
Por Andrés Julián Galeano Carrascal
agaleano324@unab.edu.co
A sus 73 años, Jorge Marín Pinto no recuerda con exactitud cuántas obras ha creado, pues han sido tantos los momentos y las experiencias que ha vivido delante de un lienzo que decir un número exacto le parece inimaginable. Sentado en la sala de su nueva casa –la cual solo cuenta con cinco cuadros colgados en las paredes blancas debido a la mudanza– argumenta que tampoco tiene una favorita. Para él, “todas mis obras son como mis hijos, yo las quiero por igual”.
Sin embargo, el cabello largo y blanquecino de este pintor santandereano nacido en el municipio de Socorro, Santander, son la prueba de que sus 55 años de carrera artística han estado llenos de logros y reconocimientos. Tanto ha sido su talento que su trabajo no solo se ha destacado a nivel local, muchas de sus obras han traspasado fronteras y han llegado a países como Ecuador y Puerto Rico.
Con tan solo 18 años, Marín se abrió paso en el mundo del arte cuando su primo Jaime Hermes Pinto, luego de ganarse una beca para estudiar artes en Europa, le enseñara tanto a él como a toda su familia, las principales técnicas aprendidas durante su viaje al viejo continente. Dichas enseñanzas, según el pintor, “hicieron que en la familia hoy en día haya más de 30 personas que se dediquen al arte” entre escultores, pintores, fotógrafos, cantantes, arquitectos y productores de cine y tv.

De esta manera fue como este artista fue introduciéndose en el mundo de la pintura de la mano de la persona que, desde su punto de vista, fue su ejemplo. Y, a pesar de que después de aquel entonces no recibió ninguna educación profesional relacionada con su trabajo, su experiencia con el arte y su amplia trayectoria –no solo como artista sino también como docente de Bellas Artes en universidades y casas de cultura– le otorgó una tarjeta profesional en el 2012 que lo acredita como uno de los artistas plásticos del país gracias a la Corporación de Artistas Plásticos Caney Guane.
Una de las principales características de Jorge es que este pintor de bigote canoso y cabello largo, fabrica su propio material de trabajo, es decir, él mismo elabora los óleos y pinturas acrílicas que utiliza en cada una de sus obras. De acuerdo con él, esta técnica la empezó a practicar luego de que, estando en una biblioteca en Bogotá, leyera un libro en el cual explicaba la manera de fabricar diferentes materiales como betún, jabón y, por supuesto, pintura.

Desde aquel entonces, lo que hace este artista es que compra “los pigmentos de los colores y el aceite de linaza, los mezclo con otras sustancias y de esa manera es que obtengo mis pinturas”. Pero asegura que años atrás, tenía una mayor dificultad ya que dichos pigmentos le tocaba molerlos en un mortero porque las empresas que los comercializaban no los vendían pulverizados, tal como lo hacen en la actualidad.
De acuerdo con Marín, los colores que crea son diferentes a las pinturas comerciales, pues las obras pintadas con estas últimas, deben hasta volverse a colorear para obtener el tono requerido en el producto. Algo que, según el pintor, “yo con mi color de una lo saco”. No obstante, una de las dificultades de realizar dicho procedimiento, es que “todos los colores son distintos durante su proceso de creación, un marrón nunca será igual a un ocre”.

La rutina de trabajo de este artista es sencilla. Todos los días de la semana se levanta a las 8:00 de la mañana y lo primero que empuña es un pincel y una brocha porque, según él, “no puede pasar un día sin hacerlo”. Este pintor, a diferencia de otros, no tiene un gusto específico al instante de trazar líneas sobre un lienzo, al contrario, le gusta representar diferentes objetos, personas y escenarios, pues considera que “el artista que pinta una sola cosa debe aburrirse demasiado”.
Al momento de comenzar su jornada de trabajo, una de las formas que anteriormente utilizaba para inspirarse eran las fotografías que tomaba con su cámara analógica (las cuales se caracterizaban por capturar las imágenes de manera no digital). Pero con la llegada de internet, ahora lo que hace es solo buscar cualquier imagen en la web –ya sean retratos, paisajes, desnudos o animales– y recrearlas por completo, algo que tan solo le lleva de dos a tres horas.

Una vez terminadas las obras, Jorge Marín asegura que su mayor crítica es su hija Paola Marín (quien a propósito también aprendió a pintar gracias a las enseñanzas de su padre). Dicha mujer, es el único familiar en el hogar del artista quién le dice al experimentado pintor sus observaciones. Algo que, para él, “es muy feo porque me critica muy fuerte, pero yo entiendo que es porque yo también lo hago cuando ella me muestra lo que hace”.
Algo que ha aprendido el pintor a lo largo de su trayectoria es que vivir del arte es complicado por una sencilla razón: “el gobierno no lo tiene en cuenta a uno para nada”. Pero mirando la profesión desde otra perspectiva, para Marín es un oficio en el que lo estético y lo atractivo juegan un papel esencial, pues para él, “la pintura tiene que ser hermosa. No acepto cosas a medias, o es bonita, o es fea”. Uno de los próximos proyectos que tiene pensado hacer este artista santandereano es un cuadro con puros retazos de madera con la réplica de la obra de La Gioconda (o conocida tradicionalmente como La Mona Lisa), en donde movimientos como el surrealismo y el impresionismo jueguen un papel importante a la hora de apreciarla.