‘Acuavela’ es el nombre que recibe la escuela de vela dirigida por Simón Gómez Ortiz, nieto de Pedro Leonidas Gómez Gómez (candidato a la Gobernación de Santander en 2015), para niños del campo, ubicada en el Club Náutico Acuarela en la Mesa de los Santos y llamada así por la unión del nombre de este club con el deporte que allí practican.
Que a los seis años de edad le diera miedo el agua o no supiera nadar, no fue impedimento para que hoy Gómez Ortiz se consagre como campeón nacional de navegación a vela en la categoría Optimist, que es hasta los 15 años. “Empecé en una piscina con un barco y ahí jugaba a que estaba navegando. Al principio no fue fácil, no me sentía preparado y abandoné el deporte”.
Sin embargo, cuando cumplió ocho años, su padre lo volvió a motivar y fue ahí cuando se enamoró de la navegación, cuyo propósito es dominar una embarcación impulsado únicamente por el viento en sus velas. Gómez define su pasión por este deporte como un estilo de vida que jamás desea abandonar y ahora, gracias a la escuela, “estoy invirtiendo todo mi tiempo en ser deportista y entrenador”.
La creación de este lugar fue una idea que tuvo el adolescente hace un año y medio; sin embargo, cuando inició con el proyecto tuvo que abandonarlo por falta de entrenadores y equipos y solo hasta hace dos meses lo retomó. Hoy la escuela está conformada por cinco personas, además de su hermano y un niño perteneciente al club, quienes, a pesar de que viven lejos, siempre buscan la manera de asistir. Tienen edades entre los 11 y los 15 años y, hasta el momento, todos pertenecen a la categoría Optimist y solo uno a Sunfish.

Las clases las dicta los lunes, martes y viernes de 1 a 5 de la tarde y, aunque casi no trabajan el físico por su corta edad, sí tienen un plan de calentamiento para acostumbrar los músculos a la resistencia del barco, que es, sobre todo, con las piernas.
El deportista asegura que en cada categoría cuesta más, puesto que cuanto más grande es la vela, mayor debe ser la fuerza de resistencia.
Cada entrenamiento lo inician con un circuito rápido de ejerci- cios y bases teóricas, técnicas y tácticas para realizar las maniobras en el agua, después salen a navegar a las 4:30 de la tarde y a las 5 vuelven a tierra. Al finalizar las clases ellos voltean su bote, que son suministrados por la escuela y tienen un valor de aproximadamente nueve millones de pesos cada uno, los limpian y tienen un tiempo libre para jugar, porque más allá de ser compañeros de clase, son amigos.
“Colombia está llena de niños talentosos, pero con falta de opor- tunidades. Simón las tuvo y las supo aprovechar, ahora se las da a otros y ya se ven los resultados”, resalta Ariel Enrique Gómez Egaña, su padre.
“¡Pito largo ceñido!”, exclama Gómez Ortiz cuando ingresan al lago, lo que significa que la primera maniobra que deben realizar los niños es navegar en contra del viento en el menor ángulo posible.
“Soy chileno, pero me siento colombiano”
A pesar de no haber nacido en Colombia, lleva a este país en su corazón. Desde que tenía un año arribó en Bucaramanga y desde entonces no ha vuelto a Iquique (Chile), su ciudad natal. A pesar de su amor por este deporte tiene sus raíces en ese lugar, en donde sus padres eran navegantes de mar, su objetivo ahora no es otro distinto a representar con orgullo al país del que se siente parte desde que llegó.
Es el apoyo de su familia lo que ha hecho que a su corta edad haya llegado tan lejos y ahora sea el profesor de un grupo de niños que desean ser como él. Su padre lo acompaña siempre en los campeonatos y su madre, Mónica María Ortiz Manrique, disfruta cada triunfo suyo como si fuera propio. Su hermano, Antonio, con tan solo 11 años ya sigue sus pasos. “Quiero que me supere”, afirma.
Un recorrido exitoso
Formar una escuela de navegación es un proyecto con el que Gómez está ayudando a construir los sueños de personas con las que él se identifica, pues persiguen sus mismas metas y aman de igual manera este deporte; no obstante, es una idea que le ha exigido perseverancia y disciplina, porque es el resultado de todo lo que, hasta el momento, ha logrado alcanzar para el país y el departamento.
A sus 11 años le regaló a Santander su primera medalla de oro en los Juegos Deportivos Nacionales. Luego, en dos oportunidades consecutivas, se convirtió en campeón de los Juegos Bolivarianos realizados en Perú y, actualmente, ocupa el puesto 39 del mundo y 36 en Suramérica. Estos últimos son los que considera más importantes puesto que forman parte del circuito olímpico y van de la mano con los panamericanos.
