Eran vísperas de navidad en Bucaramanga, el 21 de diciembre del 2015, los medios de comunicación locales, sobre todo en redes sociales, daban la noticia que muchos “milenials” estaban esperando. La plataforma creada en el 2009 por el estadounidense Travis Kalanick y el canadiense Garrett Camp, llegaba a Bucaramanga como una nueva forma de transportarse en la ciudad.
La noticia caía como anillo al dedo, pues en los últimos años era constante ver en televisión videos de pasajeros maltratados por taxistas que cobraban de más, que no querían hacer las rutas o sus carros estaban en pésimas condiciones. Uber iba a brindar un servicio óptimo y cómodo, por lo menos así fue en los primeros años.
A finales de 2016, la plataforma ya iba a cumplir un año en la ciudad, era común montarse a los carros y que los conductores ofrecieran “servicios personalizados”. La música, la tranquilidad del viaje o en ocasiones una buena conversación con el conductor, solía terminar con un “tenga, por si se le ofrece algo, estoy a la orden”, algo que, por costumbre, nunca se reportaba a la efectiva zona de quejas de la aplicación: la entrega de una tarjeta con números de celular para llamar y pedir el servicio.
Uber, la empresa que ha posicionado el servicio de transporte en12 ciudades de Colombia y que cuenta con 2’300.000 usuarios registrados en su aplicación, que a pesar de estar al alcance de cualquier persona que tenga un celular con internet y de manejar tarifas más económicas que las que registran los taxímetros de los ‘carros amarillos’, también le llegó la competencia.
Todo parecía estar bien, hasta que el inconformismo en el pago de las tarifas a los conductores, las exigencias en los modelos y acondicionamiento de los carros, y la motivación de crear empresa, como expresan algunos propietarios de vehículos entrevistados por Periódico 15, han empezado a desdibujar el servicio que ofrece el gigante de la movilidad a través de una aplicación.
Plataformas, aplicaciones y grupos de WhatsApp, esos fueron los medios por los cuales los Kalanick’s y Camp´s criollos fueron desarrollando un servicio de transporte como el de Uber, con carros en buen estado, atención rápida y viajes económicos, e incluso, más costosos, pero esto, para algunos pasajeros, pareciera no importar.
Sin embargo, la situación de los conductores era diferente. No había margen de error. “Duré 25 años de mi vida manejando taxi y el posicionamiento de Uber sí impactó al gremio, pero eso no fue todo. Resulta que nos tocó empezar a pagar seguridad social y eso para un taxista es carísimo, no pude más y me cambié de bando, se supone que me iba a alcanzar”. Efectivamente así fue, Mariano Correa, de 49 años, lograba más dinero que lo que ganaba en su taxi.
En 2015, antes de que llegar la app a Bucaramanga, él y su esposa compraron un Chevrolet último modelo con el fin de tenerlo para momentos familiares, pero la situación los obligó a ponerlo a “producir”.
La dicha duró solo un par de meses, pues según Corre, por errores del sistema y el mal manejo de sus operadores en la ciudad, la empresa le empezó a cobrar más del 30 % que es lo que se debe cobrar, no le descontaba del pago que él tenía que consignar los viajes que las personas pagaban con tarjeta de crédito y los usuarios eran cada vez más complicados. “No sé si es solo problema de acá, la gente es complicada, tenía un promedio de calificación de 4,7 y eso es buenísimo. Un día, no sé qué fue lo que le molestó a una pasajera y me puso una estrella. Me cortaron el servicio, no pude trabajar por 15 días, me tocó rebuscarme la cosa”, recuerda el conductor.
La competencia

Autodrive, Llévame, Vip Programados y Viaje Seguro son solo algunas de las competencias que le han salido en la ciudad a Uber, donde los conductores de estos “servicios personalizados”, en su mayoría, también trabajan para la app y es que a pesar de no contar con la capacidad y el presupuesto que tiene la organización, solo les basta con un pequeño “centro operativo” para controlar más de 100 vehículos que tienen a su disposición y para programar más de 200 viajes que les solicitan por los diferentes medios donde laboran.
