El encuentro se dio un miércoles cuando la lluvia abrigaba la tarde, en el apartamento 701 del edificio Torres de San Pío. Al caminar hacia la segunda sala del lugar, lo encontré sentado en su silla de ruedas, aguardando mi llegada. No vestía elegante como suele hacerlo en sus conciertos. Esta vez tenía puesta una camisa negra y pantalón más cómodo. Estaba en el extremo opuesto del comedor de confianza, donde suele recibir a sus amigos.

No había música aquella tarde. De hecho, no era el motivo de nuestro encuentro. Había escuchado sobre la pasión de Sergio Acevedo Gómez por la literatura, la fascinación que despiertan en su vida escritores como Julio Cortázar, León de Greiff, Oscar Wilde, Gabriel García Márquez y Antonio Muñoz Molina, y ese fue el tema que condujo la conversación, sus gustos literarios.

El silencio, como el preludio de su concierto de despedida, en el que se interpretaron obras de Giuseppe Verdi y Franz Josef Haydn, habitaba el ambiente. Y es ese mismo silencio, como asegura, el que prefiere para leer.

Un estante marca Ikea que conserva desde que vivía en la República Democrática de Alemania, donde fue agregado cultural en la Embajada de Colombia de Luis Villar Borda (1987), resguarda los mil 400 libros de su biblioteca, organizada alfabéticamente por el nombre de los autores. Es inevitable detallar las fotografías de su familia, que penden de la pared, y los cuadros de su amiga, la artista Beatriz González.

Su pasión por la lectura inició por influencia de sus padres. Mientras su papá, Mario Acevedo Díaz, prefería los libros de historia, su mamá, Beatriz Gómez de Acevedo, era amante de la ficción.

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La biblioteca de Sergio Acevedo Gómez está rodeada fotografías familiares y obras de dos de sus artistas predilectos, Beatriz González y Luis Caballero. /FOTO SILVIA SERRANO

Recuerda que en su casa siempre hubo contacto con la literatura y la música de la manera más informal, pues siempre habían libros e instrumentos musicales a su disposición. Su mamá tocaba el piano, que aún se conserva como una reliquia en la hacienda familiar El Roble, donde se cultiva el café Mesa de Los Santos.

“Era un lector nocturno, me gustaba mucho leer antes de dormir. Lo hacía más que todo en la cama. Le dedicaba como unas dos horas por la noche. Últimamente he tenido problemas con la visión y desde entonces no he podido volver a leer como lo hacía antes, eso me afecta mucho”, cuenta el maestro al referirse a uno de los tantos inconvenientes de salud que padece por estos días.

La cantidad de agua que caía era cada vez mayor. Se levantó de su silla para cerrar una ventana y dijo: “Hay libros que en un momento le dicen a uno mucho y después ya no”. Hace el comentario al referirse al escritor inglés Oscar Wilde, que fue determinante en su vida a los doce años. A esa edad leyó también a Julio Verne y Robert Louis Stevenson.

Dedicaba mucho tiempo a los libros y los abría por quinta, sexta o séptima vez, en periodos distintos de su vida. Tal vez fue ese el motivo de que la segunda lectura de “Boquitas pintadas” de Manuel Puig y “Los pasos perdidos” de Alejo Carpentier, no superara a la primera y tampoco llegara a gustarle.

Juan Gabriel Vásquez, escritor colombiano, autor de “El ruido de las cosas al caer” y “La forma de las ruinas”, es para Sergio Acevedo el más importante de la generación actual de escritores del país.

“La temática que relata, tal vez la modestia con que escribe sobre temas muy importantes, con conocimiento muy profundo de las personas, de los seres humanos, es lo que más me gusta”.

Después de accionar un timbre aparecen dos aromáticas. Y continúa hablando de la literatura colombiana. “A veces he tratado de leer autores colombianos por ser solidario y me desencanto mucho. Entonces, he decidido no comprar el libro apenas sale, sino esperar a ver qué pasa, cómo se la juega el libro en el mercado, con los lectores”, comenta.

