Por: María Camila Monsalve Martínez/mmonsalve131@unab.edu.co
Cuando hablamos de las universidades públicas en Colombia, la mente piensa en paros, vandalismo, drogas, alcohol, libertinaje, capuchos y la ausencia de Estado. Suena bastante catastrófico, ¿cierto? Sin embargo, si lo pensamos bien, ¿es realmente tan así?
Para empezar, muchxs de nosotrxs hemos creído que en las universidades públicas de nuestro país solo hay delincuentes mamertos y revolucionarios de primera fila. Pero pa’ ser sincera, creo que sería injusto hacer una generalización tan exagerada. Si nos fijamos en nuestra ciudad, acá a la vuelta de la esquina, tenemos la Universidad Industrial de Santander (UIS), que ocupa el merecido puesto de la tercera mejor universidad pública de Colombia y desde su fundación siempre está en el #Top10 sumando públicas y privadas. Entonces, les aseguro que no podemos incluir a los más de 15.000 estudiantes que andan por los pasillos de la UIS en la misma categoría de unos pocos capuchos.
Pero no nos quedemos solo en palabras, porque para eso ya tenemos a los políticos. Quiero mostrarles que, al igual que cualquier universitario, los estudiantes de la UIS también salen el fin de semana y no solo a enfrentarse con el ESMAD. Así que acompáñenme mientras les cuento qué es un viernes parchando en la UIS.
Ingreso a la U
Eran las ocho de la noche, los estudiantes entraban y salían, algunos con preocupaciones y parciales, y otros celebrando la llegada del fin de semana. Parada en el centro de la plazoleta frente al auditorio Luis A. Calvo el ambiente es muy distinto a cualquier otro. El edificio en construcción, los estudiantes regresando a casa en sus bicicletas y comida para animalitos de la calle, todo eso a unos pocos metros de la entrada. Más allá del estrés académico, que todos llevaban, se respiraba la revolución, que sin duda alguna tenía sabor a porro.
Lo primero que llamó mi atención fueron los grafitis del Che, estaban desde las paredes de los edificios hasta el piso de la plazoleta. Insignias de un sentimiento y energía rebelde que la plena se sentía en todo: en la mezcla de olores entre el cannabis y los troncos quemándose en los senderos, el rock que sonaba de fondo mientras los estudiantes corrían y las sombras que delataban a aquella pareja que aprovechaba la soledad de los baños. Y si algo puedo decirles es que a nadie le importa que haces o dejas de hacer, allí no existe el qué dirán y eso es mera chimba. Cada uno está en su mundo aislado que no afecta ni juzga a los demás. Un lugar donde los estratos y las personalidades se unen, asi es la UIS.
Nos vemos a la salida
La entrada principal, invadida de barrotes, es custodiada por un pequeño guarda de seguridad, que no asusta ni a una gomela como yo. En este punto no solo encontramos vendedores ambulantes ofreciéndote desde un cigarrillo hasta un pastel de pollo o happy brownies. Se podían sentir los calentadores de empanadas caseras con ají, que son opacadas por el gran letrero del OXXO. Y claro, así como hay variedad de comida, la hay en los precios, desde buñuelos de $1.000 hasta hamburguesas de 15k en toxicombo.
Era irónico como se mezclaban sensaciones, olores y sonidos, mientras caminaba aquella noche por lo que sería el final de la carrera 27. En un solo lugar a lo lejos se escuchaba una reunión de alabanza cristiana en la circunvalar del caballo, al tiempo que alababan y aclamaban el nombre de Dios, a unos tres metros un grupo de amigos armaba un porro.
Chocolisto
El clásico más clásico en cuanto a parchar en la UIS se refiere. Al entrar no podía parar de pensar en los cientos partidos de futbol que han sido proyectados en las grandes pantallas y más de tres televisores que brillan en medio de la oscuridad.
Sin duda, este lugar es el punto de encuentro para aquellos hinchas que con una pola en la mano se sientan después de clase a parchar en esta tienda icónica.
Pedí una costeña de 3k, que combina mucho con la mezcla entre vallenato y reggaetón que sonaba a todo volumen en los bafles. Lo curioso era que, a diferencia de mí, los jóvenes son como todos, los manes con sus camisetas y las nenas con blusitas, brindaban con Budweiser mientras jugaban dominó.
La toxica
Y así, como toda relación tóxica, este bar no se queda atrás en cuanto a perreo y alcohol. Al son de Bad Bunny y con grafitis en todas las paredes, La toxica es el lugar de los jovenes que llamaríamos de “bien” de la UIS, todos con sus vapes, polos y tops cantaban a todo pulmón los éxitos más recientes del reggaetón.
