Por: Camila Del Vecchio Sosa / cdel123@unab.edu.co
En diciembre del 2022 fui de visita a mi ciudad, Caracas. Allá vivo en una gran casa que, según un chamo amigo mío, tiene todo para ser el set de una película misteriosa por lo fría y un poco oscura que la hacen los ladrillos. La biblioteca que tiene en el último piso intimida, como saludo de bienvenida tiene una cabeza del escritor Rómulo Gallegos. Pasando esa obra extraña que tenemos encontré: “Mi país inventado”, una novela de 2003 de Isabel Allende.
Comencé a leer esta obra acostada en mi cama, llena de peluches y las paredes repletas de goma vencida de stickers, de cuando era una chinita. Me devoré “Mi país inventado”: una autobiografía escrita desde la nostalgia y la remembranza de su país, Chile. Parce, al finalizar la lectura lloré más que Piqué cuando escuchó “Yo solo hago música perdón que te sal-Pique” (Shakira & Bizzrap, 2023) o cuando supo que ella estaba facturando más. La conexión que el extranjero tiene con este libro es parecida a la extraña identificación que tienen los santandereanos con los Aguilar; muchas veces, inexplicable, ilógica.
Isabel a través de narrar su vida en recuerdos, especifica que la Chile que añora está conformada por todas las culturas en las que ha vivido y con base a todos los momentos bellos del pasado; por lo tanto, es un país chichipato (no es el original). Esto es lo que me hace conectar, yo tengo un país chichipato en la cabeza.
Sentada en mi cama comencé a crear la Venezuela con la que me identifico. Panita, yo quiero es un País de las Maravillas: una tierra que tenga la confianza del venezolano, pero el respeto de los colombianos al usar expresiones como: vuestra merced; que allí vivan chamos, chamas, chemes; parceros, parceras, pareceres; y manos, manas y menes. Una tierrita que tenga un poco de todo de Colombia y Venezuela, en la que reinen el ajiaco, el queso costeño, los tequeños y las arepas. Como pueden ver, no pega ni con saliva mi hogar inventado.
Aterrizando un poco mi realidad a Colombia, yo diría que el mismo sentimiento deben experimentar los 8.219.403 desplazados colombianos que van desde 1985 hasta 2021 según la cifra del RUV. La mayoría seguro añoran algo de su ciudad natal, pero aman aspectos de su nuevo territorio; logrando que ya no tengan solo una raíz, una cultura, un hogar. No hay que imaginar tanto, está el caso del poeta Rymel Serrano, santandereano que cuando regresa a su ciudad fue un extraño tildado de “marica” por vestirse como los bogotanos, causando que en el hogar que recordaba con felicidad no se sintiera a gusto, como se lo confeso al periodista Emmanuel Sánchez.
El libro te permite entender que el extranjero es siempre un foráneo, hasta en su país. Así lo escribe Allende: “No pertenezco a ninguna parte, soy extranjera en el mundo”. Para el colombiano soy muy venezolana, a veces puedo pasar como “co-teña” y para el venezolano soy demasiado colombiana, una chama que habla como parcera. Por lo tanto, estoy condenada a vivir con la nostalgia, que solo se va cuando dejó la imaginación volar y sueño con esa colombo-venezuela inexistente.
Sí, esta obra causó mi primera crisis existencial del 2023, literalmente empezando el año con problemas identitarios. Sin embargo, es una chimba leerlo, te explica el problema de identidad cultural que tienen muchos migrantes a través de un escrito alegre, triste e interesante. Digamos que como una buena novela latina (otra característica de mi país; la novela como género televisivo nacional) tiene todo para que rías, llores y te molestes al mismo tiempo. Totalmente recomendado para foráneos que necesiten llorar y entender el por qué ahora siempre serán extranjeros.