Un documental que recoge la vida, historias y crecimiento del que fue uno de los mejores teatros de la ciudad es preparado por productores locales. En marzo finaliza el rodaje, mes en el que la edificación será demolida.
Por Xiomara K. Montañez M.
xmontanez@unab.edu.co
La voz se entrecorta en algunos momentos de la conversación y las anécdotas afloran como cuando se abre un álbum fotográfico o se relee una carta de amor. El lazo que une al cineasta y comunicador social Luis José Galvis con su proyecto sobre lo que fue el Teatro Riviera y la expectativas que esta historia le ha traído a su vida personal y profesional, son muestra de lo que muchas veces como ciudadanos olvidamos: la memoria de ciudad.
En el lenguaje de los jóvenes hoy día: “Luis José la tiene clara”, tanto que casi completa una década moldeando su idea, buscando cada detalle de este lugar maravilloso que llenó de tanta alegría a las familias bumanguesas, armando un equipo que si bien trabaja en proyectos propios y posee otra mirada sobre la producción cinematográfica, tienen mucho de él, de sus gustos, motivaciones e inquietudes, pues las aprendieron en sus clases como estudiantes del programa de Artes Audiovisuales de la UNAB.
“Nadie dijo que sería fácil”, comenta Galvis. Esa frase para algunos puede resultar un cliché y sin sentido, pero solo se puede entender cuando la pantalla mágica del séptimo arte deja ver el derroche de creatividad de los que aman producir el cine y el público acude a la cita no solo por ver a su actor favorito, sino por estar, a lo mejor, en su lugar predilecto, una sala de cine.
Luis José Galvis posee la paciencia que muchos no tienen tener para la realización de documentales de este tipo. En su discurso la palabra perseverar es constante, así como las metas por alcanzar. Según afirma, el proyecto de realizar un documental sobre el teatro na- ció de su vínculo personal con el Teatro Riviera y de su cercanía con los empleados y la familia Torres Peralta, propietaria del lugar. También por su negativa de dejar atrás el pasado, ese que lo hizo feliz y que se podría resumir, cuadro a cuadro, con la satisfacción que le producía estar frente a la pantalla de este teatro cada fin de semana.
“El realizador quiere mostrar su pirotecnia, su capacidad técnica, de medición del movimiento de la cámara, pero a veces se le olvida que lo que en realidad importa es la historia y sus personajes. En ocasiones el ego y el ímpetu de los realizadores no los deja ver que en los detalles está la historia, y qué mejor si esa historia es o fue vivida por ti”, comenta Galvis.
Algo de historia
El Teatro Riviera abrió sus puertas el 23 de marzo de 1973, y por ironías de la vida, 35 años des- pués, al parecer, será demolido este año en el mismo mes.
El lugar fue el fruto del trabajo de la familia conformada por Camilo Torres Herrera y Emma Peralta Ordóñez, quienes poco a poco fueron enamorando a los bumangueses con las películas del momento y con sus tradicionales crispetas, perros calientes y bebidas.
En la zona solo existían unos cuantos negocios como la tradición frutería El Edén de las Frutas, y la pizzería El Caracol. Con el paso del tiempo se abrieron nuevos negocios dedicados a la vida nocturna y durante los últimos 15 años, tabernas, bares y casas de lenocinio que fueron deteriorando el vínculo que tenían las familias de la ciudad con el teatro. Sumado a esto, la industria de las sala de cine se tomó por a Bucaramanga de forma masiva, lo que también contribuyó a que el Riviera decayera.
Para 1998, como lo recuerda Luis José Galvis en un artículo que escribió en 15, tras reconocer que el negocio podía quebrar, sus propietarios y empleados trataron de salvarlo. Dividieron la gran sala en dos para oferta más funciones y ampliaron la oferta de la cafetería. Sin embargo, para 2008, la situación se volvió insostenible y decidieron cerrar de forma definitiva.
Los desprevenidos que no sabían lo ocurrido, de vez en cuando se acercaban a las puertas y los carteles buscando información sobre las proyecciones, y se enteraban de la noticia: el Teatro Riviera cerró sus puertas para siempre.
El documental
Dos años después del cierre, Luis José Galvis comenzó a planear el documental sobre el Teatro Riviera. Antes de dedicarse de lleno a la producción cinematográfica, junto con su amigo Wilson Vega, hoy periodista en la Casa Editorial El Tiempo, y mientras terminaba sus estudios de Comunicación Social en la UNAB, tenía un programa de radio en el que hablaban de cine.
“No vendíamos publicidad. No fue nuestro fuerte, así que nos inventamos el canje con los anunciantes. Nuestros clientes eran el los teatros Riviera y Royal, la tienda de alquiler de películas BlockBuster, y Almacenes Musical para el tema de las bandas sonoras. Así nos acercamos más al teatro. El programa duró cinco años y medio. Wilson se fue de la ciudad y yo seguí con mi cuento, escribiendo las columnas de cine para el Periódico 15. Luego gané la beca Fulbright y viajé a estudiar cine a la Universidad de Miami”.
En 2010, el Instituto Municipal de Cultura y Turismo de Bucaramanga abrió una convocatoria para proyectos culturales en la región. Galvis presentó la propuesta del documental del Teatro Riviera y no fue seleccionada.
Luego de terminar sus estudios en Estados Unidos, regresó a la ciudad con la idea de terminar su documental y todo jugó a su favor. Consiguió los recursos y emprendió la producción con el grupo en noviembre de 2015.
El fin de la historia
Cuando el equipo de producción inició su trabajo llegó la noticia que nadie esperaba: los propietarios vendieron el terreno donde se ubicaba el teatro. Para ese momento no se tenía claridad que funcionaría en el lugar. Finalmente, se supo que sería derrumbado y que se construiría una clínica de ortopedia.
“Eso hizo más relevante e importante la realización del documental. Dejamos listo el 70 % de la producción. Solo nos falta grabar la demolición. Allí surgió la despedida con todos los empleados. Se presentaron dos películas, Terremoto y King Kong. Invitaron a sus amigos, se montó la cafetería, pusimos la registradora, hicimos crispeta, hicieron la fila, comieron los perros calientes y se tomaron la gaseosa”, relata Galvis.
Pero esta despedida trascendió y se abrió a la ciudad. “Nos inventamos una venta de garaje de afiches, pendones, fotografías, carretes de tráileres, sillas, letreros de las cajas iluminadas. Ahí se empezó a mirar qué hacer con todo ese material, porque ellos mismos no sabían qué tenían ahí. Son muchos recuerdos. Ellos se quieren llevar cosas para Bogotá y venderlos en el un mercado de las pulgas”, explica este docente.
Galvis no oculta su tristeza, pero reconoce que los dueños del lugar tampoco pueden man- tenerlo. La familia tienen mucha nostalgia, como el asegura, y esa es la esencia de lo que quieren mostrar en el documental y recuperar la memoria de ciudad.
“Hay que dejar de pensar que la vida va muy rápido, eso no es. Es lo contrario. El Riviera fue lo ‘máximo’ (risas). La ciudad debe estar muy agradecida. Claro, si estuviera en una ciudad capital, lo que pensarían las autoridades es rescatarlo, convertirlo en una cinemateca, guardar los archivos, pero en una ciudad intermedia como esta la gente está persiguiendo el boom, el nuevo lugar, los centro comerciales que son mucho más cómodos. Cuando uno se va a las ciudades grandes se da cuenta que todos tienen su cinemateca y no se derrumban, se mantiene. La piratería también influyó, así como la falta de oferta”, concluye Galvis.