entrenada desde la rabia y el resentimiento, preparada para disparar y provocar. Los que salían a las calles, sabían que en el momento en que cayera el sol, la seguridad era un privilegio del que no podían estar seguros. En las noches de protesta, la incertidumbre reinaba por las calles y un sentimiento de temor inundaba el aire de la ciudad. Temor que sintió Camilo en carne propia cuando una tanqueta del ESMAD persiguió a su brigada cuando terminaban sus funciones y se disponían a regresar a casa. “Esa noche la tanqueta aceleró y nos disparó con gases, nos tocó casi tirarnos al otro lado del andén para que no nos arrollara, ese día sí sentí que pude haber muerto fácilmente”. Afortunadamente, funcionarios de la Defensoría del Pueblo que, según él, normalmente no cumplían con su labor, fueron quienes los salvaron de un destino peor. Esa fue la constante de las manifestaciones. Sin embargo, a pesar de las miles de razones para no salir, Camilo sentía más motivación por ayudar a la gente.
Compañeras brigadistas
El primer día de Camilo como brigadista sigue intacto en su memoria hoy, un año después. Ese día, también vive en la memoria de Juliana Pérez*, una jóven que, como él, se motivó a entrar a una de las brigadas médicas que acompañaban las manifestaciones. En los primeros días, Juliana salió a protestar junto a un grupo de amigos y miles de bumangueses. Ella salía para gritar a toda la sociedad que muchas personas, incluyéndola, no podían ni siquiera comer tres veces al día. “La gente estaba absurdamente cansada de no poder vivir, sino que les tocaba sobrevivir. Yo ganaba un (salario) mínimo y me tocaba pagar arriendo, comida para mí y para mis mascotas”. Esa supervivencia, admirablemente, fue lo que le dio la fuerza al pueblo para salir a las calles.
Pronto esa fuerza se convertiría en ganas de ayudar. Dos de sus amigos eran parte de la brigada médica y ella, al verlos, se interesó por acompañarlos. Afortunadamente, un curso de primeros auxilios que hizo unos años antes, le valió para que la aceptaran como parte de la brigada.“Yo me sentí motivada por la movilización, no me podía quedar en mi casa viendo cómo les daban de duro a los de la primera línea sin hacer nada al respecto”. A parte de querer alzar su voz, quería ayudar a quienes acompañaban la protesta desde el frente Juliana, como Camilo, sintió que ese era su lugar, que pertenecía a una calle inundada por personas y carteles reclamando justicia.
Las escenas que vio Juliana como brigadista en cada jornada, parecían sacadas de una película de terror. Cuando la noche caía y los enfrentamientos se agudizaban, los gritos de ayuda inundaban el ambiente. Como brigadistas, debían estar preparados para todo, pero nada se comparaba a lo que sentía cada vez que veía un herido. “Vi a mucha gente en estado de shock, otros convulsionando, más de los que puedo contar con los dedos de la mano” . Los brigadistas se dividen en dos grupos: una línea al frente de la marcha en la que están los neutralizadores (encargados de auxiliar afectados por gases y necesidades leves) y los movilizadores (encargados de llevar heridos hacia las líneas de atrás); otra línea, que se ubica en un lugar más alejado de los desmanes, está conformada por personal encargado de curaciones e insumos. Juliana era parte de la primera línea de ayuda, por lo que en los momentos en los que la tensión era máxima, ella debía armarse de valor y ayudar en lo máximo posible. Casi que tenía vidas a su cargo y debía, por un momento, olvidarse de la suya.
Al grupo de Juliana, como al de Camilo, no se le respetaron sus derechos como brigadistas en muchas ocasiones. “A nosotros el hecho de tener chaleco rojo no nos garantiza nada, ser parte de la brigada te vuelve objetivo militar”, menciona. En las manifestaciones estaban completamente solos contra toda la fuerza que desplegaban cada noche la policía y el ESMAD. Ellos, al estar al frente de la protesta, arriesgaban todo: “desde que tú sales es seguro que tu vida va a estar en peligro. El primer golpe lo reciben los de la primera línea, pero el segundo nosotros”.
Curaciones finales
No es coincidencia que las historias de Camilo y Juliana tengan tantos puntos en común. Lo que les pasó a ellos dos y su experiencia, le sucedió a miles de personas que desempeñaban la labor de brigadistas alrededor de todo el país. Gente valiente que con escudos improvisados, un casco blanco y un chaleco, se enfrentaban a los letales proyectiles con tal de poder salvar vidas. Un año después de lo que fue la protesta más importante de la historia reciente de Colombia, no se ve mucho cambio en la situación. No obstante, sí se vio un cambio en la sociedad, miles de jóvenes que salieron a marchar por todos, le demostraron al poder que el pueblo tiene un límite. A los brigadistas los movía lo mismo que a todos: la justicia. Para Juliana, la brigada fue su manera de contribuir a la movilización, poniendo su vida en la mesa porque la comida hacía falta: “no me hubiera involucrado en el paro como lo hice de no ser por la brigada de salud”. Por su parte, Camilo no se arrepiente de nada, y lo llena de gratitud la oportunidad de ser parte de esa labor: “siento que es una de las mejores experiencias de mi vida, me siento muy alegre por haber ayudado a mucha gente”.
Camilo y Juliana son el reflejo de una sociedad solidaria, entregada al otro. Ellos dos son prueba de que con la voluntad se pueden hacer grandes cosas y que, además, la única forma de avanzar es por medio de la empatía y el amor por los demás. La protesta del año pasado fue un detonante en la vida de ellos dos y, seguramente, seguirán ayudando a miles y miles de personas cuando, una vez más, el poder responda con violencia al clamor de un pueblo moribundo.
*Los nombres de los brigadistas fueron cambiados por razones de seguridad.