De estudiante a profesor
“Empecé a navegar y de una vez la disciplina fue impresionante, me comenzó a ir bien en el colegio y así he llegado hasta aquí”. Es por eso que en cuanto a su preparación como deportista, las exigencias que ser navegante le ha traído no han dejado de ser significantes.
A pesar de no tener entrenador, debe manejar un plan de alimentación constante y de ejercicios. Su rutina inicia
con un calentamiento de 10 minutos y luego realiza una serie de flexiones, barras, pesas y fondos. También hace abdominales y sentadillas y con un simulador de barco que tiene, acostumbra los músculos de sus piernas para contrarrestar la fuerza de la vela.
Navega sábados y domingos con la Liga de Vela de Santander y practica físico los lunes, martes, miércoles y viernes; no obstante, las cargas de los entrenamientos aumentan si se aproxima una competencia. Aunque los jueves son sus días libres, él afirma que “mi descanso es seguir navegando. No paro ni un solo día, para mí no es en- trenar sino hacer lo que amo”.
En la actualidad cursa décimo grado en el colegio virtual Bridgeway Academy de Pensilvania (Estados Unidos) y pese a que en este momento aún se encuentra en la categoría Optimist, en ene- ro pasará a manejar otro tipo de barcos como el Laser y el Sunfish, diseñados para soportar diferentes pesos y aptos para cualquier edad.
El descanso es fundamental. Todos los días trata de acostarse a las 9 de la noche para iniciar desde temprano sus labores académicas. A las 5 de la mañana se levanta a estudiar y a las 10 empieza a entrenar hasta la hora del almuerzo. Luego sigue practicando, pero esta vez, con un grupo de niños que lo llaman ‘profesor’.
“¡Vamos a orzar!”, les dice Ortiz desde el barco donde dicta las clases, para que ellos se aparten del rumbo del viento. “La edad para mí no es un obstáculo, prefiero estar acá mil veces y seguir entrenando y entrenándolos”.
El barco que utiliza para la enseñanza es el Optimist, “porque dicen que si uno navega esta embarcación, ya navega cualquier otra”.
“¡Bien, otra vez, de nuevo!”, son las palabras con las que da ánimo a sus estudiantes, quienes, desde sus barcos, siguen todas sus instrucciones para realizar las maniobras. El joven se alegra cada vez que los ve realizando bien los movimientos y desarrollando a cada uno su propio estilo de navegación.
Para él este deporte es el resultado de la unión del ajedrez y el boxeo: el primero, porque al momento de competir toca pensar en cómo atacar, cómo ganar y cómo ubicarse en las posiciones de salida que es lo más importante, y el segundo, porque cuando hay demasiado viento toca ser agresivo con el barco y tener mucha fuerza y resistencia. “Alcanzar eso es una maravilla”.
Leidi Mariana Ariza Montes, Jorge Luis Pérez Ayala, Arnorld Ferney Manosalva León, Andrés Felipe Manosalva León, Antonio Gómez Ortiz y Luisa Fernanda Ariza Montes, integrantes de la escuela, sostienen que “lo que más nos gusta (de esta iniciativa deportiva) es aprender”.
“¡Salida en ocho minutos!”, les dice el deportista cerca de las 5 de la tarde, con lo que quiere decir que es hora de acomodarse para una competencia entre ellos.
Al momento de la clase todos tienen un reloj, que también fueron donados por la escuela, para conocer el tiempo de salida y llegada en este tipo de ejercicios. “Salida en dos minutos (todos miran la hora), ¿preparados?, ¿listos?, ¡ya!”.
Navegar para cumplir sus sueños
Aunque Gómez ya ha logrado metas que nunca imaginó, su mirada ahora está puesta en mejorar las condiciones de su lugar de trabajo para darles a estos niños todo lo que se merecen. Quiere aumentar el número de equipos, de barcos y ampliar los horarios de entrenamiento.
A pesar del poco tiempo que lleva dictando las clases, Ortiz afirma que “todos mis estudiantes son realmente buenos”, pero que, no obstante, cada vez toca perfeccionar más las maniobras para que sean más precisas. Ahora solo quiere que se preparen para que puedan llevar su mejor nivel a las competencias que vengan. “Al principio da muchos nervios, todo eso se define en el agua. Hay que relajarse”.
El desafío ahora para Ortiz no es solo representar a Colombia a nivel mundial y seguirle regalando muchas alegrías a Santander, sino que también tiene el anhelo de “contribuir a un mundo mejor, porque hay mucha gente pobre que necesita salir adelante y qué mejor manera de hacerlo que a través de este deporte”.
Por María Fernanda Acevedo
macevedo473@unab.edu.co