Durante sus años como diplomático en Berlín consiguió libros de Fernando Vallejo. “Los días azules” y “Viaje a Roma” fueron algunos. Pero, una vez notó la repetición de la diatriba anti eclesiástica, decidió dejar de leerlo.

Páginas de Álvaro Mutis y Óscar Collazos también pasaron por sus manos, aunque ninguno superó a Gabriel García Márquez. Su primer acercamiento el Nobel y creador de “Cien años de soledad”, sucedió aproximadamente a los 18 años, cuando el boom le “explotó en la cara”. Estudiaba filosofía y letras, y la literatura era el pan de cada día.

El argentino Manuel Mujica Láinez fue una revelación. Los días del duque Pier Francesco Orsini, personaje del renacimiento italiano, fueron inmortalizados en “Bomarzo” que es, para él, una obra maestra.

Si de Mujica Láinez prefiere solo un libro, con las novelas de la escritora española Rosa Montero no ocurre lo mismo. En su biblioteca reposan alrededor de 15 de sus libros. Tampoco oculta su admiración por la literatura inglesa y estadounidense. De “A sangre fría” lo cautivó la escritura que desarrolló Truman Capote. De la novelista A.M. Homes, la perversidad en sus textos. Y prefiere siempre las traducciones al español. “Puedo leer un libro en otro idioma y saber lo que dice, pero no sentir lo que el autor me quiere decir y cómo quiere decirlo”, asegura.

Escritores de todo el mundo encuentran en la naturaleza su fuente de inspiración. Otros reciben influencias de movimientos, corrientes y autores predecesores. Algunos, incluso, en su afán por definir un estilo, toman retazos prestados y forman una colcha amorfa e indefinible. Sin embargo, personas ajenas a la escritura, que han vivido las experiencias de otros leyendo sus libros, identifican el ritmo y el swing en las palabras.

 

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Así le ocurrió después de años de sumirse en los libros de Julio Cortázar y León de Greiff, dos de sus autores preferidos. “La manera como Cortázar escribe, como maneja las frases, como cuenta las cosas, tiene un ritmo, una velocidad, es difícil de explicar. Pero yo creo que esa es la razón por la que a mí me gusta tanto ese autor”.

Su reflexión es similar a la posición formada por el saxofonista francés Michel Portal, quien en el documental “Esto lo estoy tocando mañana” Julio Cortázar y la música, manifiesta que “la escritura de Cortázar tiene ritmo de jazz”.

El encanto que le produce su obra lo motivó a presentar en 2014 un trabajo musical basado en ese género, el preferido del novelista, para conmemorar los 100 años de su nacimiento en el concierto La vuelta al Jazz en 80 Julios.

Pero hubo entre Acevedo y Cortázar una relación más cercana, una comunicación alimentada por medio de cartas que después de ser guardadas como un tesoro personal, fueron reveladas en el libro “Cortázar centenario” (Editorial Unab, 2014), que como asegura la presentación escrita por el profesor de literatura Rymel Serrano “surgió de la nostalgia de dos cronopios, el director de orquesta Sergio Acevedo y el periodista Alberto Donadío”.

Antes de despedirnos recordé sus palabras en el homenaje que le rindió la UNAB y la Orquesta Sinfónica, de la cual fue fundador al igual que del programa de Música, frente a sus amigos y seguidores: “No hay nada más terrible que una despedida. De todas maneras, como esto es una despedida, vamos a tocar una obra alusiva: la sinfonía la despedida número 45, y ya verán por qué se llama así. Gracias, gracias por su presencia aquí esta noche, muy amables”.

Y fue con un agradecimiento que también nos despedimos. La música que lo ha acompañado en viajes, que sobrevive en su colección de casetes y que días antes fluía por sus manos, no se marchará de su vida, como tampoco lo hará la literatura, esa que tanto prefiere.

Silvia Serrano Pacheco
sserrano503@unab.edu.co

Universidad Autónoma de Bucaramanga

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