Aca con cualquier cerveza que pidas te obsequian el vaso michelado, algo que para una Póker de 3k está muy chimba. Pero el mayor espectáculo presenciado en toda la noche no fue solo la musica que sonaba, si no que mientras veíamos a los jovenes al frente de nosotros jugar Uno y tomarse fotos, otro sonido se unió a la rumba.
A eso de las diez de la noche en punto, cuatro disparos a pocos metros de nosotros, se unieron a la banda sonora de “Titi me preguntó”. Los jóvenes aterrados corrieron con sus cervezas en la mano mientras gritaban “¡ESTÁN DISPARANDO!” Curiosamente, los hombres, gritando aterrados, llegaron primero hasta la barra en la que estábamos, y luego dicen que el sexo débil: bla bla bla.
Yo, debo admitirlo, quedé en shock. Me sentí como espectadora de una pelicula de Hollywood, y no podía creer que fuera real. Sin embargo, cuando vi a un joven correr hacia el hospital que estaba a una cuadra, con la mano ensangrentada, me di cuenta de que en esta fiesta se vive o tal vez se muere, literalmente.
Teseo
Como dice el dicho, para los gustos, los colores. Y si uno caracteriza a Teseo es el negro. Desde su fachada hasta la ropa de todos en su interior y los largos delineados de las mujeres. A las afueras estaban las decenas de motos que sus dueños adentro observaban y luego salían a hacer piques en la rotonda del caballo.
Al ingresar al lugar, nos recibió un intenso olor a cigarrillo y marihuana, impregnándose como una loción en nuestra ropa. Aquí, no había nadie sin un cigarrillo en la mano, acompañado de una cerveza nacional litro. Y cabe resaltar que entre todas las opciones que habíamos probado en nuestro recorrido, resultaba ser la más cara, con un precio de 4.5k por un Águila.
De fondo se escuchaban clásicos del rock, mientras el mesero improvisaba una batería con unos lapiceros, animando la noche con su ritmo y buena onda. Con el paso del tiempo, la combinación de tabaco y alcohol empezó a pasar factura, llevando a algunos a buscar los baños para vomitar. Curiosamente, los baños se encontraban justo a nuestro lado, y a menos de un metro de distancia, una pareja de mujeres se besaba apasionadamente, sin importar quién las observara, Ahí pensé: “ojalá esto pasar en cualquier lugar al aire libre, pues el amor no es pecado ni delito”.
Caballo
Nuestra última parada fue la más única de todas. Sentados en un banco de cemento, terminamos el otro litro de Póker que compramos en Teseo. De repente, un hombre que fumaba y güelía bóxer se acercó a nosotros.
En ese momento, me sentí nerviosa y no sabía cómo actuar, casi me orino. Temblando, me empecé a reír junto a ellos y a hablar de si se podían o no vender botellas retornables, al final le di lo que quedaba de mi litro de pola como una especie de vacuna para que nos dejara sanos. Me puse a pensar en esos minutos, cómo lo que hace unas horas había sido lugar para alabar y orar, ahora, era el centro de habitantes de calle y estudiantes que trabados salían de los bares, algunos incluso intentando quitarse la camisa. Desde allí, pude apreciar la mezcla de colores, lugares, olores y sonidos.
Mañana hay parcial
Ya camino a mi casa, logré concluir que pasar un viernes en la UIS es adentrarse en un mundo lleno de diversidad, libertad y experiencias únicas. Aunque como en todo existen estereotipos y prejuicios, asociados a las universidades públicas, la realidad en la UIS es muy diferente.
Durante la noche, los estudiantes salen a disfrutar del fin de semana en lugares emblemáticos como Chocolisto, La tóxica, Teseo y el caballo. Se parcha con vallenato, reguetón y rock. A pesar de los contrastes y las situaciones inesperadas, como los disparos en La tóxica, la energía y el ambiente de celebración prevalecen.
Pasar un viernes en la UIS es descubrir la verdadera esencia de la vida universitaria, donde se rompen los estereotipos y se vive la diversidad en todo su esplendor. Es un recordatorio de que las apariencias pueden ser engañosas, que es posible en una misma manzana punks, emos, tiktokers, fifas y hippies convivan en armonía. Así que, la próxima vez que pienses en las universidades públicas, recuerda que la UIS es un lugar donde se vive la vida al máximo, sin prejuicios ni limitaciones. Muchxs dicen que la Constitución colombiana está muy bien escrita, pero que sus artículo, deberes y derechos no se aplican, no son reales. La UIS cambia eso, porque si existe una Colombia diversa, pluriétnica, multicultural y parchada, esa Colombia está en la UIS.