Una oficina con vista panorámica hacia las calles de  Bucaramanga   y   el área  metropolitana. Temperatura al gusto. La radio sintonizada en La FM y sin volumen. Asientos cómodos, amoblados con cuero sintético de color negro. Piso impecable. Sin un olor peculiar en su interior ni peluches colgando del  espejo  retrovisor.  Ese  es  el taxi de Mario Hernán Meza Anaya. Lo llama su “oficina” porque además de ser conductor también es terapeuta por lapsos cortos y especialista en escuchar historias nocturnas.

Apaga el taxímetro, sabe que no  habrá  intercambio  de  dinero ese jueves por la tarde. Orilla el taxi. De fondo, solo se escucha el intermitente sonido de las luces  estacionarias  mientras  él  se dedica a recordar. Habla rápido y vocaliza poco por el afán de querer contar todo en frases cortas.

Huérfano de padre y madre. Lo crió su abuela María del Carmen Cano Anaya. Trabajó en el campo hasta cumplir la mayoría de edad. El 23 de junio de 1990, con 18 años, fue reclutado en su pueblo natal, Coromoro, Santander, para hacer parte del Ejército Nacional de Colombia. El primer lugar donde prestó el servicio fue en San Vicente de Chucurí, Santander. – “Eso era caliente en esa época” – Recuerda.

En 1992 se enlistó para convertirse en soldado profesional e ingresó al Batallón Plan Especial Energético en Barrancabermeja, Santander. Luego estuvo en Ricaurte, Cundinamarca, y después pasó a hacer parte del Grupo de Acción Unificada por la Libertad Personal, Gaula, ahí terminó su estadía como soldado profesional de Colombia.

No  recuerda  fechas,  recuerda  experiencias.  El  Vuelo  9463 de Avianca secuestrado por un comando de seis guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional, ELN. La toma del municipio de San Pablo, sur de Bolívar, por guerrilleros del ELN. La muerte de Luis Alfredo Sarmiento Herrera, alias ‘El Tombo’ en combate con el Ejército en zona rural de Sabana de Torres, Magdalena Medio.

Mario sigue participando del Cuerpo de Oficiales de la Reserva Activa del Ejército y la Policía Nacional, un grupo de personas retiradas que lo pueden volver a llamar o recomendar./ FOTO SILVIA VILLALBA

Fue dos veces candidato para estar en el Sinaí como parte del ejército pero no pasó en ninguna ocasión. Once meses más tarde, estaba aplicando para el proyecto de inteligencia militar en Emiratos Árabes después de que en 2010 le dieran de baja. Estando en Bogotá un conocido le habló sobre un proyecto en Medio Oriente para personal que acabara de salir del ejército, pensionado o retirado para engrosar las filas del ejército emiratí. Lo único que tenía que hacer era aprobar unas pruebas. Él y un grupo de militares retirados pasaron la hoja de vida. Estaban buscando  gente  para  Comandos en Operaciones Especiales y Antiterrorismo, Copes, de la Policía, fuerzas especiales y unidades especiales. Él aplicó para esta última y presentó varias pruebas físicas en la capital colombiana.

Mientras  esperaba  para  viajar  al  exterior  trabajó  durante once  meses  como  conductor  en la Ruta del Sol de Barrancabermeja. Le mentía a su jefe. Pedía permiso para realizarse exámenes médicos, cuando en realidad iba a entrenar para mantenerse en forma realizando pruebas físicas, polígono y natación. Debía “estar cauchito”, como él dice, para cuando lo llamaran a Bogotá.

Así fue, en 2011 estaba rumbo a Medio Oriente. Diecisiete horas de viaje. De Colombia a París, once horas. De París a Abu Dabi, siete horas. La primera vez que  llegó  estaba  desconcertado por el ambiente en occidente. El clima. Los árabes. La cultura. El sueldo. El bienestar. La diferencia de horario. Eso fue lo más duro, acoplarse al horario. “El reloj biológico a uno le marca otra cosa. Eso es ‘berraco’”.

