Son las ocho de la mañana, Julio Gómez inicia su jornada laboral en el Paseo del Comercio de Bucaramanga, como muchos otros. Este lugar se encuentra situado en la calle 35, desde la carrera 12, frente a la plazoleta  Luis Carlos Sarmiento,  hasta la carrera 18,  en pleno corazón de Bucaramanga.

Bajo el sol intenta persuadir a las personas, trabaja sin importar el clima o la situación, pues tiene una sola cosa en mente, ayudar a su familia. Después de una larga jornada, camina hacia el único lugar en donde accedieron a darle posada: un hotel; este hotel es peculiar, se caracteriza por ser una zona libre de colombianos, pues de las 50 habitaciones, 42 son habitadas por hombres trabajadores, que lo han dejado todo en busca del pan de cada día. ¿Qué los diferencia de los demás?, son venezolanos, y según ellos han venido aquí para sobrevivir.

“Trabajar, trabajar, casa, dormir  y otra vez trabajar, esa era  la rutina, todas las semanas en Venezuela, sin días de descanso”, la remuneración para Julio en su país natal no era suficiente, cada quincena recibía la totalidad de 14.000 bolívares, lo que actualmente equivalente a 1.600 pesos colombianos, y esto no bastaba  para que su hogar pudiera sobrellevar sus necesidades básicas. Al ver la situación, Gómez se llenó de valor y decidió hacer lo que para él ha sido una de las decisiones más difíciles, dejar su familia y aventurarse en un país desconocido llamado Colombia.

Al pisar suelo colombiano no fue fácil, cuenta que tuvo que pasar de ciudad en ciudad, hasta que llegó a Bucaramanga. Aquí se instaló a unas cuadras de la que ahora es su oficina de trabajo, el Paseo del Comercio. Pero él no está solo, a él lo acompañan más de 120 venezolanos que se radicaron en el mismo hotel para, como dice julio: “Trabajar, trabajar, trabajar, y guardar, para mandarle a la familia en Venezuela”.  Actualmente Gómez vende manillas que él describe como relajantes, llegando a ganar de 50.000 a 60.000 pesos diarios.

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La embajada de la 18

Aquí son alojados venezolanos que trabajan de sol a sol, para ahorrar y mandar dinero a sus familias. Está situado a una cuadra del Paseo del Comercio en la carrera 18, no es ostentoso, y por 28.000 mil pesos la noche, se convierte en el hogar de decenas de venezolanos. En estas habitaciones, máximo duermen cuatro personas, y mínimo dos, convirtiéndose casi en una embajada venezolana.

Aquí ellos se reúnen para descansar, crear sus productos para el siguiente día o simplemente para recordar su amada patria, que tiene lo que ellos más aman, su familia. Julio revive las noches en el hotel, cuenta que en muchas ocasiones camina por los cuartos y ve a muchos de sus compañeros llorando sin consuelo, pues han dejado todo en Venezuela, sus hijos, sus esposas, y agrega: “Cónchale, uno quisiera estar en la casa, con los amigos, con la familia, con nuestra gente, con todo lo demás, pero no se puede”.

Jean Carlos Bustamante trabaja junto a Gómez vendiendo manillas en el sector, y cuenta cómo todos sus compañeros trabajan fuertemente en el Paseo del Comercio o en zonas cercanas: “En el hotel que estamos, hay varios que trabajan en restaurantes o vendiendo limonadas, agua de coco, naranjada o termos de café.  Unos vendemos manillas, otros venden bolígrafos, collares o repartiendo volantes, en lo que sea que salga nosotros trabajamos”.

La incertidumbre se apodera cada día de sus cuerpos. Despiertan, preparan su mercancía y salen a conquistar la calle del comercio.  Algunos días son buenos, otros malos,  así los describe Iván Colmenares, él hace parte de este grupo oriundo de Venezuela que se dedica a vender manillas en la calle 35, dice que vive “de todo un poco”,  que su diario vivir se dificulta gracias a personas que no tienen respeto por su trabajo, y que no entienden, que ellos no están aquí por gusto, sino por necesidad, también dice: “Sin importar la situación, nosotros echamos para adelante, porque estamos aquí para poder mandarles dinero a nuestras familias, que es lo que más amamos”.

