Por Julián Mauricio Pérez G. 

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En la narrativa universal, siempre y afortunadamente, el destino es capaz de complacernos y de ponernos frente a obras que desbordan nuestros placeres como lectores. Son descubrimientos que nos dejan una extraña sensación de ambigüedad: qué hermoso ha sido leer este libro, pero, al mismo tiempo, qué hermoso sería que jamás hubiera terminado. Esto me ha sucedido con Stoner, una novela del escritor texano John Williams (1922-1994). 

Stoner es un libro como pocos. Pocos, dentro de la cantidad casi infinita de obras que existen y que diariamente se publican. Su belleza y singularidad está en la construcción sutil y armoniosa del lenguaje. Las palabras se entrelazan unas con otras para formar parte de un tejido narrativo que nos mantiene expectantes. No existen las palabras ampulosas y eruditas, existen las palabras precisas en el lugar indicado. 

No se utilizan estructuras narrativas innovadoras o trasgresoras. El relato transcurre casi sin interrupciones temporales, en tanto las acciones se despliegan con natural rapidez, sin que esto nos haga perder el estado de ensoñación en el que estamos cuando leemos una historia que nos sobrecoge, que nos apasiona. Rodrigo Fresán resumió la calidad literaria de Stoner en una frase: “Es una obra maestra. Y punto”.  Así es: ¡y punto! 

La novela nos lleva de la mano por la vida de un hombre común, pero no corriente.  William Stoner es un campesino al que sus padres deciden enviar a la universidad a estudiar agronomía con la esperanza de que un día, al regresar, haya aprendido nuevas formas de cultivar la tierra. Sin embargo, mientras tomaba un curso de literatura inglesa, se descubrió interesado en el análisis de un soneto de Shakespeare; un interés que lo trastorna hasta quitarle el sueño, un interés que le transforma su vida. Punto aparte: eso tiene Shakespeare, es capaz de cambiarnos la existencia en 14 versos. En fin, no sé si la obra de John Williams produzca esa misma reacción que los sonetos del dramaturgo inglés, pero, sin duda, sí es capaz de sacarnos una sonrisa de admiración difícil de borrar. 

Stoner es una novela para amantes de la literatura y de los libros. De alguna manera, la vida del tranquilo e indefectible personaje es la de un catador de libros. William Stoner, lector y profesor de literatura, ama tanto los libros como el capitán Nemo de Verne, el Peter Kien de Canetti o el Borges de Borges. Para todos ellos, los placeres de la vida están escritos, yacen en páginas, tienen lomo y son ideas convertidas en palabras puestas sobre un papel.

Publicada por primera vez en 1965 y reeditada 11 veces desde su resurgimiento hace 10 años, este es el relato de los silentes y de los solitarios que frente a un libro oyen mil voces y siempre están acompañados. La novela nos recuerda el memorable y singular placer de conocer otras vidas, de vivirlas en tanto las páginas avanzan y cada personaje actúa su propia realidad. 

Cuando abrimos y empezamos a leer el libro nos encontramos con elogios de varios autores. De todos ellos, uno llama poderosamente la atención. Enrique Vila-Matas dice: “sorprende que, siendo la obra maestra que es, haya podido ser ignorada durante tanto tiempo”. Entonces nos preguntamos: ¿Será cierto? ¿No habrá caído este elogio en la hibris griega? 

Cuando terminamos de leer, los dedos se aflojan y el libro se desliza despacio en medio de una apacible admiración. Esta es una obra maestra, una obra que estaba en el anaquel del olvido y que jamás debe regresar a ese lugar. Stoner es la historia que leemos como si allí se dijera todo, absolutamente todo, sobre lo que es amar la literatura desde que ella se cruza en nuestro camino hasta el día en que dejamos de recordar y de respirar.  

Universidad Autónoma de Bucaramanga