Por: Karol González/kgonzalez52@unab.edu.co y Danna Rincón/drincon288@unab.edu.co

Unos ojos color miel, rodeados de unas ojeras difíciles de ocultar, cejas y pestañas pobladas que hacen juego con su largo y rizado cabello castaño. Sus brazos cubiertos de vellos y unas pecas en el rostro terminan de complementar a Layla. Desde pequeña ha sido amante al ejercicio y a llevar una vida saludable. El primer deporte que practicó fue el patinaje, luego se inclinó por el crossfit que actualmente practica de la mano con una alimentación balanceada. 

Su saludo, frío y distante, habló por sí solo. Es tímida y se le nota de pies a cabeza. Pero es de esa timidez que después de tres palabras cruzadas se quebró y sentimos cómo su historia cobró vida por sí sola. Layla tiene veintidós años y sólo vivió ocho con Nasser Daichoum, su padre. Él se fue a Líbano y se radicó allí desde entonces. La religión de su progenitor es el Islam, por lo tanto, han pasado 13 años y no está enterado de su sexualidad y ni siquiera de sus tatuajes. Aquí sus ojos se cristalizaron y una voz temblorosa dejó salir lo que resume la relación con su papá: “Le darían dos paros cardíacos seguidos. Por eso trato de no contarle mucho, mi vida es muy alejada a lo que él quisiera que fuera”

Por otro lado, su madre es muy “open mind” como dice ella. Todo lo contrario a su papá, un hombre machista y aferrado a sus creencias. Sin embargo, con todo y los contrastes de personalidad, de mente y religión que tenía en su núcleo familiar, su infancia fue normal, no tuvo ningún tipo de frustración o barrera que le impidiera ser feliz. Fuera de su casa, su abuela ha sido como una segunda mamá y de las personas más importantes para ella y a la que le costó más tiempo y dolor aceptar que a su nieta no le gustan los hombres. 

Es habitual que en una familia sea fuerte aceptar que una hija, nieta, sobrina, etc. “sale del closet”, en el caso de Layla, no fue así. Su abuela le dejó de hablar una semana, pero eso no fue nada comparado a lo que enfrentó después. En este momento, acarició por unos segundos a su perro Milo, se acomodó en la silla y empezó a recitar uno de los traumas más grandes que ha tenido en su vida: “Hasta los dieciséis años tuve una adolescencia como cualquier otra con un grupo de amigos que en la actualidad mantengo, un colegio de monjas donde terminé mi bachillerato y una vida social muy tranquila y entretenida. Tuve dos novios, los cuales me ayudaron a entender y reconocerme como una persona de la comunidad LGTBIQ+ y aunque fueron relaciones infantiles e inmaduras, me sirvieron para crecer como persona y darle por fin un rumbo claro a mi sexualidad”. 

Pero en el transcurso de su adolescencia en el colegio, al darse la oportunidad con uno de sus compañeros, comprendió que el amor que le proporcionó su novio Santiago, no es suficiente, por lo cual terminó esta relación. Y se adentró en una nueva ola de amor. Empezó una relación con una de sus amigas, quien le demostró su primer amor. El problema no fue el suficiente amor que se tenían, sino los inconvenientes que se desataron. Layla toma agua de un sorbo profundo, suspira y recuerda una de las épocas más aterradoras de su vida siendo sólo una adolescente: “El amor incluyente no es aceptado en todos los aspectos posibles. La sociedad está muy metida a la antigua. Santander es uno de los departamentos más conservadores, por lo cual la situación de tener una novia, en las familias de ambas, no tuvo la mejor acogida. Yo amaba a Laura, aunque mi exsuegro me amenazara. Me tocó dejar la ciudad por la magnitud de la amenaza. Aun así luchábamos por nuestro amor. Fueron meses de tortura. ¿Se imaginan querer ver a mi pareja en otro lugar que no fuera mi casa? ¿Salir a algún restaurante? O simplemente dar una vuelta y no poder, porque si nos veían las consecuencias que esto traería serían gigantescas”.

Aunque su amorío fue difícil, Layla siguió adelante con su vida personal, no podía estancarse sólo en el amor. Tenía un ejemplo a seguir. Su tío es médico y la idea de alcanzar esa meta la entusiasmaba, el problema empezó cuando llegó otra situación difícil para ella. Entró en depresión, se dio cuenta que la medicina no era lo suyo después de tres semestres y lo único que esperaba con todo lo que se le estaba acumulando cada vez, era un descanso. Lo consiguió, se fue a Australia. Allí su vida dio un giro de 180 grados.

El regreso de Australia

Al estar en Australia, empezó con lo que tanto anhelaba: la gastronomía. Se le presentaron muchas oportunidades que aprovechó. Enriqueció mucho su trayectoria, dentro de los sabores exquisitos. No solo quería fijarse en la gastronomía, por las múltiples ramas que está carrera trae, sino en la repostería. Su ideal era implementar un balance de lo rico y saludable hasta poder conseguirlo. 

En el extranjero disfrutó mucho, conoció diferentes personas, aprendió y el amor verdadero tocó su puerta. No se lo esperaba. Sonríe y mira a su pareja, su historia siempre le saca una sonrisa de punta a punta: “Después de dos meses de estar en Australia, Cindy, mi actual pareja, llegó a la ciudad, fue una alegría su compañía, sin embargo yo la veía como una amiga porque nunca me demostró algo diferente, además era heterosexual, según tenía entendido”. 

Layla Daichoum junto a su pareja actual Cindy Ardila. Foto archivo: Layla Daichoum

Una noche de fiesta, alcohol y baile, con algunos tragos de más, terminó en un beso robado. Al otro día empezó su historia. Layla no lo comprendía, pero se dio cuenta que el nuevo aire que estaba pasando en su vida incluía el enamoramiento. Al volver y formalizar su amor, querían crecer como pareja, al igual que individualmente. Cindy es ingeniera industrial. Tiene unos ojos color café, cejas y pestañas pequeñas que hacen juego con su cabello claro. Su rostro guarda algunas cicatrices de acné. De tez blanca. Su alimentación y el ejercicio es muy escaso, todo lo contrario a Layla. Cindy a sus 32 años no lleva una vida saludable como su pareja, disfruta más de la comida chatarra y una que otra pola. Esto nunca ha sido impedimento para nada. Respetan sus espacios, alimentación y actividades. Hoy en día tienen dos empresas que han sacado adelante junto a sus socios.

El mensaje siempre fue claro, sus empresas son incluyentes, nunca ha pasado algún problema por su orientación sexual, antes la acogida ha sido mucho más amplia de la esperada. Y es lo que demuestran en sus negocios. Por un lado, la vida saludable de Layla, que se caracteriza por comer todo natural. Explica que se cocina ella misma, cuida de los alimentos procesados, pero no se prohíbe de vez en cuando comer algo que no prepare. Esto ha servido mucho para darle un auge a su negocio fit y a la heladería inclusiva que sostienen y que recibe a veganas, diabéticas, intolerantes al gluten, etc. Así que, aunque el miedo se presente, salir adelante siempre será la opción correcta para esta pareja santandereana que, ante todo, defenderá su derecho a amar.  

Universidad Autónoma de Bucaramanga