Después de un largo día los más de 120 venezolanos vuelven al mismo lugar, ese que conoce todos sus secretos, que los ha visto, reír, llorar y sobretodo ahorrar, pues casi como un lema en sus vidas está el mandar todo para qué su familia en Venezuela sobreviva.  “A nosotros nos toca no gastar, porque únicamente se saca lo del diario lo de la pieza y la alimentación, lo demás se guarda para enviar a la familia, o sea: hotel, comida, y ya. La intención es ahorrar, para mandarle a la familia en Venezuela”, dice Julio Gómez dejando ver su voz cansada, pero llena de esperanza.

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Distancia abrumadora

Decenas de corazones laten en un solo sentir, ellos piden que Venezuela sea transformada, pero coinciden en que esa situación no depende de ellos. Así que la única motivación que los hace mantenerse firmes en medio de un país que no sienten como suyo es su familia.  Un ejemplo de la situación de los venezolanos en este país es Julio Gómez, Junior Montes, Jean Carlos Bustamante, Alejandro Murillo Gutiérrez e Iván Colmenares Díaz, quienes trabajan arduamente para poder ayudar a quienes más aman.

Gómez recuerda las noches de sus compañeros, dice: “Yo tengo amigos que tienen esposa, hijos, y tú los ves todo el tiempo allá en la habitación casi que llorando, porque extrañan mucho a su familia, realmente es un sacrificio muy grande estar acá. No estamos acá por gusto, sino por necesidad”.

Montes, hace parte de los venezolanos que dejaron todo para poder ayudar a su familia, manifiesta: “Yo en Venezuela dejé a mi esposa y mis tres hijos, para darles un futuro mejor. Mi situación en este momento es comprar lo que necesito, y lo que me queda mandarlo para allá y yo sé que allá a ellos les va a servir para algo”.

Bustamante cuenta la misma situación: “Me vine para acá porque tengo familia, tengo hijos, tengo esposa, tengo mamá, tengo hermanos, tengo sobrinos, y a todos los tengo que ayudar”, para él como para muchos su prioridad es el bienestar de su familia.

“Estas manillas se han convertido en nuestra forma de trabajo, con ellas hemos podido ayudar a nuestra familia a superar la crisis económica por la que estamos pasando todos los venezolanos”, dice Jean Carlos Bustamante. / FOTO PAOLA ENCINALES

Otro caso es Murillo, dice: “Yo tengo mi esposa y mis dos hijos en Venezuela. Y es la misma situación que todos, ahorro y mando. Aquí lo que hacemos es que lo poco que ganamos, pagamos hotel, pagamos comida y el resto se lo mandamos a la familia. Para mí lo más difícil de estar acá en Colombia, es  estar sin mi familia”.

Por último, Colmenares desea ver a su país restaurado, diciendo: “Yo quiero volver a Venezuela, porque yo tengo mi familia allá, estamos aquí es por necesidad, no porque queremos, y espero volver a mi casa. Mi mayor sueño es volver a ver a mi familia, mi tierra, esperando que en algún momento mi país se mejore. Pero bueno aquí estamos igual, trabajo todos los días, vivo el diario, y mando el resto a mi familia que es lo más importante”.

Cinco testimonios que coinciden en  una cosa, su paso por la calle del comercio está impulsada por la necesidad de llevar comida a sus hogares, y  a pesar de que estén a cientos de kilómetros, ha sido la única alternativa que han encontrado, pues en la actualidad en Venezuela un sueldo mínimo alcanza  para sobrevivir tan solo unos días. A pesar de las incomodidades ellos dicen tener la ventaja de vivir junto a sus compatriotas, compartiendo costumbres, risas y recuerdos de lo que era su país hace unos años.

