Por: Eliette Natasha Parra Marchena

Eparra420@unab.edu.co

Las mujeres viven de una forma particular las rumbas en la ciudad. Muchas salen con amigas, amigos, o su pareja. Sin embargo, muchas otras salen solas a disfrutar y vivir la noche. Ana Karina Sánchez es una joven de Fundación, Magdalena. Estudia derecho en la Universidad de Santander, tiene 22 años y esta noche sale a rumbear.

La noche empieza cuando Ana Karina decide alistarse, son las 8:30 p.m., mientras ella, sonriente, se hace rizos en el cabello. Al terminar con su peinado, saca una caja morada llena de sombras, labiales y polvos; coge un espejo pequeño y comienza a maquillarse. Ana Karina tiene un propósito esta noche y es por eso que ya tiene pensado cómo se verá. “Me voy a maquillar tierna y me voy a poner un vestido pegado para verme sexy”. Ella está emocionada porque esta noche verá a su exnovio, quien irá a tocar a Sotillo, según ella, la discoteca favorita de los costeños.

Ana Karina maquillándose antes de salir/ FOTO NATASHA PARRA

Son las 9:30 p.m., Ana Karina termina de alistarse y decide pedir transporte, “ahora sí, estoy lista para verlo”. Al llegar al lugar, la recibe una mujer en la entrada que se encarga de recoger el dinero, se llama Kiana Vélez Pineda y trabaja en la discoteca hasta el amanecer, cuando no recauda Covers, sirve de mesera. Kiana nació en Riohacha, estudia odontología y lleva un año trabajando en la discoteca. Para ella, el ambiente que se vive los fines de semana en la ciudad es de otro mundo: “La rumba en Bucaramanga es una locura, viene mucha gente y uno los ve tirados en la calle como si no hubiera un mañana”. 

Al entrar a la discoteca, hay un ambiente que incita a bailar, luces, sonido estruendoso y gente bailando. Ana Karina busca un lugar para dejar sus cosas, se sienta y pide una cerveza. Suena un reggaetón que ella toma como la señal para empezar a bailar. En el transcurso de la noche, coquetea con algunos hombres, los mira, sonríe y baila sola. “El que está sentado al lado me está mirando desde que llegué, pero no es capaz de sacarme a bailar”. La noche se llena de nostalgia cuando empieza a sonar “La consentida» de Fabián Corrales, canción que llena de recuerdos la mente de Ana Karina, se le nota en los ojos que, mientras mira al techo, se le inundan de lágrimas. Acto seguido, se sienta mientras mira su celular y canta a todo pulmón: “si estamos lejos nunca dejes de quererme, recuerda siempre que eres dueña de mis días”.

Son las 11:00 p.m., algunos hombres le corresponden el coqueteo con miradas. De repente, un hombre alto se acerca y le extiende la mano, como para invitarla a bailar. Ella hace caso.

La discoteca está llena de música, trago, mujeres bailando entre ellas y hombres esperando que les pongan atención. A las 12:00 p.m., ya no caben más personas, incluso, se corrieron algunas mesas a la bodega para hacer de toda la discoteca una pista de baile. En el baño de mujeres hay una joven echándose aire en la cara porque el calor la sofoca. “Soy Camila, el calor está terrible es que ni acá se siente fresco”, menciona la mujer mientras abre la puerta y vuelve a la pista perdiéndose entre la gente al ritmo de la música, esta vez, guaracha. 

A la 1:00 a.m., Ana Karina recibe un mensaje de Stiven, su exnovio. “Paso por unas cosas a San Alonso y me voy para Sotillo”. Empieza a bailar con emoción y su mirada refleja la felicidad. Después de media hora, llega con su grupo vallenato el hombre por el que Karina salió hoy, pero cuando lo ve empieza a temblar de emoción, me agarra la mano y dice: “no sé cómo saludarlo”. Cuando Stiven se acerca, la saluda y se va corriendo al escenario. Empieza la parranda, pero aún no acaba la noche.

La parranda vallenata en Sotillo/ FOTO NATASHA PARRA

La parranda vallenata toca, la gente se emociona, baila, toma y canta al ritmo de éxitos del Binomio de Oro y Los Diablitos del Vallenato. Stiven los canta. Eso era lo único que le importaba a Karina, escuchar su voz. En ese momento, suenan gritos atrás, la parranda para por unos segundos mientras sucede una pelea que surgió en la parte trasera de la discoteca, los implicados son conducidos a la salida. Ella escucha la canción que su ex le dedicó cuando aún eran novios, afuera los motivos de la pelea se esclarecen. “Suélteme, ¿por qué me coge a mí si ese hijueputa fue el que empezó?”, le grita una mujer a uno de los guardias que la expulsó del lugar. “¿Quiere pelear malparido?”, le grita otro hombre a uno de los acompañantes de las mujeres.

Como espectadora de la pelea, Maira Mora, una mujer que salió a hablar un momento con sus amigos y ahora presencia los gritos de los implicados, los mira con asombro y le parece gracioso todo lo que está pasando, una escena que, para ella, es extraña. Maira es una bumanguesa que vive en Bogotá, pero está en Bucaramanga por trabajo, ella sale normalmente a bailar con sus amigos. “Acá en Bucaramanga es mejor salir, en Bogotá es mucho más caro y a veces joden incluso por la ropa que lleva uno puesta”, menciona mientras ríe a causa de los gritos de la pelea. Sus amigos la llevaron a un lugar al que nunca había venido, pero ya el presenciar la pelea, le había pagado la boleta.

En la pelea, Lizeth Rodríguez, una de las protagonistas, por fin revela cuál fue el motivo. “Un man nos dijo que si bailábamos con él, nosotras no quisimos y luego se puso bravo porque bailamos con otra persona. En ese momento se puso de intenso y luego llegó otra vieja ahí a pelearnos”. Según ella, vivir en el barrio Alto Viento, la ha preparado para “no dejarse joder” y responder a la pelea a pesar de las consecuencias, que hoy fueron dos uñas partidas y un aruñetazo en la cara. “Pero yo no me dejé, a uno no le duele en el momento de la pelea. Cuando estábamos ahí, yo le arranqué un mechón y le dije: “vea, perra, me lo llevo para hacerle brujería”’. Mientras lo dice, muestra el mechón de pelo como recompensa de haber ganado la pelea.

Ana Karina disfruta de la parranda vallenata/ FOTO NATASHA PARRA

Adentro, en la discoteca, Ana Karina sigue cantando emocionada las canciones que, para ella, suenan mejor en la voz de Stiven. “Algo dentro de mí se muere, se muere, se muere…”, canta mientras lo mira desplegar su talento en la tarima. “Marica, qué lindo se ve”. Y así, a las 2:00 a.m. Ana Karina se queda esperando que su exnovio pase con ella el resto de la madrugada.

A pesar de ser tan diferentes, las cuatro historias terminan cuando el sol ilumina la ciudad. Cada día es una nueva oportunidad para seguir hacer de la vida una eterna parranda.

Universidad Autónoma de Bucaramanga