De la base militar a su hogar

Emiratos    Árabes    está    compuesto  por  siete  emiratos: Abu Dabi,   Ajmán,    Dubái,    Fuyaira, Ras al-Jaima, Sarja y Umm al-Qaywayn,   en   cualquiera   de ellos  está  prohibido escupir  en las calles o arrojar algo al suelo. La  población  es  respetuosa  con las creencias religiosas ajenas a las  propias,  recuerda  aunque  se le dificultó adaptarse al mes de Ramadán. Él lo relaciona como con la Semana Santa aquí en Colombia solo que mucho más restringida.  Durante  ese  periodo no podía salir en ropa corta, tomar  agua  ni  comer  en  frente de los emiratíes. Tuvo que adaptarse a las costumbres árabes y asegura que allí todavía existe la esclavitud, “usted allá ve que a un israelí o a un pakistaní lo pueden  abofetear.  Con  el  proyecto de inteligencia nuestro nunca se metieron, pero los emiratíes son gente jodida”.

Admiraba la camaradería del personal profesional. Hizo parte del Ejército Emiratí por cuatro años. Regresaba a casa por un periodo de 45 días al año. Toda la actividad era netamente militar. El estar combatiendo no era constante, pero sí lo era el trabajo de inteligencia. Hasta que decidió que el 3 de diciembre de 2015 sería su último día como soldado, sin comentárselo a sus compañeros, tomó la decisión de volver a su país.

– “¡Go, Colombia!” – dice con mal acento y buena pronunciación. Mientras agrega que estaba ‘amañado’ con sus camaradas. Para él eso de hacer amigos es todo un arte. No les dijo que no regresaría, les hizo creer que serían vacaciones. Y una vez en Colombia, tomó el tiquete de regreso a los Emiratos Árabes, pero esta vez no se presentaría a la hora del vuelo. Sabía que de esa manera perdería el contrato sin tanto papeleo. Esa fue la idea desde el inicio.

Su esposa fue quien se cansó de que estuviera lejos. No se aguantó más la situación, le dio depresión y se enfermó. Le dijo a Mario que era hora de regresar a casa para cumplir el rol de padre. En ese momento, él decidió ahorrar para comprar el taxi. Sin dudarlo, se mudó a Bucaramanga porque ya había estado durante ocho años en el Gaula, conocía la ciudad.

Optó por seguir prestando un servicio,  esta  vez  como  taxista. A sus 46 años cambió las placas militares  J00585  por  las  placas de su taxi WFD-168. Se dedicó a laborar cerca de su familia. “La vida familiar es excelente”. Antes la comunicación era difícil. Allá la semana de trabajo inicia el domingo y finaliza el jueves a mediodía, así que de viernes a sábado descansaba y se comunicaba con sus familiares. Ahora los ve a diario.

Cuando se sale de casa y cuando regresa, Mario saluda con un gesto amable a su familia. Está casado con   Rocio Ríos, madre de sus dos hijos, Johan Sneider Meza Ríos de 20 años, estudiante de Tecnología en Desarrollo de Sistemas Informáticos en las Unidades Tecnológicas de Santander, UTS, y Jhon Mario Meza Ríos de 22 años, estudiante de Actividad Física y Deporte, en la misma universidad que su hermano. Vive en Girón. Despierta a las cinco de la mañana. Su esposa le prepara un tinto y el desayuno mientras él se viste y alista el carro. Inicia a trabajar a las seis de la mañana y a las siete de la noche está de regreso en su hogar.

Por primera vez durante la entrevista, retira sus manos del volante para sacar del bolsillo su celular  y  buscar  las  fotografías que se tomó durante su estadía en los Emiratos Árabes. Recuerda sus momentos de gloria, sosteniendo un rifle y saltando en paracaídas. Sonríe satisfecho. Afirma que repetiría la experiencia sin pensarlo.  Como  militar  hizo  todo lo que quiso. Fue operador, soldado de primera línea, orgánico de la segunda escuadra e incluso conductor. El aprendizaje fue constante. Tanto en las unidades especiales como en el Gaula, pues debía estar disponible las 24 horas del día y saber hacer de todo, incluyendo conducir. Mario tiene claro que su labor en la vida es seguir siendo útil en cualquier lugar. Se mantiene en contacto con nueve amigos retirados con quienes planean salidas a las siete de la noche, al menos una vez al mes. Por ahora, se preocupa por permanecer en buenas condiciones físicas.

Por Johana Pacheco Guzmán

lpacheco241@unab.edu.co

Universidad Autónoma de Bucaramanga