Por: Tania Selene Valencia Ayala / tvalencia722@unab.edu.co
El pasado lunes 27 de febrero, los truenos y los rayos retumbaron en el cielo de Bucaramanga. Velas, rezos y más acompañaron a las familias dentro de los hogares. Por mucho, la tormenta eléctrica los hizo rezarle a la cruz, pero afuera, los habitantes de calle padecieron como nadie. Salió el sol y acompañamos, cámara en mano, los despertares de los huéspedes de los andenes.
¿Cómo capturar las sensaciones de quienes deben sobrevivir a una espesa noche sin ningún tipo de seguridad? Y como hacerlo sin sentir que no les invado su intimidad pública, porque aunque duermen están a la vista de cualquier peatón. La idea no fue violar sus intimidades ni discriminar, fue mostrar que en tu casa de blanquita o blanquito, no tendrás que sufrir por una noche tormentosa. Solos, generalmente debajo de un puente que toma el papel de protector, se hacen de su cartón que hace las veces de cama, almohada o cobija.
Algunos no tienen con que evitar el incomodo suelo por el que caminan miles de personas todos los días. Sus habitaciones están al aire libre, sus camas son los andenes y sus adornos son los letreros de descuentos que abundan en los comercios de Bucaramanga.

Hay lugares mas favorables en los que la poca ropa y una almohada generan un mejor descanso. No importa el frio, el suelo o la soledad. Las largas jordanas de trabajo para conseguir un ingreso con el cual obtener el pan, dejan agotados a los huéspedes de los andenes, quienes noche a noche vuelven al mismo lugar.

El sueño interrumpido causa un cambio en las emociones, puede provocar enojo o frustración. Pero cuando debes conformarte con haber reposado cinco o más horas, no queda otra opción que comenzar el día con los zapatos que te acompañaron en las labores de ayer.

Dos bolsas como cobijas y una como almohada, a lo mejor son el paraíso, para aquellos que soportaron las fuertes lluvias nocturnas. No todos son jóvenes o adultos. Los habitantes de la tercer edad, tal vez son el destello más crudo de la vida en la calle.

Sin interrupciones, con techo y bastante espacio en el que la soledad puede reducirse, el Viaducto la Flora se convierte también en uno de los lugares más seguros de descanso para los habitantes de las calles. Dos vecinos, dos historias que desde lo lejos gritan: «sí, estamos vivos, solo dormimos».