Son las 6 de la mañana y Correa, que trabaja para Uber y para una de las plataformas locales, se levanta a recoger al hijo de un cliente que le paga mensual. Luego de terminar esa ruta, abre las dos aplicaciones, conecta su celular al Bluetooth del carro para escuchar mejor, pues su oído derecho le falla. Como en su época de taxista, por una de las aplicaciones varios conductores hablan entre ellos como si fuese el famoso radioteléfono que se utilizaba años atrás. Una caja negra pegada debajo del asiento del conductor era el medio para reportar los servicios de los pasajeros que lo solicitaban. Así es ahora, solo que el radioteléfono es el celular.
Cabe aclarar que, como en esa época, hay que pagar una mensualidad. En resumidas cuentas, todo es igual, solo cambia el hecho de trabajar con internet, en un carro particular y de forma ilegal.
Al mismo tiempo tiene funcionando Uber, donde trabaja con una cuenta ficticia. “Me volvieron a reportar y no me devolvieron el servicio. Me pasaron un contacto de un señor que saca cuentas falsas, él me ayudó a sacar eso, obviamente le tuve que pagar”, explica Correa.
Son más de cuatro estos curiosos personajes que falsifican cuentas de Uber por medio de un contacto que dicen tener en Estados Unidos; es decir, la piratería no viene de acá. Por cada 50 carreras que este conductor realice, le tiene que pagar 40 mil pesos al que le ayudó a conseguir una cuenta.
Bucaramanga le declara la guerra a “Uber”

Son tres años los que la empresa norteamericana lleva en la capital santandereana y en ese mismo tiempo, los taxistas han intentado luchar contra un servicio que es superior.
En 2011, Nueva York, la capital del mundo, se vistió de pancartas y las calles de la “Gran Manzana” se llenaron de taxistas que protestaban contra el servicio de Uber, donde además reclamaban que no querían que este nuevo método de transporte llevara en su nombre la palabra “Cab” (Taxi) y Uber se dejó de llamar UberCab.
La situación no era muy distinta en la capital santandereana, pues en 2016 hubo el primer paro de taxistas cuya lucha no era solo contra Uber, sino contra el transporte informal: motoso haciendo carreras, carros particulares recogiendo pasajeros en las esquinas o en las paradas de los buses de transporte público legal, o los mismos taxis que hacen el popular “colectivo”, pues argumentan que la situación lo amerita.
Uber no fue bien recibido en Bucaramanga y su área metropolitana, para junio del 2016, un total 34 conductores que hacían Uber fueron sancionados por la Policía de Tránsito y de Transportes que competían contra 7 mil 206 taxistas registrados ese año en la ciudad. También se sancionaron a 2664 particulares que realizaban piratería o colectivos.
El centro de operaciones
En la habitación de un apartamento, una pareja de esposos se encarga de administrar una de las aplicaciones que le hace competencia a Uber. Un computador y dos teléfonos con buena capacidad de internet es lo que necesitan para controlar el servicio. Sus usuarios escriben por WhatsApp y se comunican con la central, esta toma los datos, emite un mensaje por la aplicación preguntando cuáles carros puede realizar el viaje o el servicio; el conductor que esté cerca del lugar del usuario se reporta y tiene la obligación de dar un tiempo estimado. En caso tal de que él llegue tarde será sancionado.
Entre los conductores existe camaradería. Se agregan a grupos en WhatsApp en los que se informan sobre los sectores y vías que tienen trancones o retenes de la policía. También han existido casos donde reportan agresiones por taxistas. “Hace como un mes nos mandaron a un grupo la lista de más de 50 placas de carros que según la Dirección de Tránsito (D/T) hacían Uber. Menos mal la mía estaba”, comentaba Mariano Correa.
Trabajar legal no paga
En un buen día trabajando con normalidad para Uber, este conductor se hacía entre 80 o 120 mil pesos. De eso tenía que sacar 35 mil pesos para el combustible. En un buen mes, Correa recogía un millón de pesos y tenía que entregar el 30 % a Uber, al menos así lo registraba en la plataforma, pero ese número es ficticio.
Solo le quedaban aproximadamente 500 mil pesos, de los cuales gastaba más de la mitad en gasolina y lo que sobraba era para pagar los recibos de la casa.
A manera de conclusión, comenta que “ser legal no paga. Me toca así porque andar pagándole a la empresa no era rentable. Lo mejor que nos puede pasar es que Uber se vaya de la ciudad. Esa es la idea”.
Por Andrés Felipe Álvarez R.
aalvarez355@unab.edu.co