Necesidad en medio de la crisis

“Uno escucha cosas malas de los venezolanos, porque uno trabaja en la calle, entonces uno oye ciertos rumores de peleas en las calles o que en cierta tienda robó uno de ellos, pero solo han sido especulaciones, porque yo nunca lo he visto”, dice Jhon Castro vendedor bumangués del Paseo del Comercio.

Según el INPEC (Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario), hay 288 venezolanos presos en Colombia, señalados por diferentes delitos. 139 han sido condenados y  123 personas están a la espera de un dictamen. Entre los delitos se encuentran: porte ilegal de armas de fuego, estupefacientes,  hurto y homicidio. Estas cifras muestran una realidad en Colombia que se convierte en una generalidad para todos sus habitantes.

De más de 263.331  venezolanos, el 0,001% ha sido encontrado infringiendo la ley en Colombia. Julio diariamente debe enfrentarse a opiniones radicales e hirientes acerca de su estadía en Bucaramanga, él está consciente de la situación actual de algunos de sus conciudadanos y dice: “Hay muchos venezolanos que no vienen a trabajar exactamente sino que lo que vienen a hacer, y me va a disculpar la palabra, es a joderle la vida al resto, entonces por culpa de esos venezolanos pagamos el resto”.

Entonces en el Paseo del Comercio se vive una lucha constante, pues a los venezolanos en muchas casos los tildan de delincuentes, un ejemplo de esto es el testimonio de Carlos Bustamante: “La policía prácticamente nos discrimina, porque siempre nos dice, -yo sé lo que ustedes están haciendo-, pero no tiene ninguna prueba, ni nos ha visto haciendo algo malo, me amenaza con llevarme a la fiscalía, únicamente porque soy venezolano”.

Pero la problemática no solo se encuentra en el mal nombre que han cosechado ellos a causa de las malas decisiones de sus compatriotas, sino también en cómo los vendedores colombianos han sido víctimas de baja en sus ventas a causa de la nueva competencia proveniente del vecino país.

Esther Ariza Gamboa es oriunda de Oiba, Santander, trabaja en el Paseo del Comercio desde hace 20 años y cuenta cómo sus ventas han decaído a causa de la nueva competencia, dice que a causa de la crisis que están viviendo han llegado decenas de venezolanos y eso ha hecho que el trabajo se vuelva “más pesado”, también dijo: “Están dejando los artículos baratos, y ya ellos tienen muy poquito dinero, y eso ha bajado un poco las ventas y yo me he visto perjudicada”.

Por otro lado el cartagenero Rogelio Silgado lleva 17 años trabajando en esta calle, y ha notado la misma situación, dice: “Se ha complicado la cuestión de las ventas, porque ellos necesitan dinero a toda costa, entonces ellos dejan las cosas mucho más baratas, y eso ha complicado la situación acá en la calle del comercio”, dejando ver la situación de muchos comerciantes colombianos de la zona.

Con 12 años de experiencia vendiendo todo tipo de artículos en la calle 35,  Jhon Castro confiesa que antes era fácil ganarse de 50,000  a 60.000 pesos diarios de manera rápida y efectiva, pero que en la actualidad para ellos ganarse 30.000 mil pesos en el día tienen que trabajar más duro. Dejando relucir una crisis económica que no es desconocida aquí en el Paseo del Comercio.

La paradoja se encuentra en una necesidad de sobrevivir, donde unos ganan y otros pierden, pero como dice el venezolano Julio Gómez: “No podemos juzgar a todo mundo, ni meter a todo mundo en un mismo saco; que algunos sean malos, no define que todos sean malos. Todos necesitamos un sustento para vivir, y todos somos humanos sin importar la nacionalidad”.

Cifra:

De más de 263.331  venezolanos, el 0,001% ha sido encontrado infringiendo la ley en Colombia.

 

Por Paola Encinales*

pencinales@unab.edu.co

*Estudiante de quinto semestre del curso Textos Especializados del programa de Comunicación Social de la Unab.

Universidad Autónoma de Bucaramanga

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