Por Lucía J. Gualdrón C.

lgualdron195@unab.edu.co

Antes de la llegada de Cristóbal Colón a América  en  1492,  y  que   Martín Fernández de Enciso en 1510 iniciara sus expediciones en tierras colombianas, en el país habitaban poblaciones indígenas que tenían costumbres y creencias distintas  a las de sus colonizadores. En Santander se asentó el pueblo indígena guane, pero con el paso del tiempo todo su legado y talen- to quedaron bajo tierra.

Para el abogado Samuel Arenas Güissa, saber acerca sus antepasados lo inquietaron desde muy joven. A los 16 años comenzó su motivación por conocer sobre la cultura y la historia guane, por- que era un tema que se estudiaba, pero el cual no se apersonaba sino más bien se tomaba como algo ajeno. Por eso años tenía un amigo que le mostró piezas indígenas, y desde allí se adentró en “la búsqueda de nuestras raíces, nuestros orígenes”.

“Lo mío se origina en un acto de amor, es un apego al pasado. Había la necesidad de tratar de rescatar la mayor cantidad de testimonios. Piezas excepcionales, bellísimas, no solamente por la pintura, sino por las formas, las figuras que nos permiten estudiar la evolución de los indígenas a través de sus artefactos”.

Entre 1975 y 1985, con el apoyo de sus familiares y amigos, algunos que incluso ya murieron, emprendía un viaje cada vez que alguien le contaba sobre una nueva pieza porque “de alguna forma me iba a buscar eso”. De sus ingresos personales invertía en este pasatiempo pagando carros, hospedajes y comida.

Recorrió las seis provincias del departamento, visitando municipios como Los Santos, Villanueva y Barichara, en los cuales exploraba cuevas y cementerios. Les preguntaba a los campesinos si en sus casas tenían, quienes inicial- mente lo negaban, pero al ganarse la confianza le decían que sí.

En una de esas visitas le pasó algo peculiar. Estaba en la casa de una campesina, quien le había dicho que sí tenía algunas piezas. La señora le indicó que mirara debajo de una fogonera, en donde  había varias ollas indígenas de barro. Al acercarse para sacarlas y limpiar- las, se sorprendieron al ver lo que estaba en su interior. “Eso fue una locura porque cuando sacamos las piezas se llenó toda la casa de cucarachas, y los patos y las gallinas corriendo detrás de ellas”.

Entre los descubrimientos también halló fragmentos de collares y las piezas separadas. Pasó muchas “noches interminables armando uno a uno con mis manos”, siguiendo los patrones de las muestras y tratando con delicadeza cada una, evitando que se partieran.

“Hay que buscar el pasado. Hay que regresar atrás para saber de dónde vinimos, cómo ha sido este proceso evolutivo, cómo fue la América antes de Colón, cuál es nuestra Colombia prehispánica”.

Las condiciones  del  entorno y la manipulación de los objetos, que inclusive los campesinos utilizaban en sus labores domésticas, para traer agua, preparar guarapo o como materas en donde sembraban plantas y árboles, hacía que las piezas sufrieran daños. Debido a que su antigüedad supera los 500 años, eran limpiados por arqueólogos con brochas de abundantes  cerdas  para  retirar restos de barro o polvo, eran empacadas individualmente y luego todas las guardaban en baúles originarios de Francia.

 

Compartiendo su pasión

En 1993, Pedro Julio Solano, exalcalde de Floridablanca, e Idania Ortiz Muñoz, directora de la Casa de la Cultura Piedra del Sol en ese momento, mostraron interés en la recopilación realizada por Arenas Güissa, la cual según el Banco de la República estaba constituida por 325 arte- factos guanes hechos de madera, cerámica, conchas, líticos y 20 textiles. Fue así como a partir de la colección personal del abogado, se conformó la Colección Básica del Museo Arqueológico Regional Guane, de Floridablanca.

Tomar la decisión de dejar ir sus descubrimientos produjo sentimientos encontrados en Arenas Güissa. “Me enamoré del pasado. No es fácil para nadie desprenderse de algo que se ama tanto,  pero  pudo  más la lógica de que lo conozca  la  gente  y se interese”.

El museo fue organizado bajo la coordinación científica y técnica del Museo del Oro del Banco de la República, y se inauguró en 1994 con alrededor 800 piezas. Estuvo ubicado desde su apertura en 1994 hasta el 2016, en la Casa de la Cultura Piedra del Sol.

En mayo de 2016, el museo entró en un proceso de restauración y conservación que duró un año. La historiadora Angélica María Díaz Vásquez, en compañía del historiador Sergio Andrés Acosta Lozano, estuvo coordinando la renovación junto con el Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Icanh, y el programa de Fortalecimiento de Museos, que es un ente del Ministerio de Cultura.

La primera fase de la renovación “se hizo un equipo de registradores con un conservador, se revisó el inventario, se actualizó el número de registro y medidas, el estado de conservación de cada pieza, y el embalaje porque teníamos que asegurar la vibración y el transporte cuando se hiciera el traslado”, dice Díaz Vásquez.

La segunda fase consistió en la adecuación del museo en La Casa Paragüitas en Floridablanca. Para el apoyo visual se contrató a la Corporación Galería La Mutante, y a Klase con Claudia Amorocho, quien realizó el diseño de las vitrinas.

Además, el proceso se centró en que el museo sea “moderno, pedagógico  e  incluyente”,  utilizando sistemas internos  de des humidificación y luz blanca fría para  que  las piezas estén en un clima adecuado, y brindando talleres  educativos  enfocados a distintas edades, que según Díaz Vásquez se darán tanto dentro del museo como en visitas que se hagan a colegios para promover el aprendizaje sobre la cultura guane.

Sobre el museo, Arenas Güissa opina que “nosotros hemos sido un poco ajenos a darle el valor y la importancia que tiene. Cada día lo tiene más, pero yo estoy seguro de que en pocos años eso será un lugar de mucha fluencia de personas, con la curiosidad que eso origina. Habrán otras personas que lo ayuden a enriquecer con el estudio, con las evaluaciones que hagan”.

Actualmente el museo cuenta con 860 piezas entre las cuales hay cerámica doméstica, como ollas, platos,  múcuras,  collares  y metales; elementos para la cosecha y caza de alimentos como hachas y lanzas de madera; fragmentos de tejidos con sus agujas y rodillos para hacer estampados sobre los textiles, y cerámicas que utilizaban para uso diario o urnas funerarias que hacían parte de sus ceremonias religiosas.

El Museo cuenta con una colección de 171 collares que corresponden al periodo de la colonia. Están elaborados en conchas, caracoles, piezas dentales humanas y de animales. / FOTO LUCÍA J. GUALDRÓN
El Museo cuenta con una colección de 171 collares que corresponden al periodo de la colonia. Están elaborados en conchas, caracoles, piezas dentales humanas y de animales. / FOTO LUCÍA J. GUALDRÓN

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Universidad Autónoma de Bucaramanga

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